Una serie de fortuitas coincidencias me llevaron a leer el libro «Quiere a ese perro«, de Sharon Creech , ilustrado por Alejandro Magallanes y traducido del inglés por Cecilia Aura.
Quiere a ese perro, de Sharon Creech
Quiere a ese perro es uno de esos libros que, más allá de su aparente sencillez, posibilita varias lecturas y exige (o al menos a mí me lo exigió) una meditación cautelosa: y es que en lo que refiere al vínculo entre poesía e infancia, o entre poesía y escuela, uno no puede dejar que le den liebre por perro.
Este libro, que los norteamericanos catalogan como «a poetic novella» se nos presenta como un diario íntimo, o un cuaderno personal de Jack, un escolar que va escribiendo entradas, semana a semana, sobre su proceso de aproximación a la poesía. Proceso motivado por su maestra, la Señorita Stretchberry, y también por las lecturas de poesía que ella recomienda durante el curso. En total nueve poemas, de los cuales Jack irá haciendo sus propias versiones en el transcurso del año lectivo: «The Red Wheelbarrow», de William Carlos Williams, «Stopping by Woods on a Snowy Evening», de Robert Frost; «The Tiger», de William Blake; «Dog», de Valerie Worth; «The Pasture», de Robert Frost; «Street Music», de Arnold Adoff; «The Apple», de S. C. Rigg (un seudónimo de Sharon Creech); «Love that Boy», de Walter Dean Mayers. Todos los poemas están transcriptos y traducidos al español al final del libro.
En su aspecto de «novella«, el libro tiene una trama que lo vuelve muy atractivo, pues el personaje de Jack no sólo va aprendiendo poesía durante ese curso (de lo que da cuenta en su diario, comentando las lectura y escribiendo sus propios poemas, o versionando poemas de otros autores), sino que se va encontrando consigo mismo, con sus sentimientos, con sus pensamientos, con el dolor que puede haberle provocado la pérdida de una mascota en su infancia, con el placer que puede provocarle escribir una carta a su poeta admirado, invitándolo a visitar su escuela, y tener éxito en la solicitud, siendo que el poeta-héroe llega de visita a la escuela sobre el final del curso (el final del libro), suscitando ello una serie de ansiedades y entusiasmos en el niño-narrador.
También es un acierto la voz de ese niño. Vacilante y tímida al principio, cuando escribe sus primeros textos:
—
4 DE OCTUBRE
¿Promete
no leerlo
en voz alta?
¿Promete
no escribirlo
en el pizarrón?
Está bien, aquí está,
pero no me gusta.
Hay tanto que depende
de
un coche azul
salpicado de lodo
corriendo por la calle.
—
Entusiasta y segura al final, cuando escribe una carta al poeta admirado, a quien también envía el poema que él escribió:
—
6 DE JUNIO
Querido señor Walter Dean Myers:
Gracias
cien millones de veces
por
dejar su trabajo
y a su familia
y sus cosas-que-la-gente-tiene-que-hacer
para venir a visitarnos
a nuestra escuela
y nuestro salón.
—
Así, en la primera lectura, uno se encuentra con un libro que habla del modo en que una maestra de escuela promueve la lectura y la escritura de poesía entre los estudiantes de su curso, inicialmente desconfiados y prejuiciosos respecto de este género literario:
—
13 DE SETIEMBRE
No quiero
porque los niños
no escriben poesia.
Las niñas, sí.
—
21 DE SETIEMBRE
Traté.
No puedo.
Mi cerebro está vacío.
—
La maestra, de a poco, dándoles a leer poemas, hablando sobre ellos, exigiéndoles que escriban algo, logra motivarlos. Con Jack, paulatinamente, su prédica tiene éxito. Y ello, tal parece, ya sería suficiente, pues el libro intenta decirnos: si uno puede, todos podrán. En este sentido, Quiere a ese perro es un libro que contagia optimismo, al menos para quienes gustan de leer y escribir.
En una segunda lectura, cuando uno se pone más exigente, encuentra en el libro algunas cuestiones que rechinan un poco. Y es que todo parece demasiado fácil cuando se sabe -bien que se sabe- que ni el mundo escolar ni el mundo de la poesía son universos exentos de complejidad.
—
27 DE SETIEMBRE
No entiendo
el poema sobre
la carretilla roja
y los pollos blancos
y por qué tanta cosa
depende de
ellos.
Si eso es un poema,
el de la carretilla roja
y los pollos blancos,
entonces cualquier frase
puede ser un poema.
Sólo tienes que
escribir
líneas
cortas.
—
17 DE ENERO
(…)
En el pizarrón
escritos a máquina
parecen
poemas
y los otros niños
los están viendo
y piensan
que en verdad son
poemas
y todos
preguntan
¿Quién escribió eso?
—
La poesía no es prosa quebrada. «Escribir / líneas / cortas» no equivale a escribir versos. La mera apariencia gráfica de la poesía no es poesía. Pero claro, para acercar a los niños de escuela a la poesía, y para hacerlo en el salón de clases, quizás no sea un buen camino comenzar a hablar de ritmo, rima, imagen, color, significado, estrofas, versos, sílabas… Quizás es mejor comenzar por una mascota: por ejemplo, un perro. Y luego indagar sobre los sentimientos y pensamientos que el perro concita: afecto, nostalgia, tristeza, compasión. Y lograr que ello tome, en algún recodo, la forma y el camino de la poesía.
En una última lectura (quizás más calma, ni eufórica ni apática, sino conciliatoria) uno puede apreciar, además del texto, además del afán poético de la obra, la excelente ilustración que logra Alejandro Magallanes para esta versión en español del libro. Un trazo sencillo, jugando en contrastes estrictos de negro y blanco, al modo en que remeda el dibujo infantil, sin dejar de expresar en todo momento, y muy a tono, la tensión emocional que el texto va apuntalando.
En definitiva, Quiere a ese perro es una lectura muy apta para acercar la poesía a la escuela, y para hacerlo sin forzar los tantos, sabiendo que no siempre se da esa perfecta coincidencia entre un Jack, una Señorita Stretchberry y un Walter Dean Mayers, pero que en una de esas…
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