La complejidad de un libro simple: Saltatriz y Diminuto

¿Puede un niño, en el presente, leer un libro que en su centro tiene un disco de vinilo? ¿Entendería qué es ese artefacto? (El disco, digo, no el libro.) Pienso que la infancia actual no conoció los discos de vinilo y me entra como un desconcierto.

Recuerdo ahora aquellos momentos, en la casa de mis padres, cuando tomaba de una estantería el sobre con el disco, retiraba el disco del envoltorio, lo ponía en el tocadiscos y colocaba la púa en el surco para escuchar música. Esa experiencia no existe para la infancia actual. ¿Cuánto hace que desaparecieron los discos de vinilo de la vida cotidiana? ¿Veinte años, quince?

 

Un simple de los Beatles (imagen tomada de Ximenez)

Sí, ya sé que aún existen, que se fabrican, que se venden, que para los DJ son la principal fuente de respaldo musical: lo analógico conviviendo con lo digital, ese mix. Pero para el común de los niños, los discos de vinilo no dejan de ser algo exótico, no como era hace unos veinte años, cuando uno entraba a la casa de un amigo y lo segundo o lo tercero que hacía era recorrer su discoteca, recorrer aquellos discos que eran señas de identidad y de encuentro.

Entonces, ¿puede un niño leer un libro que tiene por objeto la música que emerge de un disco de vinilo? ¿Puede entender de qué va el libro? Me responderán que por supuesto, que todos leímos o leemos historias en las que hay objetos y artefactos que el desarrollo tecnológico ha dejado obsoletos. Que si cabe alguna duda, basta con tener una enciclopedia a mano y listo.

Pero yo no busco esa respuesta sencilla, pues lo que pretendo es comentar que además de poder leer un libro en el que el disco de vinilo está en el centro, el niño, acompañado por un adulto, va a disfrutar muchísimo esta lectura. Y es que un libro-álbum tan bien elaborado como este Saltatriz y Diminuto es la ocasión perfecta para que niños y adultos puedan compartir no solo una bella lectura, sino también aquella experiencia cotidiana perdida en la historia reciente: la de encontrarse con otro a partir de la música que emerge de un disco de pasta de vinilo.

Como recordarán, un disco de vinilo tenía dos caras. Cuando el disco era un simple, en cada una de las caras había una canción. (Si el disco era un long play, cada cara traía cinco o seis temas, más o menos.) Pues bien, este libro, como aquellos simples, tiene dos caras: en una de ellas está la historia de Saltatriz, en la otra, la de Diminuto. El lector puede elegir qué lado va a escuchar primero… Ah, me confundí, debí decir qué lado va a leer primero.

 

Saltatriz

Supongamos que inicia por el lado de Saltatriz. Se encuentra entonces que:

A las orillas de un disco,

bajo un sol como asterisco,

una mujer diminuta,

con labios color de fruta,

le daba al silencio brillo;

¡era toda de bolsillo!

Y así, con esos seis versos (octosílabos, pareados, de rima consonante), empieza la historia de esta bailarina mulata, que por “por su luminoso talle / era un son en plena calle”. Saltatriz aparece como un personaje muy alegre y divertido, tal como su nombre lo anuncia (una saltatriz es una mujer que baila y salta, ni más, ni menos). Y así va ella por el mundo, al menos hasta el momento en que las cosas comienzan a irle mal: Saltatriz pierde su carácter (mejor dicho: se lo quitan) y se convierte en una pobre imagen de lo que era antes.

 

Diminuto

Mientras tanto, por la otra cara del disco suena otra canción… Ah, volví a confundirme, debí decir que se cuenta otra historia, con otro personaje:

Su nombre era Diminuto

y, no sé por qué razón,

tenía en el pecho un minuto

en lugar de corazón.

Vivía en la caja de un piano

amueblado de sonidos,

siempre con trapo a la mano

para desmanchar sus ruidos.

Contada en octavillas, la historia de Diminuto es la de un extraño compositor, un personaje retraído, que se dedica de lleno a la música, hasta que una noche sale a la calle y, por dar un mal paso, termina convertido en una caricatura de sí mismo.

Estas dos historias corren en paralelo (o en cara A y cara B), hasta encontrarse. Y se encuentran de una manera perfectamente calculada, aunque no por ello sin sorpresas, en el centro del libro, donde las dos historias se funden en en una y la misma historia. Una historia de dos soledades que avanzan a través de la poesía y la música hasta un encuentro entrañable.

Este libro-álbum articula de forma precisa, con pulso de relojero, no solo esas dos historias, contadas y cantadas en verso por Antonio Granados, sino un juego de ilustraciones muy cuidadas, las logradas por Cecilia Varela, quien resalta con su trabajo los distintos momentos anímicos de lo narrado.

El lector niño disfrutará el conjunto. Y si la lectura es acompañada por un adulto, tanto mejor, pues este libro se presta para rememorar junto con los pequeños aquella época en que dábamos vuelta el disco una y otra vez para escuchar como la púa nos entregaba la música de nuestras vidas.

El libro está editado con mucho cuidado por Ediciones El Naranjo, de México.

(Nota de agradecimiento: a Mercedes Calvo que me facilitó esta lectura prestándome el libro).

La poesía, esa mella, esa criba.

A mí esto del día mundial de la poesía no se me da, aunque tengo una amiga que siempre se acuerda de saludarme en esta fecha: un ritual que, a su modo, asegura la continuidad de la amistad, supongo.

Pero hoy se me ocurrió, para destacar la fecha, que nada mejor que juntar a dos poetas de Uruguay -mujer una, hombre el otro, exiliados ambos-, de esos que uno lee siempre con atención, y sin pensar: «escuche, doña Ida Vitale, hoy es su día», «oiga don Alfredo Fressia, hoy es su día».

Y los junto en una combinación que considero impecable: a Alfredo en un ejercicio de esa noble tarea de mediación entre la poesía y el lector; a Ida como poeta consagrada, que acaba de estrenar una obra que, desde su título, nos habla de lo que es la poesía en el presente: «Mella y criba».

Dense una vuelta por el Suplemento Cultural del diario El país y hagan una lectura completa del artículo de Alfredo y de los tres poemas de Ida.

El artículo de Alfredo dice cosas contundentes, como ser:

La poesía es siempre mella -y hará mella- si realmente surge de una «fractura», de una «discontinuidad», un desvío de rumbos que conduce a algunos escritores por ese camino riesgoso. Pero la deriva no será poesía si no pasa por la criba, otro duro ejercicio de selección, agravado por la soledad en que debe ser realizado.

Y el poema de Ida Vitale que selecciono reafirma lo anterior:

Relaciones triangulares

Hace un rato
que en la encina cercana
protesta un grajo.
Mi vecina, la gata
blanquinegra e inaudible,
asoma en la ventana.
Mira al árbol
y encerrada imagina
la aventura riesgosa.
Mira al grajo y me mira.
No sabe a quién apoyo.
Para alguien que no existe
un raro trío hacemos
en tres lenguas distintas,
dos silencios y el ruido
del grajo inaccesible.

Si les va bien con estas lecturas, si les hacen mella, si logran cribar en su ánimo, si quedan con ganas de leer más, seguramente, como sucede conmigo y con esa amiga que me saluda todos los 21 de marzo, quizás renueven hoy el ritual que une al ser humano con su palabra poética. Y eso, a pesar de estos tiempos de guerra e infortunio.

 

Vitale por Fressia

El día más feliz del señor Pi

Cuando niño, solían contarme la historia del hombre más feliz del mundo. Era sencilla. Un rey que, supuestamente, lo tenía todo, de pronto se sentía infeliz y se enfermaba. Consultó con un sabio, quien le dijo que para curarse necesitaba ponerse la camisa del hombre más feliz de la tierra. El rey salió en busca del hombre más feliz y cuando lo encontró, descubrió que éste no tenía camisa. Moraleja: la felicidad es independiente de lo que uno posea, la felicidad es independiente de la riqueza, la felicidad no tiene relación con la clase social ni con el poder.

Cuando adolescente, leí el libro de Erich Fromm: Tener o ser. Ahí comencé a darme cuenta de que los vínculos entre riqueza material y pobreza espiritual (o viceversa) y las relaciones entre felicidad, posesión y poder no son tan simples como en la historia anterior, teñida toda ella de cierta ingenuidad. No obstante, Fromm es claro en cuanto a las patologías que en nuestra sociedad se generan por causa del afán de posesión, esa orientación de la personalidad hacia el tener en desmedro de las orientaciones al ser.

¿Puede la literatura infantil hacer algo para favorecer la orientación hacia el ser, corrigiendo las patologías derivadas de las orientaciones al tener? Pienso que, en principio, al menos, la literatura infantil puede cuestionar el asunto y facilitar la reflexión crítica sobre el mundo en que vivimos: un modo de vida afecto en exceso al consumo y a la apropiación privada de todo tipo de objeto convertido en mercancía.

Eso es lo que propone el álbum El día más feliz del señor Pi.

El señor Pi tenía todo: casa, trabajo, novia e incluso un perro.

Sin embargo siempre sentía que algo le hacía falta.

El señor Pi, un buen día, se queda sin nada. Esa experiencia le permitirá descubrir en qué podría radicar la felicidad, si es que esta existiera de verdad. O al menos, le permitirá descubrir el bienestar que significa, por una vez, saber que no le hace falta nada.

Escrito por Álvaro Alejandro, que despliega un humor refinado y sencillo a la vez, un humor que proviene de situaciones absurdas y delirantes; bellamente ilustrado por Aleida Ocegueda (que tiene un blog, La casa de Aleida muy bien surtido de ilustraciones y muy recomendable); cuidadosamente editado por Daniel Goldin (en la Colección Travesía de la editorial Océano): este libro permite retomar, desde el presente, aquella vieja historia del rey y el descamisado. También permite volver a problematizar, al modo de Fromm, las relaciones entre tener y ser en vistas a las orientaciones vitales más importantes que los humanos podemos adoptar en nuestras vidas. Y todo ello, sin simplificar la moraleja, que conste.

El señor Pi, ilustrado por Aleida Ocegueda

Sensemayá, la culebra

La culebra...

Es difícil escribir un poema sobre una culebra después de haber leído el famoso canto del cubano Nicolás Guillén:

Sensemayá por Nicolás Guillén
(Canto para matar a una culebra)
¡Mayombe–bombe–mayombé!
¡Mayombe—bombe–mayombé!
¡Mayombe–bombe–mayombé!

La culebra tiene los ojos de vidrio;
la culebra viene y se enreda en un palo;
con sus ojos de vidrio, en un pato,
con sus ojos de vidrio.
La culebra camina sin patas;
la culebra se esconde en la yerba;
caminando se esconde en la yerba,
caminando sin patas.

¡Mayombe—bombe–mayombé!
¡Mayombe–bombe–mayombé!
¡Mayombe—bombe–mayombé!

Tú le das con el hacha, y se muere:
¡dale ya!
¡No le des con el pie, que te muerde,
no le des con el pie, que se va!

Sensemayá, la culebra,
sensemayá.
Sensemayá, con sus ojos,
sensemayá.
Sensemayá, con su lengua,
sensemayá.
Sensemayá, con su boca,
sensemayá …

¡La culebra muerta no puede comer;
la culebra muerta no puede silbar;
no puede caminar,
no puede correr!
¡La culebra muerta no puede mirar;
la culebra muerta no puede beber;
no puede respirar,
no puede morder!

¡Mayombe—bombe–mayombé!
Sensemayá, la culebra…
¡Mayombe–bombe–mayombé!
Sensemayá, no se mueve…
¡Mayombe—bombe–mayombé!
Sensemayaá, la culebra…
¡Mayombe—bombe–mayombé!
Sensemayá, se murió!

Así y todo, no pueden decir que no lo intenté. Obviamente, mi perspectiva sobre la culebra verde es diferente a la del cubano. Quizás porque yo no corrí los riesgos de que me mordiera una y entonces pude verla como símbolo de otra cosa: el silencio de una tierra azotada.

Gracias a Darabuc por darle continuidad a esa serie, un lindo lugar donde publicar poemas para niños, sin dudas.

Mi delta y el de ella

Días atrás fui a dar con Labrys, el blog de Marisa Negri, poeta argentina que, entre las muchas cosas que hace, está eso de los festivales de «Poesía en la escuela«, una buena iniciativa que el año pasado comenzó su andadura.

Hoy, aquí quería hablar de lo que Marisa Negri viene contando en su blog sobre un proyecto muy personal, que es la reconstrucción de la casa paterna en el delta del Paraná: se trata del Proyecto Nautilus. Las entradas en su blog están etiquetadas de esa forma. Recomiendo, para quienes se interesen, que comiencen a leer por la primera entrada y avancen hasta el presente.

Sobre la parte más alta del terreno nos daba la bienvenida el último trabajo del Loco Negri: el cartel de la casa Nautilus en letras de metal recortadas sobre la madera y más allá la casa, verde, blanca, abandonada, custodiada por dos casuarinas y un inmenso panal de abejas.

Me senté en el pequeño muelle y puse los pies en el agua. Estaba en casa.

(Proyecto Nautilus / Día Uno: por Marisa Negri)

Una imagen del río (en Labrys, Proyecto Nautilus)

No sólo se encontrarán con un bello relato poético, ilustrado fotográficamente (con fotos actuales y del pasado), algo de carácter personalísimo, sino también con una peculiar mirada sobre esa zona extraordinaria de nuestra región: el delta.

Una foto histórica (en Labrys, Proyecto Nautilus)

La confluencia de los ríos Paraná, Uruguay y el Río de la Plata, conforma ese paisaje geográfico peculiar, que para mí se ha convertido en un inquietante referente literario: quizás porque no lo conozco como debería, y entonces tengo que inventármelo. De momento, los relatos, los poemas y las fotos del Proyecto Nautilus me lo acercan un poco más.

Lo recomiendo, pues: tomen su lancha y naveguen.