El 20 de diciembre pasado, en este mismo blog, en la serie de recomendaciones de lecturas, Sebastián Santana mencionó una en particular: Anina Yatay Salas, de Sergio López Suárez, publicada por la editorial Alfaguara de Uruguay. Cuando la recomendó hizo una serie de preguntas:
¿Una novela para gurises? ¿Quién dice? Y, en todo caso ¿y qué? Un viaje de ida y de vuelta, que no se termina nunca.
En breve, en nuestro país, se estará estrenando un largometraje de animación basado en esta novela (de la dirección se encargará Alfredo Soderguit, que es quien ilustró la novela). Yo le recomendaría a todo el mundo, gurises y no tan gurises, que la leyeran antes del estreno.
Les recomendaría esta novela porque estoy seguro de que, si la leen, tendrán muchas ganas de ir a ver la película. Además, la recomendaría porque estoy convencido de que si la leen se harán amigos del personaje central de la novela, esa niña de 10 o 11 años que está cursando quinto de escuela, que tiene un nombre y dos apellidos capicúas (se leen igual de adelante para atrás y de atrás para adelante), y que no sabe si eso es bueno o malo, si le gusta o no. Una niña que tiene un padre ilustrador y una madre con la que se permiten jugar juntas como «chanchos». Que admira a su maestra, una grandota de esas bonachonas que se preocupan por los niños. Pero que también siente el rigor de esas otras maestras (directora de la escuela incluida) a las que les preocupa más la disciplina que cualquier otra cosa. Una niña que, un mal día, en el recreo se pelea con otras niñas de su edad (las otras, las desconocidas, las monstruosas) y entonces se mete en un lío importante, porque por pelearse las autoridades de la escuela le imponen una extraña penitencia, tan extraña y tan misteriosa que hasta el final no sabremos en qué consiste. Una niña que tiene una amiga (su mejor amiga) que se llama Florencia, que le cuenta historias que ella anota en una cuadernola. Una niña que cree estar perdidamente enamorada de un niño que se llama Yonathan, pero que después ya veremos qué pasa. Una niña que, por sobre todas las cosas, tiene una peculiaridad: reflexiona mucho y reflexiona muy bien.
Uno podría soltar aquí una buena parrafada sobre qué es eso de «reflexionar». Me veo tentado a escribir, al modo kantiano, que la reflexión, cuando es trascendental, tiene por objeto los conceptos de identidad y diversidad, de lo interior y lo exterior, de lo racional y lo sensible, de lo bueno y lo malo. O de escribir, al modo hegeliano, que la reflexión, cuando es activa y creativa, puede sacar a luz la verdadera naturaleza de aquello que indaga y, en ese acto, reflejar a su vez la conciencia del ser pensante (por más datos en esta dirección, sugiero leer la entrada que Abbagnano dedica al concepto de «reflexión» en su célebre Diccionario de Filosofía).
Uno podría, sí, soltar esas parrafadas para entrar a considerar el carácter del personaje central de esta novela, la niña que se llama Anina Yatay Salas. Y podría soltarlas, incluso, para desentrañar el carácter general de la novela: una obra que apunta a poner una buena dosis de heroísmo en el sencillo acto de reflexionar sobre la vida cotidiana, la vida de todos los días, la vida pública y la privada.
No obstante, para zafar de esas parrafadas, prefiero hacer algo mucho más sencillo: transcribir aquí un pensamiento de Anina cuando, luego de llegar a una situación límite en su aventura, está intentando dialogar con su padre para esclarecer algunos puntos difíciles de comprensión por parte de una niña de su edad. Entonces, Anina piensa:
¿Cómo decirle que quizás es la magia de mi nombre la que me hace ver las cosas de ida y vuelta?
Y ahí está la clave de toda esta novela: Anina tiene un nombre mágico, y su magia radica fundamentalmente en la cualidad de poder ver y vivir las cosas de adelante para atrás y de atrás para adelante, justamente, reflexionando.
La novela está escrita con maestría y con una sensibilidad conmovedora. Quizás, el que fuera escrita en uno de los momentos más críticos que vivió nuestro país en la historia más reciente (la crisis del 2002) exigía exactamente eso. La novela está construida sin esquemas ni dogmatismos, sin pretender que todo quede atado y recontra explicitado. La novela hace una apuesta clara a la sensibilidad del niño (y, ¿por qué no? también a la del adulto, como especulaba Sebastián Santana al recomendarla). Está escrita de manera que deja abiertas preguntas y, además, se da el lujo de dejar abierto el final. Aperturas que le dan aire al lector de manera tal que pueda reflexionar junto con el personaje central.
Anina Yatay Salas es uno de esos libros que consagran a su autor y que tuvo (y tiene) la fuerza de hacer soñar al ilustrador con la posibilidad de no quedarse sólo con las ilustraciones sobre el papel, motivándolo para intentar darle a estas ilustraciones la animación (la vitalidad) propia del cine. Esperemos que la película esté a la altura de la novela. Si logra eso ya sería una maravilla.
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Ficha Técnica:
Anina Yatay Salas
Escrita por Sergio López Suárez
Ilustrada por Alfredo Soderguit
Editorial Alfaguara, Uruguay, 2003
100 páginas
Ilustraciones en blanco y negro
Actualización de la nota al 2 de diciembre de 2013: La novela publicada por Alfaguara en 2003 se encontraba agotada. Por estos días, luego del éxito obtenido por la película, sale a la venta una nueva edición que estará a cargo de Criatura Editora.