Lo que tiene de capicúa la novela «Anina Yatay Salas»

El 20 de diciembre pasado, en este mismo blog, en la serie de recomendaciones de lecturas, Sebastián Santana mencionó una en particular: Anina Yatay Salas, de Sergio López Suárez, publicada por la editorial Alfaguara de Uruguay. Cuando la recomendó hizo una serie de preguntas:

¿Una novela para gurises? ¿Quién dice? Y, en todo caso ¿y qué? Un viaje de ida y de vuelta, que no se termina nunca.

En breve, en nuestro país, se estará estrenando un largometraje de animación  basado en esta novela (de la dirección se encargará Alfredo Soderguit, que es quien ilustró la novela). Yo le recomendaría a todo el mundo, gurises y no tan gurises, que la leyeran antes del estreno.

Anina Yatay Salas

«Anina Yatay Salas», novela de Sergio López Suárez (Editorial Alfaguara, Uruguay, 2003).

Les recomendaría esta novela porque estoy seguro de que, si la leen,  tendrán muchas ganas de ir a ver la película. Además, la recomendaría porque estoy convencido de que si la leen se harán amigos del personaje central de la novela, esa niña de 10 o 11 años que está cursando quinto de escuela, que tiene un nombre y dos apellidos capicúas (se leen igual de adelante para atrás y de atrás para adelante),  y que no sabe si eso es bueno o malo, si le gusta o no. Una niña que tiene un padre ilustrador y una madre con la que se permiten jugar juntas como «chanchos». Que admira a su maestra, una grandota de esas bonachonas que se preocupan por los niños. Pero que también siente el rigor de esas otras maestras (directora de la escuela incluida) a las que les preocupa más la disciplina que cualquier otra cosa. Una niña que, un mal día, en el recreo se pelea con otras niñas de su edad (las otras, las desconocidas, las monstruosas) y entonces se mete en un lío importante, porque por pelearse las autoridades de la escuela le imponen una extraña penitencia, tan extraña y tan misteriosa que hasta el final no sabremos en qué consiste. Una niña que tiene una amiga (su mejor amiga) que se llama Florencia, que le cuenta historias que ella anota en una cuadernola. Una niña que cree estar perdidamente enamorada de un niño que se llama Yonathan, pero que después ya veremos qué pasa. Una niña que, por sobre todas las cosas, tiene una peculiaridad: reflexiona mucho y reflexiona muy bien.

Uno podría soltar aquí una buena parrafada sobre qué es eso de «reflexionar». Me veo tentado a escribir, al modo kantiano, que la reflexión, cuando es trascendental, tiene por objeto los conceptos de identidad y diversidad, de lo interior y lo exterior, de lo racional y lo sensible, de lo bueno y lo malo. O de escribir, al modo hegeliano, que la reflexión, cuando es activa y creativa, puede sacar a luz la verdadera naturaleza de aquello que indaga y, en ese acto, reflejar a su vez la conciencia del ser pensante (por más datos en esta dirección, sugiero leer la entrada que Abbagnano dedica al concepto de «reflexión» en su célebre Diccionario de Filosofía).

Uno podría, sí, soltar esas parrafadas para entrar a considerar el carácter del personaje central de esta novela, la niña que se llama Anina Yatay Salas. Y podría soltarlas, incluso, para desentrañar el carácter general de la novela: una obra que apunta a poner una buena dosis de heroísmo en el sencillo acto de reflexionar sobre la vida cotidiana, la vida de todos los días, la vida pública y la privada.

No obstante, para zafar de esas parrafadas, prefiero hacer algo mucho más sencillo: transcribir aquí un pensamiento de Anina cuando, luego de llegar a una situación límite en su aventura, está intentando dialogar con su padre para esclarecer algunos puntos difíciles de comprensión por parte de una niña de su edad. Entonces, Anina piensa:

¿Cómo decirle que quizás es la magia de mi nombre la que me hace ver las cosas de ida y vuelta?

Y ahí está la clave de toda esta novela: Anina tiene un nombre mágico, y su magia radica fundamentalmente en la cualidad de poder ver y vivir las cosas de adelante para atrás y de atrás para adelante, justamente, reflexionando.

La novela está escrita con maestría y con una sensibilidad conmovedora. Quizás, el que fuera escrita en uno de los momentos más críticos que vivió nuestro país en la historia más reciente (la crisis del 2002) exigía exactamente  eso. La novela está construida sin esquemas ni dogmatismos, sin pretender que todo quede atado y recontra explicitado. La novela hace una apuesta clara a la sensibilidad del niño (y, ¿por qué no? también a la del adulto, como especulaba Sebastián Santana al recomendarla). Está escrita de manera que deja abiertas preguntas y, además, se da el lujo de dejar abierto el final. Aperturas que le dan aire al lector de manera tal que pueda reflexionar junto con el personaje central.

Anina Yatay Salas es uno de esos libros que consagran a su autor y que tuvo (y tiene) la fuerza de hacer soñar al ilustrador con la posibilidad de no quedarse sólo con las ilustraciones sobre el papel, motivándolo para intentar darle a estas ilustraciones la animación (la vitalidad) propia del cine. Esperemos que la película esté a la altura de la novela. Si logra eso ya sería una maravilla.

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Ficha Técnica:
Anina Yatay Salas
Escrita por Sergio López Suárez
Ilustrada por Alfredo Soderguit
Editorial Alfaguara, Uruguay, 2003
100 páginas
Ilustraciones en blanco y negro

Actualización de la nota al 2 de diciembre de 2013: La novela publicada por Alfaguara en 2003 se encontraba agotada. Por estos días, luego del éxito obtenido por la película, sale a la venta una nueva edición que estará a cargo de Criatura Editora.

Nueva edición de la novela "Anina Yatay Salas" en Criatura Editora, Diciembre de 2013.

Nueva edición de la novela «Anina Yatay Salas» en Criatura Editora, Diciembre de 2013.

Dos de mis libros en la tienda de Amazon

A partir de hoy, dos de mis libros están disponibles en la tienda de Amazon. El precio es razonable 2.68 euros cada uno.

Se trata de «Garabatos y ringorrangos» (libro de poesía para niños, ilustrado por José Alberto Caja):

«Garabatos y ringorrangos» en la tienda de Amazon.

y también «Artes adivinatorias» (libro de poesía para grandes, ilustrado por Fernando de la Iglesia):

«Artes adivinatorias» en la tienda de Amazon.

Ideal para Kindle y tablets. Acceden a ellos haciendo clic en las imágenes. Que los disfruten.

El colibrí caído: ¿novela?

El miércoles pasado apareció en la puerta de casa, bajo un laurel frondoso, un pequeño colibrí. Había caído en el piso, y si se salvó del ataque de los gatos fue por pura casualidad.

Al día de hoy, aún no sé si es hembra o macho: creo que es hembra, por algunas características de su plumaje. No sé si es pichón (tiene todo el plumaje, lo que indica cierto crecimiento) o un pájaro ya maduro (es un poco más pequeño que los colibríes que andan en la vuelta del jardín). No sé si está sano o tiene algún problema en las alas: por lo pronto, su aleteo es débil y desprolijo, y apenas se puede movilizar.

El colibrí caído

Al principio, antes de incorporar la jeringuilla para alimentarlo, le daba de comer con el dedo.

He consultado a través de las redes sociales sobre cómo criarlo, alimentarlo, abrigarlo, prestarle asistencia para que pueda volar e irse por ahí. Me han dado consejos de los más variados. Algunos los intenté poner en práctica. Otros los descarté.

De momento, solo lo alimento (con una mezcla de agua y azúcar) e intento que vuele: lo empujo a ello, pero no hay caso.

La gente en general se entusiasmó con esta experiencia que, lo reconozco, no es frecuente. Como además de las consultas he ido posteando a diario cómo evoluciona el pájaro, se generó una cierta expectativa. Los contactos de mis redes sociales van siguiendo el caso, como si se tratara de una novela por entregas. Y este es el punto: alguien me escribió en un comentario: «es para una novela».

Ello motiva la reflexión de ahora: a mi real saber y entender, contar una historia que atraiga la atención del público exige mantener una suerte de suspenso en torno a un conflicto determinado y a un héroe que lo sostenga. En este caso, el conflicto central está dado por la supervivencia del animal: ¿va a sobrevivir o morirá? Cuando vuelvo de mi trabajo o cuando me despierto por la mañana no dejo de mirar adentro de la caja donde lo acondicioné para saber si sigue con vida o si murió. Otra subtrama es sostenida por la pregunta de si va a poder volar o está condenado a ser un torpe caminante, como el albatros de Baudelaire, ave ridícula en su andadura sobre la cubierta de un barco.

El colibrí al lado de su caja, su casa.

Así puesta la historia, el héroe es el colibrí. Mi papel se reduce a ser un ayudante. No obstante, muchos de los seguidores se empecinan en hacer de mí el héroe, y se preguntan: ¿lo va a adoptar como mascota o no?; ¿va a lograr su objetivo de cuidar al animal y lograr que vuele o lo abandonará a la primera de cambio?

No tengo madera de héroe. Al menos no en estos menesteres. Y además, coincido con la apreciación de una amiga, que días atrás me decía que «con todas las cosas que hay para hacer, mire que andar uno preocupado por la suerte de un pajarito». Ella subrayaba lo inútil de la tarea. Y en esa inutilidad, un sinsentido. Tiene razón: el mundo parece resquebrajarse a diario, cada vez son más los problemas sociales y cada vez son más graves.

Sí, tiene razón: hay una cantidad de cosas para hacer de una utilidad mucho mayor que cuidar a un colibrí, que quizás este condenado a morir en breve. En lo personal, incluso, tengo varios trabajos que atender. Trabajos que no pueden esperar por la sanación de un ala de colibrí o el aprendizaje de las artes de vuelo de este picaflor verde, que así es como se lo identifica en nuestro país: Chlorostilbon lucidus (es el nombre científico); la wikipedia lo identifica como Chlorostilbon aureoventris; los brasileros lo llaman de una manera muy llamativa: besourinho-de-bico-vermelho.

Sí, es cierto: hay muchísimas cosas más importantes para hacer que cuidar a un colibrí. Podría enumerar una lista larguísima, pero no ahora, porque tengo que ir a darle su cuota de agua con azúcar al bicho este. No ahora, porque tengo que continuar con esta fábula.

Permiso.

200

Esta es la entrada número 200 de Garabatos y ringorrangos. Y se da que, a la par de publicar esta entrada, el blog está por recibir las 40.000 visitas.

No es ningún mérito extraordinario. Un blog, de esos que influyen en la web de habla hispana, recibe en un día todas las visitas que GyR recibió desde que fue abierto, hace ya más de dos años.

Pero este blog es muy particular y específico: ya por las temáticas que aborda, ya porque tiene el carácter de los blogs personales, de esos misceláneos, perfilado apenas por el hecho de que quien lo administra es un escritor. Así que, a la luz de los resultados numéricos, entiendo que no está nada mal mantenerlo como medio de comunicación.

Un cálculo rápido nos llevaría a pensar que cada entrada del blog ha recibido unas 200 visitas (para seguir con el número que da título a esta entrada: 40.000/200=200). Pero eso es falso. El reparto de visitas entre las entradas de este blog es muy desparejo. Algunas entradas no han recibido más que tres o cuatro visitas, mientras que otras, ya porque acaparan la atención de los buscadores o ya porque fueron muy repicadas en las redes sociales, son mucho más concurridas.

Para empezar, muchas visitas van directo a la «home page». Casi una cuarta parte del tráfico del blog sucede así, sin dirigirse a ninguna página o entrada en particular (la «home page» de GyR registra unas 9.000 visitas) .

Luego están las entradas que reciben más visitas a partir de búsquedas puntuales o porque han sido repicadas por ahí. Entre estas,  hay una en particular que se destaca por su concurrencia y por permanecer en el tiempo con varias visitas a diario:

Trece instrucciones para ayudar a leer al niño 3.288

3.288 visitas, al día de hoy, hablan de una entrada a la que llega mucha gente buscando la forma de ayudar a sus hijos a leer. Ese texto, además, fue replicado en varios sitios de internet y, lo confieso, es un texto que me enorgullece más que muchas otras cosas que escribí. No obstante, a menudo, me quedo pensando que debe ser una lástima que mucha gente que llega a esa página buscando una receta mágica, unas «instrucciones», se va de ella con las manos vacías. Lo siento…

A esa entrada la sigue en audiencia una muy particular:

Darabuc 1.674

Lo raro de esta última entrada es que muchas de las 1.674 visitas llegan a ella a través de búsquedas con palabras claves relacionadas con «tucu tucu»: al día de hoy no sé si buscan información sobre el roedor o sobre el grupo musical. En todo caso, si buscaran a Darabuc, lo encontrarían en su blog de manera mucho más rápida: es un blog muy visitado (y de una excelente andadura).

Finalmente, en orden decreciente, algunas de las otras entradas más visitadas:

Poesía y escuela (III): segundo grado 911
Ilustradores, escritores, ¿autores?: un intercambio 702
Dumas Oroño (1921 – 2005): un recuerdo personal 632
Un viaje alrededor del niño, del libro, del mundo 630
Feria del Libro Infantil y Juvenil de Montevideo 564
Perroflautas 538
Quiere a ese perro: poesía y escuela (II) 480
Chiquillada 475
Diminutivos: ¿empatía o menosprecio? 467

Al repasar los números, veo que una de las cosas más importantes es que la permanencia en el tiempo le dio al blog una presencia en la blogosfera (y en general en la web) que lo hace atractivo: durante el primer año, el blog no recibía más de 10 o 15 visitas por día; en los últimos seis meses, el tráfico es de unas 80 a 100 visitas diarias. La gráfica siguiente es elocuente sobre la evolución del tráfico de visitas en el blog (mes a mes):

Crecimiento: el mes a mes de GyR desde junio de 2009 al presente

Publico esta información para alentar a aquellos que recién empiezan con sus blogs a no bajar los brazos por recibir al principio pocas visitas. La continuidad es clave en cualquier proyecto de este tipo: y la continuidad, de seguro, la da el saber que estamos escribiendo lo que queremos (y no tanto la cantidad de visitas, que después llegan o no, dependiendo de factores muy azarosos).

Pero estos números no dicen lo más importante. Cuando abrí el blog le propuse un objetivo:

Garabatos y ringorrangos cumplirá para mí con lo que se puede esperar de un blog: tendrá algo de diario, algo de estantería y algo de bitácora de viaje.

Creo que eso lo va cumpliendo bastante bien. Además, y este es el asunto por el cual hoy ventilo estos números y hago esta suerte de balance, el blog ha generado un intercambio con un número de lectores más o menos permanentes, lectores que para mí son interlocutores válidos en la red.

Quería compartir con ellos (con ustedes, sí; contigo) esta información, para que también sepan adónde entran cuando entran a GyR, y para que sepan que son y serán siempre bienvenidos: están avisados.

Y ahora, pasemos a la entrada 201, que esto no para…

Ecos de «El devorador de paisajes»

Se me pasó en su momento referir la reseña que escribe Pedro Peña sobre «El devorador de paisajes» en ese magnífico blog que es Club de catadores.

Y ahora repasaba la nota que escribe Jahey en su blog de Lecturas, donde debate algunos aspectos de la reseña de Peña y da sus propias impresiones sobre el libro.

El devorador de paisajes (cuentos) - Estuario Editora, Montevideo, Uruguay, 2011.

De esta última nota, lo que más me gustó, fue que señalara que el último cuento del libro, que es el que le da título al conjunto, tiene un tratamiento narrativo que lo ubica en lo que sería la literatura para niños y jóvenes.

No discrepo en eso con el comentarista. De hecho, cuando comencé a escribir ese cuento, estaba convencido de que era un cuento para niños. Luego, cuando lo terminé de escribir, dudé. No leo el comentario de Jahey como despectivo (ni siquiera sé si esa fue la intención del comentarista: más bien tiendo a pensar que lo leyó con atención y captó ese perfil del cuento).  Por el contrario, tomo su comentario como un elogio.

Soy de los que piensan que la literatura para niños es aquella que está lo suficientemente bien escrita como para que un niño la pueda leer. En esa dirección, la nota de Jahey me viene muy bien para reafirmarme en lo que es mi actual trabajo de escritura: escribir lo que tengo necesidad de contar (o cantar) y que luego sean los lectores (y antes los editores) quienes digan si es válido para chicos o grandes.

En estos días estoy leyendo los Cuentos selectos de Mark Twain: desafío a los lectores de este blog a que me digan que los cuentos que integran esa selección de Twain no son para niños, o que no son para grandes. (Y esto lo escribo sin la pretensión de compararme con este maestro: lejos de mí esa soberbia.)

Dicho lo anterior, agradezco los ecos de «El devorador de paisajes»: bienvenidas esas lectura atentas.