Este texto es muy largo para la entrada de un blog. Lo sé. Pero no podía hacerlo más corto. Por eso, voy a decir de primera algunas cosas: el cuento «Hansel y Gretel» es reaccionario, patriarcalista y misógino; contiene lo peor del romanticismo, y lo contiene todo junto. Listo.
Ahora intentaré argumentar por qué pienso eso sobre este clásico de la LIJ.
Todos sabemos que los Hermanos Grimm, Jacob (1785-1863) y Wilhelm (1786-1859), escribieron este cuento a partir de versiones que se narraban en forma oral desde antaño. Si bien recogieron un cuento tradicional, ellos son los autores del texto, en el sentido en que le dieron una forma literaria precisa. Una historia como la de ″Hansel y Gretel″ recoge una larga tradición de cuentos populares que venían transmitiéndose desde vaya uno a saber qué exacto período histórico.
Supongamos, sin mucho rigor, que se trata de un cuento medieval, que tuvo algunos siglos de existencia, cuatro o cinco, tal vez, antes de ser publicado por los Grimm en 1812, en esa colección de cuentos que llevó por título: «Kinder- und Hausmärchen» («Cuentos para la infancia y el hogar«). Otra versión, modificada, se publicó en 1857. La escritura de las versiones de los Grimm se da en pleno período de auge romántico, y en pleno debate del romanticismo con la ilustración. No olvidemos lo que Ana Garralón subraya en su «Historia portátil de la Literatura Infantil«: «Frente al absolutismo y la primacía de la razón, característicos de la Ilustración y provenientes de Francia, surgió en otros países el deseo de recurrir a fuentes propias de inspiración y de mirar hacia el pasado«. Y esto, de última, es lo que pesa en la escritura y re-escritura del cuento: se está, de algún modo, enfrentando la Ilustración.
Sabemos, además, que de los dos hermanos fue Wilhelm el que continuó revisando y editando la historia hasta llegar a la versión que luego resultó canónica: la que publicó en la edición de 1857. Otros se encargarían luego de cortarla y recortarla, adaptándola y deformándola para el buen (o el mal) gusto de las generaciones posteriores, pero de eso no me haré cargo aquí. Lo que subrayo es que los Grimm escribieron una versión y luego otras: vale decir, trabajaron de manera muy consciente sobre la versión final del cuento.
Un estudio comparativo entre la versión de 1812 y la de 1857 dejaría ver cómo evolucionó, en apenas medio siglo, la mentalidad y la sensibilidad del escritor, a la vez que editor, quien al publicar la primera edición no pensaba que se tratara de un libro «para niños». Tal como cita Ana Garralón en su «Historia portátil«, en el prólogo de la primera edición W. Grimm escribió: «El libro no está escrito para los niños, aunque, si les gusta, tanto mejor«. Pienso que al publicar la última edición, Grimm ya debía de estar convencido del destino infantil de sus cuentos.
La comparación entre las dos versiones también podría arrojar pistas sobre cómo evolucionó la cultura alemana, o la de los países centrales y dominantes, en ese corto período de tiempo que se correspondió nada menos que con la transformación de la burguesía en clase dominante en el plano político. Si consideramos los tomos de historia que escribió Eric Hobsbawm, veremos que la primera versión del cuento se publicó en la Era de la Revolución (1789-1848), mientras que la última versión se publicó en la Era del Capital (1848-1875). La última versión, en definitiva, se corresponde con la existencia de una clase burguesa asentada en el poder, con su ideología patriarcal-familialista consolidada, y con una particular idea acerca de qué era (y qué debía ser) la infancia: cómo socializarla, cómo individualizarla, cómo educarla y qué libros poner a su disposición (véase al respecto el ensayo de Zohar Shavit: «La noción de niñez y los textos para niños». Revista Criterios, La Habana, nº 29, enero-junio 1991, pp. 134-161). Pero en todo caso, el cuento no hará más que dar una idea de cómo un escritor de esa época lidió con las ideas en pugna acerca de todos estos temas. Entre los procesos históricos y las formas que adopta la mentalidad individual de un escritor hay muchas mediaciones, y eso no se puede dejar de lado al considerar una obra en particular.
Los cambios entre la primera versión de «Hansel y Gretel» y la otra, la de 1857, no son tan significativos. Se puede decir que la segunda versión es más «suave», en la medida en que se deja de hablar de la «madre» de los niños y se la transforma en la «madrastra». Se puede ver cómo se incorpora una escena importante en la trama, cuando en el desenlace del cuento los niños vuelven a casa y deben atravesar un río sobre un pato blanco (un cisne, en fin). Se puede ver un poco más ornamentada la retórica del texto. Pero en lo sustantivo, el cuento de 1857 sigue siendo el mismo que el de 1812. ¿Es, a su vez, el mismo que contaban las y los narradores orales de la edad media? Eso ya no lo podemos saber.
Respecto de la situación de la infancia en la edad media, dice Aries en su libro clásico, «El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen«: «Cabe pensar más bien que en esa sociedad no había espacio para la infancia. (…) la infancia era una época de transición, que pasaba rápidamente y de la que se perdía enseguida el recuerdo«. Esto es clave para entender el significado de «Hansel y Gretel«: se trata, sin lugar a dudas, de un cuento de iniciación, un relato de pasaje desde la infancia a la vida adulta.
Si para los cuentos tradicionales sigue siendo válida la tesis de Piglia de que un cuento siempre cuenta dos historias, entonces, este cuento, en una de sus líneas narrativas centrales, relata una historia sobre el modo en que dos hermanos se inician, y de una buena vez, en la vida adulta. He ahí la historia aparente. He ahí una visión sobre la infancia, propia del período romántico, heredada de la edad media, y tal como fue procesada por los Grimm.
Pero esa es sólo la historia que se nos cuenta en el primer plano. La otra historia, la historia secreta que también relata este cuento, trata sobre el modo en que un matrimonio dirime sus vínculos conflictivos, entre sí y respecto del poder vigente, cómo lo hace en el marco de una crisis social y económica agudizada, y cómo utilizan a sus hijos a tales efectos. Cuando digo «utilizan a sus hijos», me refiero a que los predisponen como objetos en disputa para resolver, en el marco del conflicto de sexo-género, los respectivos roles del hombre y de la mujer en la labor sistémica de reproducción biológica y cultural de la sociedad. La socialización de los niños, más allá de su alimentación y el cuidado de la salud, ha sido uno de los roles de la familia en torno al cual se juega también el vínculo entre hombres y mujeres, los respectivos status de sexo-género, los roles que se juegan en el orden familiar y social.
En la utilización que se hace de los niños, en este relato, por parte del mundo adulto, se encuentran los puntos de cruce entre las dos historia: la aparente, la de iniciación de los niños a la vida adulta; y la secreta, la del juego de poder conyugal. Dos historias superpuestas que fundamentan la construcción del cuento como unidad, y que, en definitiva, develan su carácter reaccionario, patriarcalista y misógino.
Vayamos más despacio.
En la historia aparente tenemos a dos hermanos que son expulsados de su hogar y empujados al bosque. Los padres, incapaces de afrontar las realidades del mundo exterior a la vida doméstica, ya no pueden hacerse cargo de ellos. A los niños les quedan dos opciones: sobreviven por sus propios medios, o sea, se vuelven adultos, o mueren en el intento. Ese conflicto sostendrá la construcción de la historia aparente. En una primera instancia, la argucia del hermano, Hansel, evita la prueba y frena el proceso de iniciación. Los niños son abandonados en el bosque, pero Hansel logra poner en juego su treta con los guijarros y volver al hogar, conduciendo a su hermana Gretel. En términos simbólicos, el niño no quiere dejar atrás su condición infantil y dependiente de los progenitores, y lo logra mediante su astucia.
Mucho se ha especulado, desde una perspectiva psicologista, sobre el significado de estos cuentos clásicos en lo que respecta a la evolución del individuo en sus aspectos conscientes e inconscientes:
Tan pronto como surge al mundo real, el héroe del cuento de hadas (niño) puede encontrarse a sí mismo como una persona de carne y hueso, y entonces hallará, también, al otro con quien podrá vivir feliz para siempre; es decir, no tendrá que experimentar de nuevo la angustia de separación. Este tipo de cuentos está orientado de cara al futuro y ayuda al niño —de un modo que éste puede comprender, tanto consciente como inconscientemente— a renunciar a sus deseos infantiles de dependencia y a alcanzar una existencia independiente más satisfactoria.
Bettelheim, Bruno (1976): Psicoanálisis de los cuentos de hadas. Ed. Grijalbo, Barcelona, 1986.
Sabemos, y entendemos, que los cuentos de hadas «hablan en el lenguaje de los símbolos y no en el de la realidad cotidiana«. El bosque, en un sentido simbólico clave, no es otra cosa que la ausencia de amparo. El bosque es el mundo exterior para la sociedad, es la naturaleza no dominada por la cultura, es el lugar adonde las leyes no llegan. Por allí se pasa: se está en tránsito. Allí se miden las fuerzas. Allí el niño se hará hombre y la niña, mujer. De allí se sale adulto, o no se sale. Allí no hay reglas. Allí habitan las brujas.
Las brujas son un problema, en general, en todas las historias (las fantásticas, pero también las reales) que intentan reconstruir antropólogos e historiadores. En la historia de «Hansel y Gretel«, la bruja son dos problemas en particular. Un problema es su estatus en relación con el pasaje de la infancia a la edad adulta que protagonizan Hansel y Gretel: eso en la historia aparente. Otro problema es su estatus en referencia con la consolidación del matrimonio y de la familia patriarcal: eso en la historia secreta. Si el punto de contacto entre las dos historias está dado por cómo el mundo adulto utiliza a los niños, ya veremos de qué modo se resuelve el problema de la brujería en esta historia: por lo pronto, la eliminación de la bruja es la clave, pues es, justamente, el momento en que los niños dejan de ser usados y se hacen cargo de la situación. Y ahí, poco importa que sea la madre o la madrastra la que muere al final: lo que importa es que muere la bruja, figuración indiscutible de un poder femenino que escapa a la dominación del hombre, y que por ello genera tanto temor (y tanto rechazo).
Las brujas actúan casi siempre de noche. Desde que el día es masculino como símbolo de la acción y la claridad de ideas (racionalismo), la noche es femenina, y no sólo por su supuesta pasividad. La noche es inquietante porque da pie a la reflexión y el pensamiento, favorecidos por el silencio, la penumbra y la paz reinante”.
Victoria Sau, 1981, “Diccionario ideológico feminista”, Ed. Icaría, 2ª. ed. 1990.
Que en la historia aparente la bruja se disponga a comer a los niños es símbolo de que esos niños ya tienen «alma» (una personalidad propia). El canibalismo, en estos relatos, y referidos a la brujería, no puede entenderse de otro modo que no sea como la disputa por el «espíritu animado», el «alma», del sujeto a ser devorado. Sobre el canibalismo es poco lo que la antropología puede llegar a afirmar de manera tajante. El canibalismo es un tabú del cual no se ha logrado dar una explicación satisfactoria y unívoca. Su atribución a las brujas no fue otra cosa que un elemento más en la demonización de la que fueron objeto por parte de las autoridades religiosas (católicas o protestantes). En todo caso, en el contexto del cuento, su significado es claramente simbólico. Los niños, Hansel y Gretel, en su lucha por convertirse en adultos, ponen en juego su alma. Y al triunfar, al salvar sus almas frente a la bruja, también logran que el niño lector empatice con ellos.
Podemos preguntarnos si la opinión de Chesterton acerca de la inocencia infantil es acertada pero, de todos modos, tiene mucha razón al indicar que el valor que la mente madura concede a la compasión frente a las injusticias desconcierta al niño. Además, para sentirse aliviado, es necesario no sólo que se haga justicia (compasión en el caso de oyentes adultos), sino que este alivio es, además, una de sus consecuencias.
El niño considera adecuado que el destino del personaje perverso sea, precisamente, el que él mismo deseaba para el héroe, como la bruja de «Hansel y Gretel» que deseaba cocinar a los niños y cae finalmente a las llamas (…). Para sentirse aliviado es necesario que se restablezca el orden correcto en el mundo, lo que significa que el personaje cruel debe ser castigado, es decir, que el mal debe ser eliminado del mundo del héroe, y así ya nada podrá impedir que éste viva feliz para siempre”.
Bruno Bettelheim (obra citada).
La bruja encarna al mal. ¿De qué mal se trata? Sabemos que la bruja fue (es) la oposición al poder patriarcal. La bruja es símbolo de la comunidad de mujeres que se organiza al margen de la ley y de la religión dominante, la que resiste las imposiciones del poder feudal y católico, la que hace del cuerpo y del deseo un valor más allá del orden falocéntrico, la que tiene el poder de humillar la virilidad masculina. La bruja es la mujer que hace dudar al poder del hombre. No es casualidad que al inicio del cuento de «Hansel y Gretel» sea la madre-madrastra la que hace trastabillar al padre en sus convicciones paternales una y otra vez. Es ella la que lo convence de enviar a los hijos al bosque (¿la que impulsa a los niños a independizarse? ¿la que sabe que en el bosque están las riquezas y la promesa de felicidad, tal como puede ser representada por la casa «hecha de pan y cubierta de bizcocho«?). Es ella la que, cuando los niños logran regresar al seno de la familia, desbarata la astucia de Hansel para que eso no se repita. Y si la madre-madrastra es la bruja, también es ella la que debe ser eliminada por los niños para que el orden patriarcal se restablezca luego de haber trastabillado.
En esa acción, al eliminar a la bruja, los niños habrán de confirmar de qué lado del orden están y si efectivamente están preparados para ingresar al mundo adulto y reforzarlo. No es casualidad, tampoco, que en el cuento sea Gretel, la niña, quien da el último empujón a la bruja para echarla al horno. Gretel, que hasta ese momento había sido dirigida y subordinada por Hansel, es la que tiene que definir, en su rol de género, el destino final de la mujer. Es ella, en definitiva, la que echa a la bruja al fuego, la que la elimina.
Estos niños (Hansel y Gretel) llegan a un estadio superior de desarrollo desde el momento en que la bruja es presa de las llamas hasta morir, lo cual está simbolizado por los tesoros que obtienen. En este caso, como ninguno de los dos está en edad de contraer matrimonio, la creación de relaciones humanas, que eviten la angustia de separación para siempre, no está representada aquí por el hecho de casarse, sino por el regreso feliz a casa del padre, donde —tras la muerte del otro personaje malvado, la madre— «se han esfumado todas las preocupaciones y pueden vivir juntos y felices para siempre».
Aquí me alejo bastante de lo que interpreta Bettelheim, a mi gusto muy ingenuamente. Entiendo que no es coincidencia, pues, que cuando Hansel y Gretel regresan al hogar, la madre-madrastra también haya muerto. En el plano simbólico es claro que para llegar a ese ″estadio superior″ (el adulto, patriarcal y familialista, cosa que Bettelheim omite explicitar) los niños tuvieron que eliminar, a fuego vivo, a la bruja y a la madre-madrastra: una y la misma.
Cuando uno lee el cuento hoy en día, no puede menos que preguntarse: ¿por qué estos dos niños perdonan al padre? ¿Por qué, siendo que el padre fue cómplice y ejecutor del plan de abandonarlos, dejarlos librados a su suerte, ellos regresan al hogar y le entregan a él todas las riquezas que expropiaron a la bruja? El mensaje no puede ser más claro. A ellos les corresponde, luego de pasar por la prueba iniciática de convertirse en adultos, restablecer lo que en el fuero íntimo de la infancia no puede dejar de estar presente nunca: el poder real es del padre, es del hombre, y a es a él que hay que afirmarlo, sean cuales sean las circunstancias, fuera cual hubiere sido su accionar. El poder del padre (el patriarcado), de última, una vez que se ha eliminado al mal, encarnado aquí por la mujer desviada (la bruja, la que no logra acceder al alma de los niños) no puede ponerse en duda.
Coincido con Darabuc en la valoración que hace sobre la edición de este cuento editado por Libros del Zorro Rojo con ilustraciones de Lorenzo Mattotti, quien habría «ilustrado Hansel y Gretel de un modo tan radical como, a mi juicio, acertado: únicamente con negro sobre blanco y una mayoría de trazos gruesos entrelazados que responden muy bien a un cuento esencialmente de miedo«. Y aunque mi lectura del cuento no coincida con la suya, sí creo que podríamos llegar a coincidir en un aspecto: la fuente de ese miedo está «en el brutal desamparo de los niños» frente a los juegos de poder que se cuecen al interior de las relaciones familiares, donde poco importa si se trata de «una madrastra inhumana y un padre inútil» o de cualquiera otra variante, más o menos violenta, más o menos sutil, siempre inestable, al uso de los tiempos actuales. En todo caso, el negro sobre blanco de las ilustraciones nos habla de que hay oposiciones tajantes que siguen ahí.
No sé hasta qué punto se puede atribuir a los hermanos Grimm el haber contribuido decididamente a la construcción social y cultural de la infancia tal como hoy la conocemos, o si, de algún modo, ellos fueron condicionados por los procesos sociales y culturales que venían pautando esa construcción. Sí me queda claro que la vigencia de este clásico nos habla de un proceso de construcción social y cultural de la infancia determinado que, aún en la actualidad, y más allá de las posibles modificaciones y distensiones, permanece. La lectura de este cuento, descarnado y violento, puede ayudar a reflexionar sobre los aspectos más oscuros de una realidad histórica: de poco serviría darle color a lo que no lo tiene.