
No sé si existe algo así como «la nueva narrativa uruguaya». Sé que se han hecho esfuerzos por intentar reunir colecciones de cuentos de autores que más o menos nacieron por las mismas fechas en este país. Claro que eso, más allá o más acá de una labor de recolección y clasificación, no define una generación. Y es que tampoco está claro que hoy día pueda definirse una generación de escritores en cualquier parte, y si hacerlo puede o no servir de algo: promocionar un paquete de lecturas o denostar un paquete de escrituras, o viceversa.
Hay que asumirlo: estamos en una época en la que no es fácil proponer coordenadas hegemónicas o series de nociones indiscutibles a partir de las cuales instaurar un intercambio entre lectores y escritores en pos de codificar o decodificar el mundo o la aldea en que vivimos. Para subsanar esta situación, algo interesante es aproximarse a las redes sociales que se van tejiendo en distintas partes: saber lo que otros leen; saber lo que otros escriben; e intercambiar sobre eso.
Las redes sociales en torno a la lectura y la escritura se trazan más por afinidad que por principios o por categorías. En general, las redes sociales no pueden masificarse, en cuyo caso dejarían de ser tales para pasar a ser medios de comunicación de masas. Las redes sociales requieren un intercambio entre los participantes que no puede superar cierto umbral de atención. Hay quien dice que ese umbral es de unos cien integrantes, más o menos. Yo pienso que cien quizás ya sean demasiados (pero bueno, eso también va en cómo participan los involucrados en las redes).
¿Y a qué voy con todo lo anterior? A decir que hoy he descubierto que un grupo de escritores uruguayos (primera condición de afinidad), cuyas edades oscilan entre los 25 y 35 años (segunda condición de afinidad), que no residen en la capital del Uruguay, sino en ciudades del interior (¿tercera condición de afinidad?), que intercambian entre sí conclusiones y valoraciones acerca de sus lecturas (cuarta condición de afinidad: se asumen como escritores-lectores, y eso no es poca cosa en la actualidad), y que se han subido a la internet sin mayores prejuicios (quinta condición: casi todos son blogueros), este grupo, iba a decir, se ha jugado a abrir una bitácora en la cual escriben sus pareceres acerca de lo que leen. Me refiero al Club de Catadores.
La riqueza del blog, así la veo, radica en lo que publican distintos escritores, que escriben allí reseñas prolijas de libros, donde al comentario se agrega una cita de la obra en cuestión y una calificación, diciendo si ésta es mala, regular, buena, o muy buena. Y también radica en los comentarios, donde además de aparecer la opinión de los integrantes del equipo de redacción (esto último quizás suene un poco rimbombante para un blog, pero hay que ir acostumbrándose) se suman otras voces de otros escritores que cumplen con las condiciones de afinidad del emprendimiento (otro palabrón rimbombante).
No cumplo con la segunda ni con la tercera de las condiciones de afinidad, pero me sumo a la lectura del blog, e invito a quienes tengan ganas de seguirlo a que no se queden atrás.
Los promotores del blog: Leonardo Cabrera (San José, 1978); Pedro Peña (San José, 1976); Damián González Bertolino (Punta del Este, 1980); Leonardo De León (Minas, 1984); Ignacio Fernández de Palleja (Treinta y Tres, 1978). Entre los seguidores que comentan pude detectar a Fernanda Trías (Montevideo, 1976) que escribió una de las novelas más inquietantes del inicio de siglo (La azotea, 2001).
Volviendo a lo del principio: no sé si existe algo así como una nueva narrativa uruguaya, pero en este Club de Catadores se han juntado un buen puñado de cultores de la escritura y la lectura que tienen algo para decir. Y en eso andan.
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