Hay momentos en los que el ejercicio autoritario del monopolio del poder estatal en contra de la población civil se demuestra como un absurdo. Asumir la dimensión del absurdo provoca humor, incluso cuando el trasfondo puede ser dramático. De eso va este libro que hoy, de manera muy especial y acorde a los tiempos que vivimos en Cataluña, queremos recomendar con entusiasmo. Se trata del libro, y permítanme que esta vez haga referencia a la edición en catalán: “D’aquí no passa ningú”, de los portugueses Isabel Minhós Martins y Bernardo P. Carvalho, editado por Takatuka en 2017, con edición también en castellano, publicado originalmente en 2014, en Portugal, de la mano de la editorial Planeta Tangerina.

D’aquí no passa ningú!, de Isabel Minhós Martins y Bernardo P. Carvalho, Editorial Takatuka, 2017
La historia es sencilla. Un buen día, un general, uno de esos de a caballo y con mayúscula voz de mando, decide que las cosas cambiaron, que él manda ahora, y que todos deben obedecer. De un grito da una orden a un soldado raso, a quien coloca en el centro de la página izquierda del libro, indicándole que no puede dejar pasar a nadie hacia la página del lado derecho. El soldado raso, fusil en mano, hace guardia.
Al rato llega un perro a olfatear su inmovilidad. Un hombre que acompaña al perro se dispone a traspasar el pliegue central de la doble página. El soldado da la orden de alto. El hombre pregunta por qué no se puede pasar a la página de la derecha. El soldado explica que su general se reserva esa página en blanco para pasar a la historia cuando le venga de gusto. El hombre se queja: eso es absurdo, dice. Y ya lo pueden escuchar algunas personas que van llegando a la página izquierda: una pareja de bailarines, dos mujeres que pasean con faldas, dos niños que juegan a la pelota, un anciano que usa un bastón para caminar, otro hombre… La página derecha permanece en blanco.

Doble página interior, con la página derecha completamente en blanco, reservada para el poder absoluto del General.
La historia es acumulativa: a medida que avanzamos páginas descubrimos que más y más gente va llegando a la página izquierda. Gente de todo tipo. Gente muy diferente, diversa. Gente que comienza a quejarse y a protestar. El soldado permanece inamovible, y aclara a los que protestan que él solo cumple órdenes.
En determinado momento sucede algo inesperado. La pelota con la que jugaban dos niños se escapa y pasa rebotando hacia la página derecha. Todos los que llenaban la página izquierda miran sorprendidos, con ojos desorbitados, cómo esa pelota ha roto el orden y ha rebotado a pesar de la orden. ¡Glups!, suelta uno de los niños. Y en la página siguiente, el otro niño pregunta si puede pasar a buscar la pelota. El soldado concede y permite el paso.

Ese momento en que el poder se delata desnudo en su absurda prepotencia: el momento previo a la desobediencia y la rebelión.
Al romperse el orden, cuando la pelota atravesó el margen, y al darle continuidad a ese mínimo desorden, cuando el soldado dejó pasar al niño, el soldado se hace consciente de que ya no puede ejercer su papel, y se ve obligado a dejar pasar a todos los demás. En ese momento llega el general y grita que qué es ese desorden. Pero su autoridad ya ha desaparecido, y con ella cualquier perspectiva de poder convertirse en el héroe de esta historia.
La página que se reservaba solo para él fue invadida. La gente se rebeló y desbordó lo absurdo de su poder: un poder que apenas podía oponerse a las consecuencias inesperadas de un simple juego de niños. Y el soldado que hacía guardia, y que fue quien se dio cuenta a tiempo de lo inconducente de su intento de hacer respetar ese poder absurdo, pasó a ocupar el lugar del héroe, defendido y aclamado por la gente tan desobediente como él.
Una historia sencilla, sí, pero profunda en lo que hace a la idea y al regocijo antiautoritario, democrático y libertario de que los límites, las órdenes, las leyes siempre pueden ser revertidas cuando la gente entiende que han dejado de ser legítimas, que se han convertido en un absurdo que hay que superar.
Absurdo que, un poco como en el cuento tradicional de “El traje nuevo del emperador”, son los niños quienes, desde la ingenuidad, desde el juego más elemental, ponen en evidencia, desmontando así los mecanismos mentirosos e ilusorios de ese poder.