La renovación de la literatura infantil y juvenil en Uruguay, que se llevó a cabo a principios de los noventa, supuso, para muchos autores, editores, promotores, mediadores y lectores, un pasaje radical desde una escritura en tono neutral y con lenguaje poético a otra en un tono irreverente, con lenguaje informal y coloquial.
También supuso (o impuso) que de los tres mandatos de la poética clásica —educar, conmover y entretener—, sólo el último se mantuviera como valor de intercambio. Un libro para niños y jóvenes tenía que ser divertido, y sanseacabó. Los niños leerían por placer y elegirían, en todo su derecho, qué leer y qué no, y allá el adulto con sus consejos sobre adecuación, bondad, calidad y esfuerzo. El placer y la diversión sólo llegaría de la mano de un relato ameno, humorístico, burlón, fresco, desenfadado, desvergonzado, en fin: irreverente. Y el relato, demás está decir, tendría que estar escrito con un lenguaje llano, directo, descontracturado, al uso de las nuevas generaciones. La fórmula, debidamente comprobada en el parnaso de las cajas registradoras, funcionaba, así que la discusión, literalmente hablando, quedaba saldada.
Claro que, con el paso del tiempo, lo que en un momento fue renovador comenzó a ser repetitivo. Lo que fue nuevo, comenzó a envejecer. Y lo que era divertido… ¿será que ya comenzó a aburrir?
No me considero una persona reaccionaria ni retrógrada. No creo que en las vueltas atrás pueda haber algún tipo de progreso. En todo caso, pienso que dadas determinadas situaciones de estancamiento, una buena alternativa siempre es revisar lo hecho y ver hasta dónde nos es posible plantear un nuevo punto de inflexión que equilibre las tensiones anteriores y sirva como apoyo para un nuevo impulso, nuevas apuestas, aperturas. Pienso que en el terreno de la literatura para niños y jóvenes, hoy día, estamos atravesando una situación de ese tipo. Y que mucha gente está preocupada por retomar un equilibrio entre los supuestos opuestos (didactismo vs. diversión, libre elección vs. orientación; sensibilidad vs. irreverencia…), un equilibrio donde la calidad sea el fiel, y el niño lector sea el que finalmente resulte enriquecido.
Por eso, me parece importante tener una amplitud de miras que nos permita volver a enfrentarnos a un texto como «Perico», de Juan José Morosoli (1899-1957), texto clásico de la literatura infantil y juvenil uruguaya durante un período extenso (por lo menos desde 1945 hasta 1973, con re-ediciones posteriores al período dictatorial) y que también nos permita pensar hasta qué punto podríamos ser capaces de acercar esa obra, hoy día, a los niños y jóvenes. ¿Qué esfuerzos de mediación requeriría llevar ese libro a un lector infantil de nuestra época? ¿Qué tipo de edición requeriría? ¿Qué proyecto de lectura conjunta? ¿Valdría la pena el esfuerzo?
Nadie dudará, tras leer Perico, sobre las virtudes literarias de ese clásico: riqueza del lenguaje, densidad poética conmovedora, construcción argumental muy bien ajustada en cada relato, vivacidad de los personajes, una visión del mundo aguda e incisiva sobre el contexto social e histórico en que se ambienta el cuerpo de los relatos: el contexto de un mundo rural y tradicional que se diluía ante las nuevas realidades del progreso y la modernidad. Nadie, que pueda leer ese libro hoy día, dudará en considerarlo un clásico, al menos en una de las acepciones que nos da Ítalo Calvino:
«Se llama clásicos a los libros que constituyen una riqueza para quien los ha leído y amado, pero que constituyen una riqueza no menor para quien se reserva la suerte de leerlos por primera vez en las mejores condiciones para saborearlos.»
Y ahí está el desafío, ¿cuáles serían, hoy día, las mejores condiciones para saborear (disfrutar) el esfuerzo de leer ese libro? Al párrafo antes citado, agrega inmediatamente Calvino:
«En realidad, las lecturas de juventud pueden ser poco provechosas por impaciencia, distracción, inexperiencia en cuanto a las instrucciones de uso, inexperiencia de la vida. Pueden ser (tal vez al mismo tiempo) formativas en el sentido de que dan una forma a la experiencia futura, proporcionando modelos, contenidos, términos de comparación, esquemas de clasificación, escalas de valores, paradigmas de belleza: cosas todas ellas que siguen actuando, aunque del libro leído en la juventud poco o nada se recuerde. Al releerlo en la edad madura, sucede que vuelven a encontrarse esas constantes que ahora forman parte de nuestros mecanismos internos y cuyo origen habíamos olvidado. Hay en la obra una fuerza especial que consigue hacerse olvidar como tal, pero que deja su simiente.»
Doy fe de esto último contando una anécdota muy personal. Cuando había escrito el núcleo fuerte de los poemas del libro Ver llover, aún no tenía decidido el título del conjunto. Venía reuniendo y ordenando los poemas en un archivo pobremente nominado: poemas pluviales. Un día, ya casi pronto el libro, vino a mi cabeza el título ese: Ver llover. No sabía entonces de dónde me sonaba, pero había en ese título resonancias de algo conocido, algo leído o visto por ahí. Me sonaba bien, por cierto. Me gustaba. Y sin poder recordar el origen del título, lo dejé puesto y así fue publicado. Tiempo después, en una de mis relecturas del Perico de Morosoli, me encontré con el inicio de uno de sus relatos, el que lleva por título, La lluvia:
«Ver llover allí, en aquella chacra, era una cosa que causaba placer. Un placer tranquilo que aún me alegra…»
Y ahí, en el arranque de la lectura de ese relato, recordé: sí, una lejana resonancia había movido en mí uno de esos «mecanismos internos», inconscientes, de los que habla Calvino. Esa fuerza especial del libro, que había conquistado el olvido, dejó en mí su semilla: y no creo que ese libro de Morosoli solo haya actuado ofreciéndome nada más que el título (dejo a otros el encontrar más resonancias).
Obras literarias como el Perico de Morosoli encierran, por su riqueza y fortaleza poética, una dimensión de pasado y futuro siempre a la mano de cualquier presente. Pienso que saber recoger la fuerza literaria de obras como esta, e intentar liberarla en una actividad de escritura y lectura que sea formativa, conmovedora y entretenida es el desafío para la literatura infantil y juvenil actual y, quizás, fue y será el desafío para la literatura de todos los tiempos. Claro que para ello serán necesarias muchas mediaciones, combinaciones y mezclas diversas en el proceso de lectura: desde el diseño del libro a ser re-editado hasta la puesta del libro en un contexto histórico y literario determinado por parte de quien vaya a promover su lectura, amén de tener al alcance un buen glosario de vocablos poco usados. Y también será necesario dejar de prestar tanta atención a la inmediatez del «diver-timen-tómetro» (algo que hoy día rige mucho mejor la televisión o los video-juegos que la lectura) y al tin-tin de la caja registradora (algo que en la actualidad depende de tendencias comerciales extra-literarias y crisis venidas o por venir).

Portada de la edición de «Perico» de Ediciones de la Banda Oriental (1994), con ilustraciones de Lino Scala
Seguramente, abordar la tarea de acercar libros como este a las nuevas generaciones pueda ser también un modo de abrir puertas a nuevas apuestas literarias: apuestas que sostengan la diversidad y la riqueza del conjunto de libros que el niño pueda elegir de forma autónoma y degustar a su manera. Y viceversa: libros actuales, en la verticalidad de su poesía, pueden fomentar la lectura de clásicos como este.
Los más diversos yuyos, agrupados en la canasta de un yuyero viejo, te pueden enseñar la geografía de un terruño: Morosoli lo sabía bien. También te pueden alertar de que hay más condimentos, además de la ketchup y el pepino.