Contra la eugenesia de la inteligencia emocional: «Bocababa», de Tina Vallès y Gabriel Salvadó

Para @hijotonto, que se lo había prometido.

En el afán de querer eliminar los defectos humanos, suponiendo que así se ahorraban esfuerzos económicos y sociales, los defensores del pensamiento eugenésico del siglo XIX y XX promovieron barbaridades históricas. Hoy día, la ingeniería genética, ya sea bajo un simple diagnóstico prenatal, hace las cosas un poco mejor. Pero los defectos humanos siguen apareciendo, y las sociedades han de convivir con ellos.

Un poco así sucede con los valores y las emociones: que los hay defectuosos, o lisa y llanamente perversos, y que en la conciencia individual o en sus expresiones sociales nos exigen combatirlos a diario. En la actualidad, la pretensión eugenésica de eliminar esos valores “incorrectos” y esas emociones “defectuosas” vendría a presentarse como la “corrección política”, y pasa por querer desterrarlos de la vista del público, incluso antes de que se manifiesten.

Se ha llegado a pensar que eliminando u ocultando la “incorrección” del alcance de los niños nos ahorraremos problemas. En los libros para niños esa actitud es patente: la eugenesia pretende ocultar o borrar de raíz toda aquella obra literaria que manifieste o exprese las distintas formas de la “incorrección” propias de la infancia. Se cree que así estaríamos poniendo a niñas y niños a resguardo de la inmoralidad y ahorrándonos a futuro muchos problemas. Pero la cosa no parece venir funcionando muy bien.

Chico Ostra (2)

Chico Ostra / Noi Ostra, de Tim Burton.

Antes de ocuparme del libro del que quería ocuparme hoy, voy a citar un ejemplo de literatura infantil “incorrecta” que está relacionado con esto de la eugenesia. Al día de hoy, un libro como “La melancólica muerte de Chico Ostra”, de Tim Burton, que fue concebido como un libro de poesía infantil ilustrado (y a todas vistas lo es), no podría ser editado en una colección destinada a ese público, y de hecho, tanto en castellano como en catalán, fue publicado en colecciones de libros para adultos.

En uno de los poemas que componen el libro se relata el nacimiento de un niño deforme, un niño con cabeza de ostra. Los padres, y la sociedad circundante, sienten desprecio por esa horrible criatura. Los padres, y también un médico consultado, para dejar bien en claro que el pequeño deforme es una carga improductiva para la reproducción de la sociedad, achacan los problemas sexuales de la pareja a la presencia del monstruito. El infanticidio será acometido por el padre al modo de una acción eugenésica. Luego del filicidio, los padres vuelven a su actividad sexual con la perspectiva de reproducirse.

El poema y la ilustración de Tim Burton se desarrolla en un estilo gótico y macabro. Todo el libro está concebido con ese tipo de humor esperpéntico que caracteriza el conjunto de la obra del autor. Un tipo de humor que provoca, luego de la risa nerviosa, una ternura compasiva hacia los personajes que nos presenta: monstruosos, solitarios, inadaptados, débiles o improductivos. Así y todo, más de un censor apartará al Chico Ostra del alcance de los niños. También al libro se le practicará una suerte de eugenesia, por considerarlo inadecuado.

Bocabava _ Tapa

Tapa de la versión en catalán de «Bocabava», de Tina Vallès y Gabriel Salvadó.

¿Puede correr la misma suerte un libro como “Bocababa”, escrito por Tina Vallès, ilustrado por Gabriel Salvadó y publicado en castellano, en portugués y en catalán (“Bocabava”) por Fragmenta Editorial en su colección, Petit Fragmenta? Esperamos que no. Si dejamos que niñas y niños lo elijan como lectura y si logramos salvar las alarmas de los censores de turno, creemos que el libro podrá hacer un buen camino.

“Bocababa” resulta uno de esos libros poco frecuentes en el panorama editorial de la literatura para niños actual. Es un libro que cuando uno lo termina de leer se queda pensando en qué es exactamente lo que nos quiso decir. Eso está muy bien. Por lo general, la mayoría de los libros actuales tienen mensajes que redundan en explicaciones y autoexplicaciones facilistas o que caen en vacíos expresivos. “Bocababa” en cambio te pone las cosas más difíciles. Es un cuento humorístico, pero de un humor muy particular. Cuenta una historia de amor y salvación, pero de un tipo de amor y un tipo de salvación muy especial. Tiene un personaje infantil como protagonista, pero es un niño algo deforme y monstruoso. Es un candidato para la eugenesia de la corrección política, pero tampoco parece ser del todo incorrecto. Es un libro que cuando lo terminas de leer, luego de reír, de sentir ternura, de ponerte triste y melancólico, quedas con la boca abierta y la mirada perdida: casi, casi como el personaje central.

bocabava interior

«Un nen sense sort, aquest és Bocabava»: primera doble página interior del libro.

“Bocababa es un niño sin suerte. Tiene un ojo distraído y el otro sorprendido, y se pasa el día tropezando con todo y coleccionando chichones porque no mira donde hay que mirar”. Así comienza el texto del cuento, que en la primera ilustración nos muestra al personaje de ojos desviados, que camina con la boca abierta, de donde le cae un reguero de saliva que se dispersa por la calle. El niño es un solitario. Solo tiene un amigo, tan monstruoso como él, que se pasa la mayor parte del tiempo enfermo. Juega juegos extraños, como seguir hormigas y quedar absorto y babeante ante ellas. La descripción del personaje mueve a risa, primero, y a compasión, después. Bocababa es un esperpento que parece condenado a la exclusión.

Un día sucede algo particular. Una feria ambulante se instala en la calle de Bocababa. En un puesto de juegos, el hombre que lo atiende tiene una cantidad de peces de colores que los jugadores pueden ganar con buena puntería a los dardos. A instancias del hombre, Bocababa lo intenta. Un desastre. El hombre que atiende el puesto, y que se salva por poco de que un dardo le atraviese un ojo, igual le concede un premio al niño. Le dará uno de los peces. Pero uno muy particular. El pez se llama Raquitín (Secalló en catalán y Vira-Tripas en portugués) y es tan esperpéntico como el mismo Bocabava: no tiene color, de tan raquítico es transparente, está viejo porque nadie se lo lleva cuando acierta a los dardos, y además “tiene un ojo distraído y el otro sorprendido”. Por aquello de que siempre hay un roto para un descosido, Bocababa y Raquitín se van juntos.

raquitín

Raquitín (Secalló, en catalán; Vira-Tripas, en portugués): bien alejado de los demás peces de colores, en un rincón, abajo, a la derecha, casi invisible.

A partir de ahí, la vida de Bocababa hace un vuelco. Por primera vez, el niño tiene algo por lo que ocuparse y tiene a alguien que parece preocuparse por él. Pero que nadie espere finales felices ni grandes transformaciones. La vida del niño y la del pez seguirán por los grotescos derroteros de siempre, salvo que ahora estarán juntos, se querrán mutuamente, y hasta habrá alguien que los felicite por eso. Lo demás en el texto, así como en la ilustración, es pura forma, y se sostiene en un humor delicadamente grotesco y brutalmente tierno, si se me permite el juego de los oxímorones: todo muy similar a lo que resulta en el Chico Ostra de Burton. Un humor logrado sin estridencias en el texto y mediante unos dibujos que por sobre lo caricaturesco y lo exagerado, no dejan de expresar la ternura con la que poco a poco nos envuelve la historia.

Si no hemos perdido la facilidad de la risa que tienen los niños ante la deformidad, ante lo que falla, ante el error, ante la bobera, ante lo inadaptado e inadaptable, ante lo incontrolado, ante lo que se desvía de la trayectoria de lo correcto y lo normal, ante lo que se tropieza y cae: este libro nos moverá a risa. Al menos en una primera instancia. Luego, quizás, nos mueva a la melancolía, e incluso a la tristeza. Porque no hay nada más melancólico y triste que la resaca que nos deja la risa (el reírnos de, el burlarnos de, el humor) que nos provocan los defectos, las carencias, los esfuerzos mal encaminados de los demás. ¿Y por qué nos reímos de eso? ¿Y por qué es triste después? Nos reímos para tomar distancia, para protegernos, para apartarnos: cuando nos reímos, los torpes, los deformes, los anormales son los otros, no somos nosotros. Y nos ponemos tristes porque más tarde o más temprano, descubriremos que los defectos, las carencias y los esfuerzos desmedidos para manejarnos con la realidad, de una u otra forma, también son los nuestros.

En la actualidad no estamos siendo conscientes de que la corrección política —que en su esfuerzo eugenésico respecto de los malos pensamientos infantiles, que en su compulsión a ocultar la risa maliciosa (o la maldad misma) de la vista de los niños, que en su intento de eliminar las burlas en pro de falsos respetos, que en su obsesión por intentar borrar de nuestro horizonte de expectativas la tullidez del tullido, la deformidad del deforme o la brutalidad del bruto, la monstruosidad del monstruo— lo que está haciendo, de última, es privarnos de la posibilidad de reírnos y de reconocer, en el otro, nuestros propios defectos humanos, demasiado humanos, para terminar barriendo todo debajo de la alfombra.

La evolución de la conciencia moral del niño, que ha de procesarse por el camino de la autonomía, requiere primero reconocer la diferencia, procesarla, asimilarla en el rechazo, en la burla, en la risa y hasta en el miedo que genera. Luego, una vez confrontada con esas sensaciones y emociones, la conciencia moral podrá evolucionar, por la vía del autorreconocimiento, hacia la aceptación y el respeto por el otro. Castrar el proceso podría significar reprimir la “incorrección-nuestra-de-cada-día” y congelarla en un estadio inconsciente, desde el cual, con el tiempo, no hará otra cosa que emerger, una y otra vez, imposibilitada de ser reconocida por quien la lleva consigo de manera más o menos culposa, de manera más o menos brutal.

Cuando un libro, cuando una ficción, pone delante del niño la brutalidad de la vida, y no ahorra una dosis de humor respecto de ello, y habilita a la risa, puede llegar a facilitar el proceso de empatía respecto del otro de una manera mucho más potente que cualquiera de esos libros que prejuzgan la situación e imponen, moralina mediante, la corrección política de una actitud que no tiene por base la motivación auténtica ni el valor autónomamente generado.

Percibimos, en nuestra cultura contemporánea, que cuanto más se predica sobre ética más inmoral resulta la sociedad. La hipocresía está a la orden del día. Como está a la orden del día el desprecio (etnofóbico, xenofóbico, homofóbico) por los otros, y lo más indigno (e indignante) de las burlas e insultos que los adultos no escatiman, así como no escatiman recursos a la hora de construir muros en las fronteras, creyendo que los bárbaros son, siempre, los que están del otro lado.

Me llevó un tiempo darme cuenta de qué es lo que más atractivo me resultó en este “Bocababa” de Tina Vallés y Gabriel Salvadó: es un libro que seguramente hará reír a los niños a la vez que les permitirá empatizar con la mala suerte del personaje, hasta terminar enterneciéndose con él. Mala suerte que, en una de esas, es similar a la que se ensaña a diario con cada uno de nosotros. «Bocababa», seguramente, los hará reír, los hará compadecer, y sin ninguna pretensión de adoctrinar en la corrección política, quién te dice que no los haga también crecer en su conciencia moral respecto del cuidado de los otros, los diferentes, los desfavorecidos en la lotería biológica o social.

 

En el principio, fue el caos: “Quin caos d’habitació!”, de Xavier Salomó

“Antes del mar y de las tierras y, el que lo cubre todo, el cielo,
uno solo era de la naturaleza el rostro en todo el orbe,
al que dijeron Caos, ruda y desordenada mole
y no otra cosa sino peso inerte, y, acumuladas en él,
unas discordes simientes de cosas no bien unidas.”
Ovidio, Metamorfosis.

Cinco siglos antes de nuestra era, Ovidio dio cuenta del “caos” como origen de todas las cosas. En las cosmogonías clásicas, el caos es la hendidura prexistente a la separación del cielo y de la tierra. Todas las cosas están juntas, entreveradas, pero a la postre se separan y reconstruyen su relación para definir un mundo, un nuevo cosmos, en un orden diferente.

El álbum de Xavier Salomó que vamos a comentar, «Quin caos d’habitació!«, habla de eso. Los protagonistas son dos: un niño y su padre. El espacio de la acción, el escenario, es uno: la habitación del niño.

La historia comienza un lunes a las 7.25h. Es la hora de despertarse. El texto, en la página de la izquierda, luego de marcar la hora con una tipografía al modo de los relojes digitales, recrea la voz paterna que despierta al niño, Pau, y le da algunas órdenes. Sabemos que la voz de mando es la del padre, porque en la ilustración, en la página de la derecha, en el margen inferior izquierdo, vemos su sombra reflejada en la puerta abierta de la habitación del niño. En el otro margen de la página, en diagonal, atravesando toda la habitación hasta el rincón opuesto, vemos al niño arrebujado entra colchas. Se despierta. La habitación luce relativamente ordenada, si bien en el suelo hay dispersos algunos juguetes, algo de ropa, unos papeles.

Quin Caos _ Lunes _ fr

Lunes, 7:25 h.

La acción sigue el día martes, a las 7.25h. La historia, como una rutina, se repite. El padre despierta al hijo y da algunas órdenes. En la ilustración ya podemos adivinar como crece el desorden. Entre las órdenes que da el padre, se demanda la búsqueda de algunos objetos. Para el lector, esas órdenes podrían ser las instrucciones de un juego: buscar en la imagen las cosas que se van escondiendo tras el desorden. Para Pau, es claro, las órdenes son un incordio. Él se está vistiendo y todo es urgencia al levantarse para encarar el día. El padre termina su discurso exigiéndole al hijo que a la tarde ordene la habitación.

Pero llega el miércoles, a las 7.25h. y vemos que la habitación está más desordenada aún que el día anterior. El desorden crece. Las órdenes del padre de recoger ciertos objetos se hacen cada vez más difíciles de cumplir: para el niño, que está sentado en la cama y se restriega los ojos todavía dormidos; para el lector, que debe de prestar más atención si quiere encontrar en la ilustración de la habitación aquellos objetos que el padre demanda.

Quin Caos _ viernes _ fr

Viernes, 7:25 h

Y así pasa el jueves y el viernes. El desorden de la habitación crece a contrapelo del orden rutinario de los días y de las órdenes rutinarias que da el padre, quien expresa su fastidio con la frase que da título al libro: ¡qué caos de habitación! En medio del caos, Pau, sentado en el piso, con la espalda apoyada contra la cama siente la impotencia absoluta y el peor fastidio. Sencillamente, a él le es imposible cumplir con el mandato paterno, poner orden en el caos. Parece abatido. Él mismo es una pieza más en el desorden absoluto de su habitación. La ilustración enseña la exuberancia del caos, su proliferación, la mezcla imposible de objetos impares, el fabuloso desaliño del descontrol. Pau no puede con ello, y el lector se afanará por encontrar allí los objetos que el padre, al modo de una consigna de juego, pide que se encuentren, se lleven, se carguen, se porten.

Entonces llega el sábado. La rutina se rompe. “Sábado, 9.30h” dice el texto con su tipografía digital. El padre abre la puerta de la habitación. Su sombra se dibuja como la de un monstruo enfadado. Cuesta, en medio del caos más absoluto, en medio del abarrotamiento de objetos, encontrar a Pau, que está en la cama, que se tapa con la sábana la cara, que apenas deja ver sus ojos muy abiertos, que muestran una expresión de sorpresa y miedo. Llegados a este punto de lo caótico: ¿Qué hará el padre? La tensión es máxima.

Quin Caos _ Despliegue _ fr

Sábado, 9:30 h: «¡Mordisco!»

En este momento de la historia, la doble página se despliega y deja ver cómo actúa el padre. Por primera vez este aparece de lleno en escena. Irrumpe, gráficamente. Y lo que hace es sumarse al caos, dejarse llevar por el desorden con la pasión del juego sin reglas, del desenfreno. A medida que el juego entre padre e hijo crece, podemos ver cómo la ilustración va despejando con blancos el abarrotamiento de los objetos. La habitación y los objetos que contienen pierden las líneas. Los objetos del escenario se vuelven invisibles. El caos cede su dominio para dejar en el centro de la imagen, solos, fundidos en un abrazo, al padre y al hijo.

Quin caos _ Interior _ Abrazo (2)

«Unas discordes simientes»

La “ruda y desordenada mole” del caos, su “peso inerte”, como lo describe Ovidio, una vez más, ofició como la simiente de algo que debía unirse, y unirse bien. El vínculo entre padre e hijo, una vez liberado del orden rutinario de todos los desórdenes, y de las órdenes rutinarias en contra del gran desorden, ganó su espacio y se colocó en el centro para dibujar, en el despojo final de lo accesorio, lo más importante: el afecto en el que todo vínculo se sostiene. Y así, una ilustración más allá, cuando llegamos al domingo, vemos que todo vuelve a recomenzar, incluso cuando el padre y el hijo ya no aparecen en escena, porque salieron, salieron al mundo.

Xavier Salomó nos ofrece un álbum que no deja de ser un libro-juego, y que, sin pretender plantear ninguna de esas lecciones de hábitos que a menudo instrumentan los libros para niños, pone lo más importante en el centro de lo habitable: los conflictos con los que día a día, más allá y más acá de nuestras fuerzas, nos enfrentamos, y el modo en que, pase lo que pase, orden o caos mediante, a veces logramos solucionar. Y todo lo hace con una simpatía lúdica, con un afecto por los personajes, con un cuidado por el orden narrativo (textual y gráfico), con una calidad de diseño figurativo y con una meticulosidad expresiva que configura este libro como una pequeña joya de la literatura infantil de nuestros días.

Hacía tiempo que lo quería leer, pero el libro agotó rápidamente su primera edición en catalán (de setiembre de 2014) y recién logró su segunda edición en enero del corriente. Un libro que para llegar a Cataluña (en el catálogo de la editorial Curïlla, SM) tuvo que pasar primero por Francia (Éditions du Seuil, 2014), y del cual mucho deseamos que logre pronto una edición en castellano para disfrute de todos los lectores de esta lengua. Mientras tanto, lo seguimos disfrutando en su lengua materna: ¿o deberíamos decir paterna, en este caso?