Tamanduá Killer en la terna finalista del Premio Bartolomé Hidalgo

Hoy fue la inauguración de la 34a. Feria Internacional del Libro de Montevideo. Acabo de llegar de la ceremonia. Me traje la buena nueva de que mi novela«Tamanduá Killer» integra la terna finalista del Premio Bartolomé Hidalgo en la categoría Narrativa Infantil.

Los otros dos finalistas son «Mi amigo José Gervasio», de Ignacio Martínez (Editorial Fin de Siglo), y «Páginas del año 11», de Gonzalo Abella (Editorial Sudamericana – Random House Mondadori).

El jurado del premio está integrado por Dinorah López Soler, Dinorah Polakof y Silvia Puentes de Oyenard. La entrega de premios, de acuerdo con el programa de la feria, será el sábado 1 de octubre, a las 19hs.

Mientras tanto, este jueves, hacemos la presentación tal como ya fue informado aquí mismo, un poco más abajo. Nos vemos.

Actualización: si quieren consultar el resto de las ternas finalistas, no tienen más que ir a la web de la Cámara del Libro.

«Tamanduá Killer» en la 34a. Feria Internacional del Libro de Montevideo

Como hubo gente que no pudo asistir a la presentación anterior, con los amigos de Gato Peludo hemos resuelto que este jueves, 29 de setiembre, a las 14hs., después de almorzar un plato de ñoquis caseros, correspondía, a modo de sobremesa, volver a presentar «Tamanduá Killer».

Será en la FIL de Montevideo, en el edificio de la Intendencia. El resto del programa de la feria lo pueden consultar en la web de la Cámara del Libro.

Los esperamos.

La invitación de la Editorial Fin de Siglo para la presentación de «Tamanduá Killer» en la 34a. Feria Internacional del Libro de Montevideo

El Ratón Pérez vive en Puerto Madryn

Hace una semana recibí un paquete que provenía de Puerto Madryn, Chubut, Argentina. El paquete contenía dos libros: uno, Postales de la Aldea, y otro, un libro muy particular, Domingo sin diente. Recibí el paquete por gentileza de Margarita Sacks, profesora para enseñanza primaria y especialista en promoción de la lectura y la literatura infantil, autora del primer libro y co-autora del segundo.

«Postales de la Aldea», de Margarita Sacks, editado por Vela al Viento Ediciones Patagónicas, Comodoro Rivadavia, Argentina, 2009.

Postales de la Aldea es un libro de memorias de infancia. Narra, en una serie de textos breves, los recuerdos que la autora tiene de sus visitas, cuando niña, a la aldea donde vivían sus abuelos. Una prosa límpida y fresca nos acerca con ternura a esas experiencias particulares de la vida tradicional en el campo. La mirada de la niña es recreada en la memoria de la mujer adulta, y en el péndulo entre estas dos instancias de rememoración, con un dejo de melancolía, podemos compartir las vivencias de un mundo que el transcurso del tiempo va borrando: en la memoria y en la realidad. La prosa ágil, sensible, contundente, confirma la presencia de una escritora muy bien preparada y muy predispuesta para abordar temas relacionados con la infancia.

Pero no quería detenerme en ese libro ahora, sino en Domingo sin diente. Y es que este otro libro presenta una experiencia de trabajo en promoción de la lectura y de la literatura infantil que merece ser destacada, amplificada y multiplicada.

«Domingo sin diente», de Margarita Sacks, con la colaboración de los chicos y las chicas de Segundo Grado de la Escuela Mutualista, Puerto Madryn, Chubut, Argentina.

Se trata de un libro semiartesanal. Una tapa de cartulina blanca, adornada con una ilustración realizada por un niño, contiene en su interior un manojo cosido de hojas impresas. En las guardas interiores se deja constancia que el texto es obra de Margarita Sacks, «con la colaboración de los chicos y chicas de Segundo Grado de la Escuela Mutualista». Las ilustraciones interiores también pertenecen a los 23 alumnos que acompañaron el proceso de creación de este cuento y de este libro.

En el prólogo, y  «a modo de presentación», se nos avisa que el libro atiende a una experiencia típica de esas edades, entre los 5 y los 7 años, que es la de cambiar los dientes. Hay muchos libros que narran historias a partir de esa experiencia, Margarita Sacks lo sabe, pues en su trabajo cotidiano les ha leído a los chicos infinidad de ellas. Hay también un héroe infantil para reparar esa experiencia de pérdida: el dichoso Ratón Pérez. Pero he ahí que un buen día, la promotora de la lectura descubre que, para no repetirse en la tarea de contarle historias a los niños y las niñas de la escuela que han perdido sus dientes de leche, bien que podría escribir uno ella: un cuento con ratón y con dientes.

Hace un borrador de la historia que va a contar y luego, con los apuntes, asiste a la Biblioteca donde trabaja y recaba la ayuda de los pequeños. Recoge las ideas que ellos le dan y las incorpora al relato. Y no sólo incorpora las ideas, sino también pequeños textos e ilustraciones que los chicos le van acercando a la autora. Desde ese diálogo, desde ese ejercicio de contar una historia, nace este relato, Domingo sin diente.

La historia está muy bien escrita y mejor ensamblada aún. Tiene humor y picardía. El lenguaje y el texto están cuidados en extremo. Su lectura me atrapó. Y lo que me pareció excelente y extraordinario fue la forma de resolver todo eso, haciendo a los chicos cómplices en la construcción de la historia, con las lecturas previas, con el juego de que ellos escribieran cartas para el Ratón Pérez, cartas que luego son insertadas en el curso de la narración, con las ilustraciones de los niños y, luego, todo ese trabajo montando y compaginado en un impreso que los niños y las niñas tendrán como un libro del cual han sido arte y parte.

Pienso, y estoy casi seguro, que esta propuesta de trabajo conducida por Margarita Sacks, debe haber logrado que los chicos se apropien del libro, y por extensión, que se apropien de la escritura y la lectura. Que hagan suyo ese libro y que queden prendidos de la lectura y de la literatura de una manera tan natural como quedan prendidos los dientes que, en la boca de ellos, sustituyen a los que se lleva el Ratón Pérez.

Agradezco a Margarita Sacks que me haya hecho cómplice de esta experiencia, y la felicito por el logro.

La «Teoría de la acción comunicativa» de Jürgen Habermas cumple 30 años

En el año 1990 cursé mi última materia de la carrera de sociología. Luego de eso abandoné. La última materia fue Teoría III. La impartía la profesora Susana Mallo, quien actualmente es la decana de la Facultad de Ciencias Sociales.

Para mí, aquel fue uno de los mejores cursos que tuve como estudiante de sociología. Estudiábamos la obra de tres autores: Gramsci, Foucault y Habermas, y también una serie de artículos teóricos sobre la postmodernidad (entre los cuales, alguno de Jameson). Salvé esa materia, aunque recuerdo que terminé de rendir mi último parcial de un modo extraño.

En el parcial había una pregunta sobre un libro de Jürgen Habermas, Problemas de legitimación en el capitalismo tardío, que no respondí. No fue que no hubiera leído ese libro: fue que no me sentía capacitado para responder la pregunta. Como respuesta escribí un comentario donde le decía a la docente que la obra de Habermas requería de estudios que iban más allá de los estipulados en el programa, de lo contrario no podía ser comprendida a cabalidad.

Al año siguiente me zambullí en el estudio de la obra de Jürgen Habermas. Leía por mi cuenta los libros que estaban disponibles en Uruguay (o en Buenos Aires), traducidos al español. Cursé en forma libre un seminario que daba el docente Miguel Andreoli en la Facultad de Humanidades. Y leí la Teoría de la acción comunicativa: los dos tomos, de punta a punta.

Contratapa del libro «Teoría de la Acción Comunicativa II. Crítica de la razón funcionalista», de Jürgen Habermas, 1981, editado por Taurus, en Madrid (reimpresión de 1988). Versión castellana de Manuel Jiménez Redondo.

Estudié ese libro de una manera obsesiva. Dediqué todo el año 1991 y gran parte de 1992 a esos estudios (conste que, por entonces, ya llevaba años trabajando en otras actividades con las que me sustentaba económicamente). Estudié por la libre, aunque de manera sistemática, con una devoción rayana con lo patológico. No fui incondicional a lo que planteaba el autor, pero entendía que allí había una obra de teoría sociológica que me era contemporánea y que me presentaba un desafío intelectual de esos que no se salvan a la ligera. Creo, al final, haber llegado a comprender los aciertos y los límites de esa obra magna de Jürgen Habermas, si bien ya nunca, después, pude seguir su pensamiento como lo hice con lo allí escrito: como que el Habermas posterior a la Teoría de la acción comunicativa (a excepción, tal vez, de algunos artículos de El discurso filosófico de la modernidad) me resultaba insulso; como que los esfuerzos intelectuales del filósofo alemán se agotaron en ese libro, del cual él, luego, solo había salido como un moralista árido.

No voy a comentar aquí esa obra. No es el lugar, ni el momento. Sólo la traigo a este blog porque en estos días recordaba que ese libro está cumpliendo 30 años: la obra fue publicada en 1981. Considero que los años transcurridos no le han restado mérito ni vitalidad. La TAC (como solía abreviar su nombre en mis notas) conserva la tensión de un pensamiento vivo, un pensamiento que se desarrolla a medida que se escribe y que cobra más vivacidad a medida que se lo lee sin dejar pasar ninguno de sus detalles por alto. A esta altura, supongo, debería ser uno de esos libros que se integran como clásicos en cualquier programa de teoría sociológica, entre los cuales no debe haber más de 15 o 20 de su estatura.

Mi lejanía de la academia no me permite decir si en la actualidad hay algún autor que esté desarrollando un pensamiento y una teoría al modo en que lo hizo Habermas en la década de los setenta-ochenta: el modo en que construían las catedrales en el renacimiento, o el modo como se debería trazar una cartografía primigenia, el mapa borgiano, hecho «a escala uno». Pienso en otros autores contemporáneos como Richard Rorty, Anthony Giddens, Manuel Castells, Niklas Luhmann, Charles Taylor o Jon Elster (entre otros pocos). Leí algunos de sus libros (en partes o completos), pero ninguno de ellos logró encender en mí lo que las primeras lecturas de Habermas inflamaron cuando en aquel curso me lo dieron a conocer. ¿Pasión, deseo, ambición, ilusión?: no, nada de eso. Encendieron un ánimo crítico: dar vuelta a las ideas como se da vuelta a las medias al calzarnos por la mañana para ponerlas en diálogo con los pies que van a caminar el resto del día.

En este treinta aniversario de la TAC, me permito volver a hojear el libro y ver cómo llegué a subrayarlo y anotarlo, tratando de que no se me escapara ni el más mínimo detalle. No obstante, hoy día, sé que mucho de lo que estudié y leí en aquel libro siguió su camino hacia el olvido. Tal como sucede, a la larga, con la gran mayoría de lo que leemos, sea cual sea su género. Y pienso ahora que para eso, justamente, están los libros: para que la conversación que establecemos con sus autores, conversación distante y secreta, complaciente o enervada, quede allí guardada y no se pierda; no se pierda y uno pueda volver a ella, años después, y retomarla, incluso, como si treinta años no fueran nada o como si hubiera que borrar los subrayados y las notas, y hacer otros de nuevo, porque el tiempo pasa.

Los mitos y los cuentos: las peleas de los dioses

Al principio, seguramente, era sólo una danza, un leve o violento movimiento que ponía cuerpo a un ritual, o los gérmenes de un rito religioso. Allí se integraban los pueblos, casi mudos, completamente ágrafos, para dar cuenta de algún aspecto del mundo que les resultaba inexplicable. Hablo de los mitos.

Si aceptáramos por un momento que la verdad es la adecuación entre la cosa y el intelecto, entonces podríamos pensar que el mito tenía ahí su forma de verdad: una adecuación entre la fantasmal mimesis de lo representado —en la brutalidad de la incomprensión— y el asunto del cual se debía dar cuenta: el día y la noche, el sol y la luna, la tierra y el cielo, la caza, la pesca, el alimento, la tormenta, el invierno, la vida y la muerte.

Milenios transcurrieron entre aquellas formas míticas de la representación, trasladadas de generación a generación, y sus posteriores relatos. Fue el pasaje de la prehistoria a la historia. Lo que nos llega a nosotros es el relato, la leyenda, el poema, el cuento. Resuena allí la mitología, pero como cosa ya traducida, ya filtrada y vuelta a filtrar por la palabra.

Así y todo, cada vez que un niño vuelve pensar los asuntos primigenios, el mito revive. Es un sacudón, un temblor, que acompaña la inquietud expresada en la pregunta de por qué. Pregunta que se formula antes incluso de ser formulada. En ese momento, la palabra acude a salvar el hiato, acude a calmar la sinrazón, acude.

También puede acudir el cuento, el poema, la leyenda y el relato. Echar mano, entonces, de las mitologías sigue siendo un goce: para el niño que pregunta y para el adulto que ofrece una respuesta ambigua. Una respuesta tan ambigua como la relación entre los mitos antiguos y la racionalidad moderna. Y es que aún hoy seguimos intentando descifrar las peleas de los dioses. Aún hoy seguimos contándolas, incluso sin llegar a saber bien por qué. Aún hoy seguimos sientiendo aquel temblor.

«Las peleas de los dioses». Relato de Graciela Montes. Dibujos de Liliana Menéndez. Edición de Gramón-Colhue. Colección, La mar de cuentos.