7 monstruos, 10 perritos, 10 manzanas: o de cuando la resta suma…

Por estos días, de manera muy oportuna en lo que refiere a la fecha, llegó a la librería un libro publicado por la editorial Kalandraka titulado «Siete monstruos y un gato«, escrito por Rafa Ordóñez e ilustrado por Christian Inaraja.

En este libro leemos las peripecia e infortunios de siete monstruos —un fantasma, un vampiro, un zombi, una bruja, una momia, un hombre lobo, el monstruo de Frankenstein— cuando salen de paseo junto a un gato con el afán de asustar a la infancia y a todos los potenciales lectores del libro. La historia, que narra las peripecias de esta extraña procesión de “víspera de todos los santos” (o sea All Hallows’ Even de donde Halloween) está escrita en pareados octosílabos con rima consonante:

“Siete monstruos y un gato

salen a pasear un rato.

Nos quieren dar un buen susto

y así quedarse muy a gusto.

Durante el paseo de los diferentes personajes, siete celebridades monstruosas en el imaginario gore, cada uno va sufriendo algún inconveniente que lo obliga a dejar la procesión, encabezada desde el inicio por el gato, el personaje que resiste hasta el final de la historia.

En la estructura narrativa, el inconveniente que acontece a cada monstruo, y que es causa del abandono de la marcha, es narrado en dos pareados, mientras que un tercer pareado se encarga de hacer la resta:

“De los siete monstruos solo quedan seis

Contadlos, y ya veréis.”

La estructura se repite (de seis quedan cinco; de cinco, cuatro; de cuatro, tres…) hasta que el gato se queda solo, sin compañía, convertido en el último personaje del cuento. Que el gato quede solo, y que haya una suerte de cierre narrativo con su acción (acaba leyendo en casa) es un final virtual. Hay otro final agregado: en una última página se vuelve a repetir la escena del principio, si bien ahora la vemos enmarcada en el libro que está leyendo el gato, sostenido por sus garras, en una jugada autorreferencial que nos invita a recomenzar la cantarela, repetitiva, infinita, configurando el caso de lo que suele denominarse como un «cuento de nunca acabar».

Los dibujos de Christian Inaraja dan al libro un tono caricaturesco, permitiendo que lo que podría llegar a ser “un cuento de terror” en manos de los más pequeños, acabe siendo un juego de disfraces atractivo, que no espantará a los padres (todo hay que decirlo) y que permitirá la diversión de los pequeños, ávidos de esta imaginería monstruosa.

El libro forma parte de la colección “Libros para soñar”, pilar de la editorial Kalandraka, y cuando lo recibí, de inmediato, me vino a la cabeza otro título de la misma colección: el de las “Once damas atrevidas”, escrito por Oli (Xosé Manuel González) e ilustrado por Helle Thomassen, un libro del año 2001, muy vivo todavía. El inicio de este es de antología:

“ONCE damas atrevidas

caminaron hasta Fez,

una se perdió en los cuentos

y quedaron solo DIEZ.”

Los dos libros tiene una estructura narrativa similar, los dos están escritos en verso (si bien las formas estróficas son diferentes: allá pareados consonantes de diferentes medidas; aquí coplas asonantes), los dos ofrecen un segundo final autorreferencial: la última dama atrevida de la serie acaba perdiéndose en un pueblo para siempre, y ahí la vemos, en lo que suponemos que es su casa, sentada a la mesa, leyendo el libro de las “Once damas atrevidas”, cosa que también invita a recomenzar la lectura del cuento, el canto o el recitado, cumpliendo así, otra vez, con la estructura narrativa «del nunca acabar».

Los dos títulos hay versión en catalán. Del primero, “Set monstres i un gat”, la traducción es mérito de Maria Lucchetti, del segundo, “Onze dames atrevides”, la traducción es de Miguel Barrios.

La lectura de estos dos libros me condujo de inmediato a recordar otros dos títulos: el que contiene una versión de una canción popular en España, la de «los diez perritos», y el que recupera, solo con dibujos, una versión de la canción popular de “les deu pometes” (las diez manzanas), correlativa en Cataluña de la de los perritos en España.

De la canción española tenemos a la mano dos versiones en formato libro. Una del año 2020, que es la redición que hace la editorial Media Vaca del libro “Los 10 perritos” de José Mallorquí (texto) y Rafael de Penagos (ilustración), una recuperación de la versión original de 1943 de la Editorial Molino, de Barcelona.

En el epílogo que escriben los editores para esta versión leemos:

“El texto de José Mallorquí recrea una canción infantil que a lo largo del tiempo ha ido viajando y modificándose en las voces de los niños. Su origen es incierto, pero podría provenir de una composición popular titulada Ten Little Injuns («Los diez indiecitos») que el compositor estadounidense Septimus Winner publicó en 1868.”

He buscado la canción en la web y transcribo aquí su comienzo:

“Ten little injuns

standing in a line,

one toddled home

and then there were nine.

Nine little injuns

swinging on a gate,

one tumbled off

and then there were eight.”

y su final:

“Two little injuns

fooling with a gun,

one shot the other

and then there was one.

One little injun

living all alone,

he got married

and then there were none”.

En el epílogo que escriben los editores en el volumen de Media Vaca se agrega:

“Al parecer, este Septimus, que fue el séptimo hijo de un fabricante de violines, ya había escrito unos años antes otra canción del mismo estilo. (¿No es curioso? ¿De dónde sacaría Septimus la idea de escribir canciones sobre los números?). «Los diez indiecitos» cosechó un gran éxito, y poco tiempo después empezó a circular por Inglaterra una versión con negritos, Ten Little Niggers (…) Según los curiosos que investigan estos asuntos, la canción de los diez indiecitos, convertidos después en negritos, fue dejando atrás sus connotaciones racistas tras la Segunda Guerra Mundial y se extendió por muchos países como una genuina canción infantil que admitía múltiples versiones protagonizadas por pececitos, conejitos, soldaditos, pingüinitos, monitos, autobusitos, gatitos y también perritos. De todas estas versiones, la más difundida en español es la de los perritos, que presenta casi tantas variaciones como hablantes tiene esta lengua”.

Tenemos así una canción que no surge como literatura para niños, pero que acaba ganada para la infancia, seguramente por lo repetitivo de la estructura, la sencillez formal, la rima, el ritmo y esa cosa didáctica de contar, sumar, restar. La posterior extracción del carácter xenófobo, sustituyendo los “negritos” por diferentes animales, facilitaría aún más la integración y reutilización de la canción, permitiendo mejor su incorporación en el campo cultural de la infancia durante el siglo XX.

Otro problema, en lo que refiere a la recepción de la canción, representará la manera en que se procede a la sustracción de los perritos, más o menos sutil, más o menos explícita, más o menos violenta. En la versión de José Mallorquí, de 1943, los perritos van desapareciendo y nunca se acaba de explicitar muy bien de qué manera mueren (o se pierden), aunque se deja adivinar un destino cruel para cada uno. En cualquier caso, los perritos que desaparecen, hasta no quedar ninguno, se integran en una galería de “hermanos ausentes” de la cual resucitarán al final, gracias a la bondadosa y mágica intervención del adulto responsable, que al restituirlos nos permite volver a cantar la canción, recomenzar el cuento, un nuevo nunca acabar.

Es notable la modernidad de los dibujos del libro. También es notable la intención “didáctica” de la tipografía al destacar los números en tipos más grandes y color rojo, lo que responde, una vez más, al fin práctico de este tipo de libros: el aprendizaje de la numeración y de algunos conceptos aritméticos elementales.

La otra versión disponible en papel y tinta es la de la editorial Ekaré, del año 2002, que lleva por título “Yo tenía diez perritos”, que recrea la canción popular con ilustraciones en collage de Laura Stagno.

Mientras que la versión de Mallorquí tenía aires narrativos y didácticos más marcados, la versión de este título de la colección “Clave de sol” de Ekaré queda más restringida a una lectura cantada, saboreándose mejor la retahíla sonora. Además, es bien explícita en lo que refiere al destino fatal de los diez perritos, sin escatimar algunas escenas que violentarán a quienes piensan que la literatura infantil ha de ser un mundo de algodones azucarados.

Tanto estas versiones de «los diez perritos», como la de «las damas atrevidas», a la que se le atribuye su origen en una canción popular gallega (“Elas eran once damas”), siempre nos remiten a textos que remontan la tradición popular, y que versionan y reversionan a gusto alguna variante del folclore propio o ajeno: el origen de la canción de «los diez perritos» se pierde entre Extremadura, Portugal y la Baja Bretaña, según explican algunos estudiosos, que han seguido sus versiones por el continente americano al norte y sur del Río Bravo.  

El cambio en las letras de las canciones, que pasaron de los “indios” (nativos americanos) y los “negros” (afrodescendientes) a los animales (perros, monos, gatos…) responde a la adaptación de la canción que abandona el componente ofensivo, busca eliminar ese sustrato racista original y pretende “salvar” el valor popular y lúdico de la canción, incluso el didáctico.

El cambio, ahora, en la versión que nos ocupa de los siete monstruos, que sustituyen a los animales, responderá, seguramente, a una revaloración de los libros “que dan miedo”, esos que poco a poco van ganando un lugar en el actual mercado. En cualquier caso, esta última adaptación de la canción popular, la versión monstruosa, no deja de ser la recuperación de estructuras narrativas y poéticas básicas, centenarias.

Dentro de esa tradición, con una estructura similar, tenemos en Cataluña una canción popular: “Deu pometes te el pomer”. Y no puedo dejar de pensar, ahora, en la libertad con la que Mercè Galí convirtió esas estrofas en un libro “sense mots” (sin palabras, silencioso), para jugar, aplicando una gráfica poética impecable, con la sucesiva pérdida de las manzanas, desde las diez del inicio hasta la última.

Me atrevo a decir, para cerrar la nota, que el libro de los siete monstruos que nos motivó a hacer el recorrido anterior queda inscrito en lo que Ana Pelegrín definió como una estructura básica acumulativa con una seriación lógica numeral decreciente, dentro de la clasificación del cancionero infantil que nos presenta en su libro “Cada cual atienda su juego: de tradición oral y literatura” (Editorial Cincel, Madrid, 1986. Hay una versión digital disponible).

Los libros en la librería…

Como vemos, volver a jugar con una estructura básica popular y tradicional puede ser un buen recurso para ofrecer un libro infantil que se sale por una vez del cúmulo de propuestas moralizantes y de cura emocional que circulan por todas partes. Un libro que nos conecta con una tradición popular revivida localmente, a la vez que nos invita a jugar en un presente de infancias globalizadas. Se agradece.