La actualidad de las «Nanas de la cebolla»: Miguel Hernández ilustrado por Matías Acosta

Un filólogo nos advertirá, de buenas a primeras, que estas nanas, que componen, tal vez, la más trágica canción de cuna escrita en lengua castellana, fueron dedicadas por Miguel Hernández al hijo, a raíz de recibir en la cárcel una carta de su mujer, en la que le decía que no comía más que pan y cebolla, tal como está escrito en la presentación de este libro, que contiene el texto del poema ilustrado, estrofa por estrofa, a doble página, por Matías Acosta, y que fue publicado por Ediciones Del naranjo, en Argentina, en el año que acaba de terminar.

"Nanas de la cebolla". Texto: Miguel Hernández. Ilustraciones: Matías Acosta. Ediciones del Naranjo, Argentina, 2013.

«Nanas de la cebolla». Texto: Miguel Hernández. Ilustraciones: Matías Acosta. Ediciones del Naranjo, Argentina, 2013.

Al margen de la filología, me interesa recomendar este libro por dos razones.

UNA. Porque más allá de la condición particular en la que el poema fue escrito, este cobra una dimensión universal. Como que las nanas valen para ese momento tan doloroso que atravesó al poeta y valen, también, para todo momento en el que necesitamos una respuesta a la pregunta de qué hacer ante el hambre de un niño: uno cualquiera, todos los niños. Una pregunta para la que cualquier explicación o respuesta, por más racional, por más revolucionaria, por más progresista que sea, no será suficiente. Porque lo que uno busca, en una primera instancia, cuando pregunta por qué el hambre de un niño, no es un plan de acción: es consuelo. Y estas nanas de la cebolla, lo que ofrecen, es eso: consuelo. Pero no un consuelo cualquiera, sino uno que nos alienta a seguir viviendo sin olvidar que ahí está el niño con su hambre, que ahí está el pan con su cebolla, y que allá, más allá, está la posibilidad de la risa, no una risa tonta, de esas tan al uso de la postmodernidad, que dan en festejar lo patético para acomodar la idiotez del que ríe bovinamente, sino una risa liberadora, una risa que solo puede provenir del saberse parte de la lucha diaria contra la desgracia.

Y la efectividad poética de estas nanas radica, justamente, en la conciencia que el poeta tiene al trabajar el lenguaje para expresar esa necesidad innecesaria (si se me permite el uso de estos términos contrapuestos): contradicción y tensión que hace de la poesía algo vital, algo que la saca del papel, de la biblioteca y de cualquier aula, y la pone en el centro de las pasiones y los sentimientos humanos, más allá del destino que le puede estar reservado al poeta.

Dejemos el museo, la biblioteca, el aula
sin emoción, sin tierra, glacial, para otro tiempo.
Ya sé que en esos sitios tiritará mañana
mi corazón helado en varios tomos.

Fragmento del poema “Llamo a los poetas” del libro El hombre acecha (1937 – 1938)

Doble página interior del libro: ¿minimalismo?

Doble página interior del libro: ¿minimalismo?

DOS. Me interesa recomendar este libro, además, por el trabajo de ilustración con que Matías Acosta lo trae al presente. La poesía de Miguel Hernández se caracteriza por tocar de lleno esos grandes temas de la literatura universal: la vida, la muerte, el amor. Grandes temas, para los que históricamente fueron necesarios los grandes relatos. ¿Podría el minimalismo hacerse cargo de estos temas?

Por lo general, y para mí de manera descuidada, se identifica el estilo de la ilustración que practica Matías Acosta con el minimalismo. Pero uno nunca sabe qué se quiere decir exactamente con ese mote que se impone, con aire de esteticismo al uso del presente, para despachar su trabajo (y el de tantos otros ilustradores) muy a la ligera. Hoy día, a poco de descuidarnos, cualquier pretención de ilustración que suelte una rayita aquí, una mancha allá, dos paralelas cruzadas por dos perpendiculares, y así, pasa por arte minimalista, y uno entonces no sabe ni de qué se habla.

Yo prefiero pensar que lo que hace Matías Acosta a la hora de ilustrar este libro es ir al meollo de los grandes temas (ah, el humanismo demodé) que propone el poema, y tomarlos como motivos para expresar, con una sensibilidad atenta, siendo austero en lo ornamental, siendo cuidadoso en las derivaciones simbólicas, sin «pisar» el texto con el dibujo, proyectando lo particular hacia lo universal, con un trazo firme y convencido… expresar, decía, el meollo de las nanas, y acompañar así lo que estas logran: proyectar la innecesaria necesidad de lo particular que tiene este poema hacia la necesaria innecesidad de un universal en el que no hay, no puede haber, ningún consuelo definitivo, porque una y otra vez más, nosotros, humanos en nuestra humanidad, requeriremos ese consuelo ante la desgracia de los más débiles.

¿Minimalismo? Si del término se deriva la idea de querer apostar a lo máximo con lo muy poco que se pueda tener a la mano, vale. Queda justificado el calificativo para la ilustración de este libro. Pero en todo caso, prefiero que se lea el poema y se aprecien las ilustraciones sin dejar que cualquier categoría preestablecida nos hiele el corazón. Este libro nos permite eso: ese calor. Y si pudiéramos leerlo y apreciarlo junto con los niños, tanto mejor.

Para entrar en materia, dejo aquí el hipervínculo al poema musicalizado por Serrat: un clásico.

Julio Cortázar: su año y sus cuentos favoritos

Como ya saben, este es «el año Cortázar«. No sé quién lo decretó, pero me gusta la idea de hacerle homenajes por todos lados a quien considero que es uno de los mejores cuentistas de la literatura del siglo XX. Cuentista y, además, teórico del cuento.

Tendrá que competir, en esto de los homenajes centenarios, con otros grandes de las letras que también están de aniversario: Octavio Paz, Marguerite Duras y Nicanor Parra (que lo festejará de parranda, seguramente).

Julio Cortázar (Ixelles, Bruselas, 26 de agosto de 1914 - París, 12 de febrero de 1984) . Escritor "rioplatense".

Julio Cortázar (Ixelles, Bruselas, 26 de agosto de 1914 – París, 12 de febrero de 1984) . Escritor «rioplatense».

En Garabatos y Ringorrangos, hoy, homenajeamos a Cortázar, y transcribimos la que fue su colección de cuentos favoritos. Son ocho cuentos (en principio):

«William Wilson«, de Edgar A. Poe;
«Bola de sebo«, de Guy de Maupassant;
«Un recuerdo de Navidad«, de Truman Capote;
«Tlön, Uqbar, Orbis Tertius«, de Jorge Luis Borges;
«Un sueño realizado«, de Juan Carlos Onetti;
«La muerte de Iván Ilich«, de Tolstoi;
«Cincuenta de los grandes», de Ernest Hemingway;
«Los soñadores», de Isak Dinesen.

Los invito a leer estos cuentos, a leer los cuentos de Cortázar (también las novelas y los poemas, que otros ya hablarán de ellos, para bien o para mal), y a pensar en cuáles serían sus ocho cuentos favoritos…

6 de enero

al que me venga
con que los reyes
son los padres
le digo:
muerden los perros
muerden, sí,
por más que ladren

Poesía de viento tomar: un libro de Karmelo C. Iribarren para niños

La poesía de Karmelo C. Iribarren se caracteriza por la limpieza de todo elemento retórico y por la austeridad lírica. Es una poesía que llega al ánimo del lector por la sencillez con que va directo a los sentimientos más elementales: la tristeza, el pudor, la alegría contenida, el amor (romántico y a la vez escéptico), los deseos arcaicos (como el de volar, por ejemplo), el recato ante la inmensidad misteriosa del mar o de la noche, la vida y la muerte.

Si uno lee su obra reunida, Seguro que esta historia te suena. Poesía completa (1985-2012), podría llegar a dudar de la capacidad de Iribarren para escribir un libro de poemas para niños. No porque los niños, o adolescentes, no se fueran a deleitar con su «realismo sucio» (que así se lo ha dado en clasificar por parte de la crítica), sino porque el campo de la LIJ no parece muy abierto a la recepción de este tipo de poesía en la que la forma no viene dada por el ritmo, la rima, las reiteraciones, y donde los contenidos no son básicamente los de la naturaleza, las alegrías mundanas del juego, el-mundo-a-la-mano-del-niño, sino más bien la vida cotidiana de las ciudades, lo agobiante de las rutinas, los vaivenes del amor y el desamor adulto, el desencanto postmoderno, los bares, las borracheras, el sexo, la soledad, la noche a oscuras…

Pero Iribarren, o mejor dicho, su poesía, tiene un don: sabe escabullirse. Sabe no dejarse encasillar. Sabe soltarse al viento, y permitir que sus versos sean arrastrados por ese movimiento intenso de las masas de aire más frío o más caliente. Y entonces va y se lanza con este libro destinado al campo de la LIJ: Versos que el viento arrastra.

"Versos que el viento arrstra", poesía de Karmelo C. Iribarren, ilustraciones de Cristina Müller. Ediciones de El Jinete Azul, España, 2010.

«Versos que el viento arrastra», poesía de Karmelo C. Iribarren, ilustraciones de Cristina Müller. Ediciones de El Jinete Azul, España, 2010.

Claro que el libro está muy bien editado, con unas ilustraciones conceptuales, confeccionadas con collages, donde la ilustradora, Cristina Müller, acepta el juego de dejarse arrastrar por el viento y no calcar en su trabajo lo que el poema dice o insinúa, sino que se despega de la letra y vuela con un juego paralelo, donde podríamos llegar a «leer» cada uno de sus trabajos como un «poema visual«.

En su conjunto, el libro de poesía está estructurado por un poema prólogo, titulado «Los libros», donde se anuncia que:

Los libros
no son para mirarlos,
son para tocarlos,
abrirlos,
y leerlos,
que es como entrar en ellos.

Prueba y verás.

Te recuerdan
a cuando viajas
a una ciudad diferente,
y todo te parece nuevo,
sorprendente,
y hasta un poco
misterioso.

Y esa invitación te lleva luego a las otras cuatro secciones del conjunto, respectivamente tituladas: «Un día cualquiera», «Pequeñas impresiones», «El ritmo del viento» y «Poemas misteriosos». En cada una de estas secciones se encuentra poemas breves donde es más lo que se insinúa a partir de una mirada y una invocación cómplice hacia el lector que lo que el texto hace explícito:

Esta mañana, en el parque

Era para no perdérselos,

el abuelo
y el nieto,

los dos
con pantalón corto
y gorra,

sentados
en un banco,

a la sombra,

contando palomas.

Y así, con esta sencillez poética, con el despojo de ornamentos que lo caracteriza, Iribarren no traiciona, en su libro de poesía para niños, lo que ensaya con mucha calidad, y una extraña y desgarrada calidez, en el conjunto de su obra. Es solo que aquí el poeta pareciera saltar por sobre el juego rígido de lo apropiado para las edades, e igualar, en un mismo movimiento, a la infancia y a la tercera edad, dejando afuera, entre paréntesis, elidido, el desencanto más feroz de la vida adulta.

Un poema con su respectiva ilustración: vista interior del libro.

Un poema con su respectiva ilustración: vista interior del libro.

Uno podría reprochar al autor que no incluyera los poemas de este excelente libro en su obra completa. ¿Prejuicios personales? ¿Decisiones editoriales? Vaya uno a saber. En todo caso, lo único que justificaría esa decisión sería el hecho de que no quisiera desprender los textos de cada una de las ilustraciones que tan bien hacen aquí su juego de espejos entre palabras y materiales visuales. Porque se diga lo que se diga, este libro no deja de encajar perfectamente en el conjunto de la obra del poeta vasco, tal como encajan esos momentos de quietud de las ramas del árbol en medio del vendaval.

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«Versos que el viento arrstra», poesía de Karmelo C. Iribarren, ilustraciones de Cristina Müller. Ediciones de El Jinete Azul, España, 2010.