Días atrás, en una playa de Portugal, Nazaré, un surfista norteamericano, Garrett McNamara, habría roto el record de la ola más grande nunca antes surfeda: casi treinta metros medía la ola que el surfista corrió a riesgo de ser aplastado por la inmensa masa de agua de mar. El video es elocuente.
Por esas extrañas asociaciones de ideas que uno puede llegar a padecer o disfrutar, vinculé la acción del surfista con un poema de Gustavo Adolfo Bécquer: la Rima LII de sus setenta y seis poemas agrupados bajo el título de Rimas.
Olas gigantes que os rompéis bramando
en las playas desiertas y remotas,
envuelto entre las sábanas de espuma,
¡llevadme con vosotras!Ráfagas de huracán que arrebatáis
del alto bosque las marchitas hojas,
arrastrado en el ciego torbellino,
¡llevadme con vosotras!Nubes de tempestad que rompe el rayo
y en fuego ornáis las desprendidas orlas,
arrebatado entre la niebla oscura,
¡llevadme con vosotras!Llevadme por piedad a donde el vértigo
con la razón me arranque la memoria…
¡Por piedad…! ¡Tengo miedo de quedarme
con mi dolor a solas!
Allá por inicios de los años ochenta, tuve que estudiar en la secundaria las Rimas de Bécquer. Fue una unidad obligatoria en uno de mis cursos de literatura. No debo de haberlo reconocido ni comentado entonces, pero la poesía de Bécquer me gustó, y quizás hasta fue uno de los autores (entre otros españoles) que me impulsó originalmente a escribir mis propios versos. También, por esa misma época, se me había dado por correr olas. Recuerdo que luego de insistir mucho, logré hacerme con una tabla de surf. Digamos que de manera casi simultánea comencé a hacer mis primeros pininos en esas dos disciplinas: escribir poesía y surfear olas. Confieso que era horrible en ambas prácticas. (Abandoné el surf al poco tiempo: algunos dirán que hubiera sido mejor que abandonara la poesía… sabrán disculparme.)
No sé cómo le va hoy en día a los profesores de literatura con Bécquer. No sé si para algún joven de hoy las Rimas de aquel romántico español pueden llegar a configurar algún atractivo. Sí sé que el surf, que por entonces era apenas una moda en la que muy pocos jóvenes incursionábamos, terminó por imponerse en el presente como un estilo y como una práctica socio-cultural muy atractiva para una gran camada de jóvenes, tanto en Uruguay como en casi todo el mundo.
Hoy, como decía, asocié estas dos cosas, el poema de Bécquer y el surf, y pensé que de esta asociación podía surgir una suerte de análisis surfístico de ese poema o, al menos, un paralelismo entre su poesía y la forma de correr una ola. Quizás pueda parecer un desvarío, pero me entretiene analizar el modo en que Bécquer escribe su Rima LII casi del mismo modo en que un joven podría irse a una playa de por ahí a surfear un rato.
Partamos de la idea de que la práctica del surf consiste en deslizarse de pie sobre las olas del mar, haciendo equilibrio sobre una tabla que es dirigida con maniobras graciosas del cuerpo, maniobras que ponen en función las quillas situadas en la parte inferior de la tabla. Bien, la escritura de este poema, la Rima LII, podría ser vista como un esfuerzo del poeta por deslizarse sobre el lenguaje, haciendo equilibrio sobre una voz poética que es dirigida con movimientos retóricos, sintácticos, rítmicos y sonoros que ponen en función las estructuras semánticas ubicadas debajo del texto escrito (y leído) del poema.
Mientras que el surfista maniobra para mantener su deslizamiento sobre la parte viva de la ola, en los lindes entre ese fragmento del mar que se encresta y ese que todavía no se hizo espuma, el poeta despliega su voz en la vivacidad de la expresión poética del lenguaje: subiendo y bajando entre la rusticidad de un simbolismo fónico (dado por la utilización del fonema /-r/ en: rompéis y bramando, ráfagas y arrebatáis, rompe y rayo, razón y arranque) y la elevada plasticidad de imágenes y figuras retóricas: anteposiciones, hipérboles, prosopopeyas y personificaciones, metáforas potentes y sencillas, paralelismos sintácticos, énfasis… (para extender este análisis, los interesados pueden visitar el Analisis textual que hacen Giselis Estupiñán y Yelenny Molina Jiménez publicado en la revista Espéculo).
Pero el paralelismo parece derrumbarse en el momento en que consideramos los objetivos semánticos del poema y el significado que puede llegar a tener algo así como bajarse la ola más grande del mundo.
Y es que el tema abordado por el poeta romántico no es otro que la búsqueda desesperada de evasión y aniquilación del yo individual. Evasión del yo respecto de la dolorosa razón en que se sostiene, de la trayectoria vital en que se desarrolló, de la memoria que le da identidad biográfica. Aniquilación del yo por las fuerzas naturales (la violencia del mar, del viento, del rayo). Evasión y aniquilación del yo toda vez que el romántico no logra su unidad con el mundo y percibe el dolor en su aislamiento y su soledad. Mientras tanto, el surfista, que tampoco teme a las fuerzas naturales, y que las busca de manera obsesiva y con ansiedad, no aborda sus «artes deportivas» con la perspectiva de su aniquilación sino, por el contrario, con la de extasiarse en su circunstancial adaptación a un estilo de vida signado por el hedonismo individual, la vida rápida y vertiginosa, lo soft, el coqueteo con los riesgos y los límites, las formas de evasión socialmente aceptadas y digitalmente filmadas y subidas a Youtube.
No, el poeta romántico no podía ser un surfista: lo suyo era estrellarse contra las rocas, al menos durante el período en que su romanticismo tuvo pretensiones de rebeldía y desafió a la sociedad de su época. Ese tiempo no duró mucho, hay que reconocerlo. Fue la modernidad y no las fuerzas naturales lo que aniquiló sus pretensiones o, mejor dicho, las que licuaron la solidez de su lirismo.
Por lo demás, ya no quedan «playas desiertas y remotas»: al menos, no de las que tienen buenas olas para correr. Los surfistas lo saben.