En estos días tuvo lugar el XIX Foro Internacional para el Fomento del Libro y la Lectura, en Resistencia, Chaco, organizado por la Fundación Mempo Giardinelli. Es uno de esos encuentros literarios que generan mucho entusiasmo y dejan a la gente pensando: a la gente que participa y a la que lo sigue a distancia. Y esto, claro está, es el mejor elogio que se le puede hacer a un encuentro literario.
La entrada de hoy viene a propósito de haberse quedado uno pensando en un par de cosas que se dijeron por allá, por el Chaco. En rigor: en una cosa. Dos escritores de referencia sugirieron, a su modo, que la industria editorial está publicando muchos libros de literatura que no valen como tal, y que lo que vale hoy es, fundamentalmente, volver a leer a los clásicos.

Mempo Giardinelli abre el XIX Foro Internacional para el Fomento del Libro y la Lectura, Resistencia, Chaco, Argentina.
Dice Mempo Giardinelli en su discurso de apertura del Foro:
Lo verdaderamente esencial de una política de lectura no es solamente convencer a una sociedad para que lea, ni es lograr índices de lectoría masivos. Siendo todo eso importante, lo verdaderamente significativo es formar a esa sociedad para que lea textos de calidad, que son los únicos que garantizan una buena calidad educativa.
Es necesario y es urgente que todos y todas, empezando por nosotros, maestros y bibliotecarios, nos apartemos de las modas y las imposiciones del mercado, y retornemos a la Gran Literatura.
Para ello, recuperar la lectura de los clásicos es un imperativo. Los clásicos universales, digo, y los de la literatura argentina y latinoamericana. Ahí está todo. De veras, queridas maestras y maestros, ahí en los clásicos está todo. Y disculpen si sueno duro, pero de veras: menos moda y más clásicos, por favor. Menos “novedades” y más lecturas de calidad probada. Que la experimentación está muy bien, claro, pero no a costa de la educación de nuestros 17 millones de chicos y chicas en edad escolar ¿no les parece?
Suena duro, sí. Y ya que nos pregunta, respondo: no me parece.
O al menos, no me parece del todo así. Estoy de acuerdo en lo medular de su discurso completo. Estoy de acuerdo en lo importante que es el fomento de la lectura en la conformación de una sociedad más culta y más democrática. Estoy de acuerdo en que hay que ser más exigente y fomentar la lectura de literatura de calidad. Pero no estoy de acuerdo en que en los clásicos esté todo.
Y hay una contradicción en el discurso: clásicos eran Homero, Virgilio y Dante. Eran clásicos cuando en latinoamérica no había literaturas de carácter nacional o continental. ¿Qué hubiera sucedido si allá por el 1800 se imponía el discurso de que en los clásicos está todo? ¿Se habría animado Esteban Echeverría a escribir “El matadero”? O viniendo un poco más acá en el tiempo: ¿se habría animado Juan José Saer a escribir “El limonero real”, una vez que Borges ya había logrado su dimensión de clásico argentino? ¿Cómo es posible hablar de clásicos después de los clásicos? La idea de que en los clásicos está todo es paralizante. Pero por suerte, no se cumple.
Y es que hay algo de gran importancia en la lectura de los clásicos: el aliento inconformista para la permanente reinterpretación del mundo que nos rodea. Reinterpretar el mundo es reinterpretar nuestro tiempo. Reinterpretar el mundo es, para quienes leen y escriben, buscar expresar a partir de nuestro choque como personas con el presente lo que nos ha tocado vivir, y cómo, y con qué características nuevas o recicladas. Los clásicos nos cultivan en la sospecha. Los clásicos nos enseñan que, si bien se puede pensar que “no hay nada nuevo bajo el sol”, es buena cosa dejar que la luz ilumine las zonas oscuras del presente, y una vez que las percibimos, dar cuenta de ellas, a nuestro modo, al modo de cómo hemos sabido digerir a los clásicos, al modo de nuestra propia experiencia. Las zonas oscuras, y también las más luminosas.
Esto que nos concierne como escritores también nos concierne como lectores. Leer a los clásicos está muy bien. Es importante. Es formador. Fomenta la conciencia crítica. Abre mundos. Pero eso también lo puede hacer la lectura de la buena literatura contemporánea. Y, a veces, lo puede hacer mucho mejor.
Por esto, también tengo mis discrepancias con lo que en ese mismo foro planteó Ema Wolf respecto de la literatura infantil y juvenil actual; planteo que en cierta forma coincide con el de Mempo Giardinelli.
Me pregunto si la literatura que les brindamos a nuestros chicos, sobre todo la que pasa a través de la escuela, tan domesticada (en el doble sentido de hogareña y amansada), que recurre con tanta frecuencia a protagonistas que son idénticos a los lectores, consigue atrapar a aquellos a los que les gusta meterse de polizontes en cualquier cosa que los lleve lejos. Porque para eso -creía yo entonces- eran los libros: para llevarme lejos, desplazarme a lo ignoto: al mundo de las hadas primero, y después a ese otro de escenarios reales, con paralelos y meridianos, donde se desarrollaban vidas extraordinarias, había sectas auténticas, injusticias que nos convertían en justicieros, gestos de nobleza y de sacrificio, además de pescadores de perlas y romances estrepitosos. Se diría que esos chicos encuentran esos relatos en otros soportes: el cine, la televisión, los comics, los videojuegos. ¿Y en la literatura?
(…) Nunca me imaginé interesada en la historia de una nena que viviera en un barrio suburbano y se hubiera enamorado del nene de la esquina porque para eso me tenía a mí. Mis heroínas eran, por lo menos, vírgenes a punto de ser sacrificadas en un templo, y mis héroes, por lo menos, el correo del zar. Ojo: no desdeño la identificación con lo inmediato, digo solamente: hay quienes buscan otras cosas.
Y luego (o antes), como transcribe Ana Garralón en su blog:
Ema Wolf afirmó tajante que hoy los niños leen autores vivos contemporáneos de literatura infantil llenos de modelos estereotipados y faltos de emoción y, al mismo tiempo, ignoran la obra de un clásico como Javier Villafañe.
Me tocó cursar mi educación primaria en una época en la que la mejor literatura infantil que existía era esa de la que habla Ema Wolf con tanto entusiasmo, si bien no era la literatura que aconsejaban las maestras en los salones de clase, y si bien tampoco era muy fácil acceder a ella. En todos mis años de educación, las lecturas obligatorias eran de escritores muertos o, en su defecto, encerrados en sus casas cumpliendo con sus últimas voluntades. Leíamos letra broncínea, cuando no letra muerta. La experiencia de encontrarnos con un escritor o una escritora viva e intercambiar con ellos nuestros pareceres sobre la lectura de sus libros nos fue ajena. Y ajeno nos resultaba un modo de escritura retórico y ampuloso, lejano de nuestras experiencias vitales o de nuestras fantasías, ya salvajes, ya intergalácticas, ya de capa y espada, ya con efectos especiales incluidos; lejano, también, y por desgracia, de la terrible realidad cultural, social y política inmediata que nos estaba tocando vivir.
Las sociedades tienen una historia. La infancia tiene una historia propia. La literatura tiene historia. Y estas historias se tejen y se destejen en el presente, entrecruzándose, además. Por eso, ni todo ni nada: los clásicos y los contemporáneos, las identidades y las otredades, y que la dieta sea balanceada.
No me animaría a recortar bibliodiversidad en los tiempos presentes, justo cuando recién estamos logrando que las sociedades sean un poco más lectoras, justo cuando los noticieros nos muestran que el mundo no es menos intolerante hoy que ayer, o al menos, no todo el mundo. Y que la criba la hagan los lectores, de a poco, según sus caminos recorridos como tales, y con la mejor o peor colaboración que le puedan brindar los mediadores literarios.
¿Qué de la actual literatura infantil y juvenil soportará el juicio (casi que incuestionable) del tiempo? No lo sabemos ahora, pero lo sabremos más adelante. Mientras tanto, un poco de Twain, un poco de Villafañe, un poco de Ema Wolf, y un poco de ese escritor nuevo que acaba de publicar su primera obra y que parece que anda muy bien.
La seguimos en el próximo foro, el XX.