La historia que se narra en la última novela de María Florencia Gattari, «Flor de Loto, una princesa diferente«, se inicia con una profecía que anuncia el día en que llegará una princesa diferente para reinar en las Tierras de sí o sí. Pero la profecía no tenía en cuenta el hecho de que, para algunos, en particular para los médicos de la corte, los bebés, cuando nacen, son todos iguales. La profecía no se cumplía de ningún modo. Entonces, la reina Nenúfar descubre otra versión de la profecía y, cuando nace su hija, Flor de Loto, es fácil darse cuenta de que ella es la princesa anunciada, la princesa diferente.
La reina «que durante tantos años se había desempeñado con firmeza en el gobierno de esas tierras difíciles» está orgullosa de su hija, pero hay algo que la inquieta: ¿cómo criar a una princesa destinada proféticamente a ser diferente?
La reina se preguntaba si estaba cuidando todo lo bien que se podía a su heredera, y no era por cariño de madre únicamente: lo suyo era también una responsabilidad de Estado.
Esta novela está destinada a primeros lectores y, en apariencia, cuenta una historia sencilla, escrita al modo de una fábula oriental. Así y todo, con ese pequeño cuestionamiento deslizado en el pensamiento de la reina Nenúfar, la novela introduce con una sutileza envidiable, por debajo del relato, una preocupación general en nuestro tiempo: allí cuando esperamos que los niños y las niñas logren hacer la diferencia, o sea, se críen como seres auténticos, críticos, capaces de transformar la realidad que les toque: ¿qué tipo de educación deberían recibir? A partir de ese punto, la novela comienza a contar, como en dos niveles superpuestos, una fábula divertida y, a la vez, una alegoría sobre la educación en nuestro tiempo.

«Flor de Loto, una princesa diferente», de María Florencia Gattari, edita SM, Argentina, 2012.
La reina escucha en un momento que uno de sus sirvientes impone una prohibición a la princesa Flor de Loto. Sabe que la educación de la niña no depende solo de ella, de la madre, sino que es socialmente compartida. Y entonces toma una medida muy peculiar: «Nadie puede decirle que no a la princesa«. Pero la anuncia de una manera compleja:
Todos en la corte, en la región y en el reino tienen permitido, exclusivamente, decirle que sí a la princesa Flor de Loto.
La perspectiva de criar a los niños sin prohibiciones, la perspectiva de la niña-reina-ama-y-señora en el mundo de los adultos que solo le pueden decir «sí, princesa«, pasa a ser narrada como una doble pesadilla: por un lado, para los sirvientes que deben interpretar los deseos de la niña y conceder lo que fuera, sintiendo en todo momento el temor de fallar o la repulsión por complacer las órdenes; por otro lado, para la princesa Flor de Loto que, si bien en un momento se siente poderosa, enseguida comienza a conocer lo que es el aburrimiento, lo que es la falsedad de la gente (incluso de sus pares, otros niños) que solo actúan bajo mandato y fidelidad a una orden superior.
En esas circunstancias, la princesa diferente comienza a comportarse de modo francamente desagradable: se porta como una niña caprichosa, narcisista, egoísta… Las cosas van de mal en peor hasta que ocurre un incidente: la satisfacción de un deseo de la princesa, tener una mascota que hable, cambia su realidad. La mascota que se le ofrece es una grulla que, por supuesto, no habla. Pero quien se la da hace una pequeña trampa: le dice que la grulla «prometió que hablaría con cualquiera que fuese digno de sus palabras«.
El mutismo del ave pasa a ser para la princesa Flor de Loto un desafío: ella debe saber si es digna de las palabras del ave y entonces ella debe reflexionar sobre sí. El mutismo y la indiferencia del ave ante Flor de Loto pasa a ser una suerte de espejo para el silencio reflexivo de la princesa; un espejo que contrasta con la falsedad afirmativa de su servidumbre. Esto operará un cambio en la niña:
A Flor de Loto le pareció muy sensato que por una vez no le contestaran que sí a cualquier pedido y, por ese silencio, consideró que la grulla era su amiga. De manera que empezó a hablar con ella. Y esta vez no pidió cualquier cosa, ni se puso mandona, ni habló con ánimo de fastidiar.
Su relación con la grulla provocará otro cambio en la princesa: le permitirá tener deseos auténticos y sueños (o pesadillas) que le exigirán hacerse preguntas difíciles sobre la realidad del mundo en el que vive. Flor de Loto sueña que vuela con la grulla y va descubriendo una realidad desconocida y, por lo general, desagradable.
Lo que vio la llenó de espanto. Flor de Loto se sacudió con un temblor que la recorrió desde el flequillo negro hasta la punta de sus pies diminutos, se llevó las dos manos a la cabeza y con una fuerza que no sabía que tenía gritó: «NO».
Viajando en sueños entre la fábula y la alegoría, la princesa diferente termina por reconocer los aspectos negativos del mundo, y con el descubrimiento de esa negatividad (algo antes desconocido para ella) conquistará un logro valioso para la construcción de su persona, de lo que habría de ser diferente en su persona y en su comunicación con los demás: en primer lugar, con su madre; en segundo lugar, con los habitantes de su reino.

Las ilustraciones del libro son de Natalia Ninomiya y acompañan muy bien la fábula con una reconstrucción amena de la iconografía oriental.
A menudo, en la actualidad, se le pide a la literatura infantil que abandone sus afanes didácticos de antaño; que no intente ser pedagógica, allí donde se espera de ella no más que la recreación lúdica o el mero divertimento. Una novela como esta, dirigida a primeros lectores, escrita con pulso firme, amena en su relato, poética en su tono, con un logrado equilibrio entre el humor y la seriedad (que el asunto requiere), una novela como esta, decía, demuestra que el entretenimiento no está reñido con la reflexión profunda sobre cuestiones de primer orden como son la educación, las relaciones entre padres e hijos o el lugar de la infancia en los procesos sociales.
Demuestra además que la literatura infantil, sin dejar en ningún momento de ser literatura, y de calidad, puede abordar asuntos complejos con una forma de tratamiento incluyente; una forma de escritura que no trata al niño como un ser al que hay que concederle todo y no exigirle nada para no generarle rechazo, pero que tampoco lo deja afuera de una cuestión espinosa como es la de su relación con la educación que le brinda el mundo adulto.
Sin caer en el facilismo reaccionario de apelar a la autoridad por la autoridad, sin caer en la bobería de esa prédica de la importancia de poner límites, sin regodearse cínicamente en la señalización del despiste general del mundo adulto respecto de la infancia (las crisis de paternidades, las crisis de autoridad, las crisis de valores y otras pamplinas sociológicas al uso), sin esas taras, esta novela, justamente, invita al niño para que se involucre reflexivamente en el proceso de su propia formación, a la vez que lo impulsa para que se forme con autonomía. Y la novela hace una apuesta alta en pro de la autenticidad, del diálogo, de la autonomía creativa de la infancia, sin saltearse las dificultades que ello encierra.
Pero no hace todo eso como si redactara un manual de autoayuda o un libro-guía-en-valores. Lejos de ello, en su exacta calidad literaria, esta novela predica lo que hace y hace lo que predica: en la Tierra del sí o sí (que también podría ser una caricatura de cierta tendencia en la LIJ actual), esta novela se levanta como un «NO» potente y luminoso, un no que en un punto, como le pasa a la protagonista, alienta al lector a que apunte sus dudas «en ese lugar de su corazón» donde se guardan ideas como la que apuntó Flor de Loto al despertar de un sueño:
Remonto vuelo:
lo que conozco
parece nuevo.
—
Flor de Loto, una princesa diferente
María Florencia Gattari
Editorial SM, colección El barco de vapor, serie azul (recomendado a partir de 7 años).
Ilustraciones de Natalia Ninomiya
Argentina, 2012.