En el último mes salieron de imprenta tres libros en los que fui invitado a participar. Por distintas razones, esa participación, ahí, me alegra y me abisma a la vez.
El primer libro lleva por título Batiscafo en las nubes (hay edición en catalán: Batiscaf als núvols) y lo publica la editorial valenciana Kireei. Para este libro colaboré con un cuento que lleva por título “El caballo de la plaza mayor” y fue ilustrado por Anna Aparicio Català. Hacía tiempo que quería escribir sobre caballos, y el cuento juega con las fantasías que puede generar este cuadrúpedo en las distintas edades de las personas. Las ilustraciones de Anna son una maravilla. Lo publica la editorial valenciana Kireei.
El segundo libro lleva por título Visual i dits i nas i orelles i gust de cireres, y lo publica la editorial tarraconense Piscina, un petit oceà. Allí participan 39 escritores de literatura infantil y juvenil residentes en Catalunya. Es un libro sin ilustraciones, que viene a reivindicar, en un tiempo en que el predominio de la imagen se hace sentir, el valor de la palabra desnuda, su capacidad para dibujar historias e imágenes en la cabeza del lector. Todos los textos resaltan un sentido, con palabras. Participé con un cuento brevísimo que lleva por título “Aquella trista olor que arribava des del mar”. El libro es un prodigio de diseño gráfico y editorial. Me alegra y me abisma, aquí, el hecho de haber sido incluido en este libro junto a grandísimos escritores de la LIJ Catalana.
El tercer libro se titula Joaquín Torres García. Arte en construcción, y es un homenaje al artista uruguayo que publica la editorial argentina Calibroscopio. Corría el verano del año 2012. Walter Binder, el editor de Calibroscopio, había viajado desde Buenos Aires a Montevideo y se reunió conmigo en el café Bacacay de Montevideo: teníamos algunas cosas por conversar. Él iba hacia una reunión en el Museo Torres García. Estaba intentando negociar los derechos para publicar un libro sobre el artista uruguayo para la colección Pinta tu aldea. Recuerdo que, café y calor mediante, le hice algunas sugerencias para esa gestión, pero no creo que le hayan servido de mucho. Un año más tarde, cambiando el café por unos chivitos, volvimos a intercambiar alguna idea sobre cómo conseguir la autorización. Walter fue tenaz con el asunto. Cuatro años después de aquella reunión me escribió para decirme que lo había conseguido: tenía los derechos, haría el libro y me convidaba a participar junto a un grupo de colegas de ambas orillas del Plata por los que siento una profunda admiración. Para este libro escribí un cuento breve que lleva por título “En el tren”. Para quien tuvo en su infancia un pasaje intenso por el taller de pintura de Dumas Oroño, alumno él de JTG, publicar un cuento en un libro para niños sobre el maestro del arte constructivista de la escuela del sur, de alguna manera, es agradecer un imaginario de infancia que se expande, aún hoy, en mi memoria, con el olor de los óleos con que dibujaba garabatos aquellos sábados por la mañana, cuando aprendí a dibujar caballos a partir de un rectángulo.