—¿Les gusta la poesía?
—Noooooooooo…
Así empezó esa suerte de presentación/taller exprés de poesía que hice en la 8ª. Feria del Libro de Maldonado. Eso pregunté y eso respondieron niños y niñas escolares de Maldonado, de 5º y 6º grado (entre 10 y 12 años).
Y está bien. Es un buen inicio. Pienso que es el punto de partida desde el que hay que comenzar a hacer un trabajo de promoción de este género, la poesía, en esas edades.
Claro que uno podría dejarse caer ante una respuesta tan contundente. Pero no fue mi caso: creo que iba preparado. Y remonté desde ahí, desde esa respuesta tan negativa, porque sabía de ese prejuicio extendido entre los más pequeños. Un prejuicio que incluso haría que un niño o una niña que sí gusta de la poesía prefiera silenciar esa afición ante el grupo por temor a hacer el ridículo. Y es que por alguna razón, en la que habría que investigar un poco más, los escolares se apartan de la poesía. ¿Será porque los han obligado a hacer alguna lectura tediosa de cierta poesía que a la primera oída suena anquilosada o plúmbea? ¿O será por preconceptos anteriores incluso a cualquier lectura: «la poesía no sirve para nada»; «la poesía es una mariconada»; «la poesía es algo sin pie ni cabeza»?
Hay que investigar esto, pero a la par, hay que hacer la prueba de revertir el prejuicio. Al principio, preguntando nomás. «¿Les gustan las canciones?» Eso sí, aunque sin pensar que de pronto detrás de una canción hay un poema. «¿Les gustan los trabalenguas y las adivinanzas?» También, aunque sin sospechar que detrás de esos juegos de palabras hay versos muy bien medidos y rimas estudiadas al dedillo.
Y luego de la jornada de hoy me queda claro que los niños pueden entretenerse intercambiando sobre el significado de una metáfora, llegando a percibir los extraños mecanismos del trasfondo en el que se desplaza poéticamente el sentido de las palabras. Que también pueden inquietarse ante el descubrimiento de una nueva palabra —«runrún», por ejemplo— y al rato estar usándola para resolver un acertijo o expresar algo de una manera distinta.
—

«y el agua es un runrún»
—
Efectivamente, se puede remontar el «noooooooo» inicial de los escolares, e irlo dando vuelta para que ellos puedan acercarse a la poesía. Cuarenta minutos, en el marco de una actividad extraordinaria, seguro que no es suficiente para revertir la densidad de ese prejuicio. Pero un trabajo sistemático, hecho con tino, partiendo de algunos elementos propios de la poesía —la sorpresa, la imaginación, la memoria, la expresión de ideas y sentimientos, los juegos de palabras, los ritmos, las rimas, la sintaxis, los sentidos figurados—, un trabajo desarrollado a lo largo de todo el ciclo escolar, graduado, constante, lúdico, bien ilustrado, y seriamente encarado: ello ayudaría a romper con el prejuicio inicial y darle al niño o a la niña la posibilidad y la libertad de acercarse a la poesía, o de rechazarla, incluso, pero sabiendo el porqué. Un trabajo que maestras y maestros se deben, en primer lugar, a ellos mismos, luego, a sus alumnos. Siempre se está a tiempo.
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«nace la lluvia y comienza / a precipitar su mirada / sobre la tierra»
—
Un momento muy grato de la actividad, ya casi sobre el final, fue cuando les leí uno de los poemas de Ver llover, y les pregunté cómo lo interpretaban, cómo interpretaban el significado de algo tan simple y a la vez tan complicado como puede ser la idea de que «la lluvia extiende su mirada sobre la tierra». Se produjo uno de esos silencios en los que se nota con claridad el esfuerzo conjunto de un grupo de niños por pensar e imaginar una respuesta. Pasaron unos segundos. Más silencio. Entonces les pregunté si querían que les leyera de nuevo el mismo poema para que pudieran repensarlo mejor. La respuesta fue siiiiiiiiiiiii…
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