La «muerte del lector» se produce cuando…

Posibles explicaciones (*):

– La media de los lectores lee menos de 20 libros por año.

– Entre los 13 y los 17 años las personas piensan que los libros pesan demasiado.

– Tus padres leían más que vos.

– Se habla mucho de los «nativos digitales».

– Entre los 13 y los 17 años nunca empiezas una charla preguntándole a tu interlocutor: ¿qué estás leyendo?

– Se publican muchos manuales de uso de electrodomésticos y ramos afines.

– Se venden más arpas paraguayas que libros eruditos o de tesis.

– Entre marzo y diciembre, los docentes se duermen en las primeras páginas del libro que se disponen a leer.

– Los traductores dedican más tiempo a su cuenta de twitter que al trabajo que no encuentran.

– El concesionario de la fotocopiadora del colegio ha vuelto a cambiar de auto este año.

– La mayoría de los archivos que se descargan de internet pesan más de 2MB.

– La suma de los fragmentos es menor que la totalidad del texto que los unifica.

– Cuando hablas de leer en red tu interlocutor piensa en leer adentro de un arco en la cancha del estadio Camp Nou.

– El contexto de lo textual se descontextualiza.

– La jerarquía de los discursos se corresponde con los resultados de los algoritmos de los buscadores de internet.

– En una vida promedio, las citas a eventos de Facebook son más que las citas al pie de página.

– Los libros producen más dividendos que lectores.

– Se agota la batería del e-reader y no tienes ningún enchufe a mano.

– «La continuidad de los parques» se transforma en un cuento realista.

– Todo lo anterior te importa un bledo.

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La muerte de Don Quijote, por Gustave Doré.

(*) Fuente bibliográfica para la escritura de esta lista: «Leer la lectura«, por Roger Chartier.

Ayer me escribió Paula Bombara, y bueno, eso, «Nada»: una carta

Cada vez creo más en que un libro culmina recién cuando lo lee un lector. Las lecturas son múltiples y entonces los libros tienen distintos fines, múltiples destinos. Cada lector hace su lectura, y la hace desde su propia experiencia. Y sin embargo, a veces, muy de vez en cuando, me sucede que cuando termino de leer un libro siento que no lo puedo completar, que no lo puedo cerrar, que no lo culmino si no hablo de él con alguien; si no intercambio pareceres, si no lo discuto, si no comparto la lectura. Me sucede eso con aquellos libros que me impactan de manera tal que no puedo terminar de procesarlos en solitario.

Eso fue lo que me sucedió con la novela «Nada«, de Janne Teller. Terminé de leerla y sentí que no podía quedarme solo con mi lectura.

"Nada" (título original en danés: Intet), de Janne Teller, Editorial  Seix Barral.

«Nada» (título original en danés: «Intet»), de Janne Teller, Editorial Seix Barral.

Entonces le escribí a algunos amigos y amigas, y los incité a que la leyeran. Los intimidé, casi. Les preguntaba si pensaban que era una buena novela para jóvenes (en algunos lugares fue censurada); les preguntaba si acaso a ellos los entusiasmaría tanto como a mí. Por suerte todavía me quedan amigos y amigas que me dan bola con estas cosas, que me siguen en mis entusiasmos y dilemas de lector, que me acompañan. Uno de esos amigos es Marcos Taracido, con quien hablamos por ahí de la novela. Otra de esas amigas es Paula Bombara. Y he aquí lo que ella me escribe a propósito de su lectura de «Nada«. No agrego nada más a sus palabras. Lean su carta. Después lean la novela. Y después la seguimos.

Querido amigo,

Sé que esto irá a tu blog y será leído por gente que no me conoce pero elijo este formato de carta porque, luego de cavilar varios días sobre el modo de abordar un comentario a esta novela, finalmente creo haberlo encontrado.

Como habrás adivinado, terminé de leer «Nada«, de Janne Teller y a la pregunta de rigor debo contestar que sí, que creo que los jóvenes deben leerla.

Por otro lado, a la otra pregunta de rigor, no sé si el verbo «gustar» se ajusta a lo que sentí. No sé si me gustó la historia en sí misma pero me hizo pensar en tantas cosas que te agradezco el haberme dicho tan enfáticamente que tenía que leerla.

Ya en tu diálogo con Marcos Taracido dicen mucho sobre el nihilismo y la progresión dramática del texto. (¡Aprendí con ustedes ahí!) Yo fui por otro camino y antes que nada pensé en por qué a vos te resonó el clima de mi «Solo tres segundos» en esta novela. Me parece que el punto de aproximación es por oposición: ¿dónde está la amistad como significado de la vida en «Nada«? Hay amigos entrañables en esta novela, hay amistad, pero no se cuestionan encarar a Pierre por ese lado. Es el quehacer productivo de la vida lo que no importa para Pierre. Pero a mí se me hace evidente que él quiere llamar la atención y generar una reacción porque hay algo que está gritando desde su árbol y es que está solo. La amistad importa. Importa tanto cuando se tiene y se pierde, como cuando se tiene y se la cuida, como cuando no se tienen amigos y se detesta al mundo por eso.

Nadie se acerca a Pierre salvo para decirle que baje del árbol al que se trepó. Nadie se sube a ver el mundo desde ese ciruelo y ya. ¿Por qué Janne Teller, cuando oyó la voz de Pierre en su interior reclamando que nada importa, eligió irse hacia la nada productiva en lugar de hacia la nada emocional? ¿Será que sí pensó en eso, pero luego los personajes la llevaron por otro rumbo? ¿Cómo piensan, viven, sienten, los jóvenes en Dinamarca? ¿Cómo los afecta el sol, el frío, la noche? ¿Se abrazan, se besan, se tocan? Yo sé apenas algo de los jóvenes de Argentina, donde, la amistad, la calidez y la proximidad corporal con que se tratan chicos y chicas está lejos de ser «nada».

Al comenzar a leer esas frases desesperantes del comienzo («Nada importa. Hace mucho que lo sé. Así que no merece la pena hacer nada. Eso acabo de descubrirlo«) que dice Pierre, se me planteó el abismo de lidiar con un personaje que, confieso, me resultó irresistible. ¿Cómo es que ninguna chica está enamorada de él al punto de subirse a una rama? ¿Cómo es que no se suben todos al árbol y desesperan desde ahí al mundo de los adultos? Con el correr de la novela comencé a creer que, en realidad, Pierre no existe. Pierre es la voz colectiva de un grupo desencantado de la vida. Pierre les muestra un camino de rebelión posible que todos intentan ignorar pero no pueden.

Pero no es Pierre el personaje que me fascinó en esta novela sino Sofie. Ella es quien aporta el escenario y la idea primaria de lo que harán: juntar objetos que signifiquen. Y ante la cuestión sobre cuáles son las cosas que sí importan dice «Finjamos, sólo«. Yo aquí creo, querido Germán, que ese «finjamos» tiene mucho de lo no-dicho. Y en «Nada» creo que lo que más significado tiene es lo que no se dice. ¿Cuántas veces «fingimos», jóvenes y adultos, que lo que sucede en nuestra vida social/personal/profesional no nos importa y luego nos descargamos la angustia en la ducha por lo que otros verían como una nimiedad, un «no fue nada»?  La escalada dramática comienza con ese «Finjamos, sólo«.

Deteniéndome en eso que los jóvenes construyeron, “el montón de significado”, para demostrar a Pierre que hay “cosas” que sí valen la pena, hice una secuencia que quizás traiciona el misterio a aquellos que no leyeron la novela pero que se me hace necesaria a partir de este punto. Si no te parece, quitala sin pruritos, confío en tu criterio:

-los libros de Dungeons Dragon de Dennis

-la caña de pescar de Sebastián

-el balón negro de fútbol de Richard

-los pendientes de cacatúa africanas de Laura

-las sandalias verdes de plataforma de Agnes

-el hámster de Gerda

-el telescopio de Maiken

-la bandera -Dannebrog- de Frederik

-el diario de lady Guillermo

-el certificado de adopción de Anna-Li

-las muletas nuevas de Ingrid

-la serpiente en formol de Henrik

-los guantes de boxeo de Ole

-los restos del hermanito muerto de Elise

-el pelo de Rikke-Ursula

-la alfombra de rezos de Hussain (y la paliza que le da su padre por perderla)

-la bicicleta amarilla del gran Hans

-la «inocencia» de Sofie

-el Jesús en la cruz -que tiene que robar de la iglesia- el piadoso Kai

-la cabeza de la perra Cenicienta decapitada por la guapa Rosa

-el dedo índice de Jan-Johan

Y fijate que es Sofie la única que pierde algo intangible y que recibe dentro de sí la violencia de todos (la del gran Hans al ser penetrada, pero la de los demás en la voz de una de sus amigas cuando dice «Seguro que quiere hacerlo otra vez«). La misma Sofie que provee el lugar secreto de las reuniones, la que más insiste en que el montón de objetos significa, la que no soporta ver lo logrado transformado en mercancía, la que enloquece. Este personaje es el corazón de mi visión de esta novela, es potente en su entrega, en su pérdida, en su violencia, en su locura. Sofie es, para mí, la contracara de Pierre. Ese torrente que encarna Sofie es la vida y desde este punto de vista, el final de la novela se hizo previsible para mí. Me encanta imaginar que Sofie está secretamente enamorada de Pierre y de ahí el ímpetu en intentar demostrarle que sí hay algo que tiene sentido. Algo intangible que podemos poseer aunque nuestras pertenencias sean un gran cero repleto de deseos o nuestro futuro sea de una incertidumbre oscura.

Intet (Nada): Tapa original de la novela editada en Dinamarca

Tapa original de la novela editada en Dinamarca

Si la voz de Pierre hubiera sonado dentro de mí, yo jamás podría haber escrito la novela «Nada«. No se me hubiera ocurrido ir por la vía de lo material. No podría haber dejado solo a Pierre gritando desde su ciruelo. Por suerte Janne Teller sí pudo. Gracias a ella lo no-dicho viene encontrando canales para expresarse. Para mí eso es lo sustancial en este texto: lo que no está allí y por eso mismo nos genera angustia y vacío interior.

Querido Germán, esto no es más que un montón de palabras alrededor de otro montón de palabras. Sin embargo, el que te hayas tomado el tiempo para decirme una, dos, tres veces que leyera esta novela, el tiempo que yo dediqué a leerla y a pensar en ella, el breve intercambio donde me pediste que escribiera lo que pensaba y esto mismo que acabo de escribir para vos y para tu blog, son los actos que le dan un significado especial a esta lectura. Sin embargo, si me agradecieras por lo hecho, te respondería, «de nada» (y, volviendo a Teller, al responderte de ese modo, estaría “fingiendo, sólo”, para minimizar lo emocional que ambos hemos puesto en juego en este intercambio, para que eso se convierta en materia intangible de la que no se habla, ¿no crees?).

Abrazo y gracias a vos por acercarme a esta novela. Ya sé, también dirás «de nada».

Pau

Entrevista (ficticia) con Shaun Tan a propósito de su libro, «El árbol rojo»

G&R: La primera edición de tu libro, “El árbol rojo”, se hizo en Australia, en 2001. La traducción al español la hicieron Carles Andreu y Albert Vitó, para Barbara Fiore Editora, en 2005. Cuéntanos un poco sobre el libro.

S.T.: “El Árbol Rojo” es una historia sin ningún tipo de narrativa en particular, una serie de distintos mundos fantásticos con imágenes independientes que invitan a los lectores a sacar su propio significado en ausencia de cualquier explicación escrita. Como concepto, el libro está inspirado en el impulso que tienen niños y adultos por igual para describir sentimientos usando como metáfora los monstruos, las tormentas, el sol, el arco iris y así sucesivamente. Más allá del tópico, he buscado ilustraciones que puedan seguir explorando las posibilidades expresivas de este tipo de imaginación compartida, que podría ser a la vez extraño y familiar.

G&R: No estoy muy de acuerdo con eso de que no haya una historia. De algún modo, el libro cumple con los preceptos clásicos de presentación, desarrollo, nudo y desenlace. E incluso se puede leer pensando en que en la trama hay un obstáculo a vencer por parte de la protagonista. Obstáculo que al final se resuelve.  ¿O te inclinas a pensar que esa protagonista, la niña, no es en sí un personaje, sino más bien una alegoría?

S.T.: Una niña sin nombre aparece en cada imagen, es un sustituto de nosotros mismos, ella pasa sin ninguna ayuda a través de muchos momentos oscuros, pero finalmente encuentra algo esperanzador al final de su viaje. “El Arbol Rojo” empezó como una narrativa experimental más que cualquier otra cosa: la idea de un libro sin historia.

Interior El árbol rojo Shaun Tan

Ilustración interior de «El árbol rojo». En el costado derecho, sobre un blanco, aparece una frase: «nadie entiende nada». Adentro de la botella, con ese antiguo equipo de buzo, la niña que protagoniza el cuento.

G&R: Sí, no dudo que sea una narrativa experimental, y que las imágenes, cada una por su lado, cuenten una situación, pero insisto en que hay un hilo narrativo que une esas imágenes, una progresión narrativa hasta llegar al desenlace. Uno va leyendo el libro y se encuentra a cada paso con una situación más y más desesperanzada. Todo está resuelto muy bien en las ilustraciones, que son muy potentes en la dirección de transmitir sentimientos, con una factura en óleo y acrílico sobre papel impecable. Pero sigo pensando en que el texto nos conduce hacia un final, hacia la resolución o no de un conflicto. El texto no está descuidado en ese sentido. Y si bien son líneas muy simples, juegan como una fuerza de arrastre en la dirección de afirmar un relato unitario y significativo.

S.T.: Estoy cada vez más convencido de que la ilustración es una poderosa vía de expresión de sentimientos, tanto como las ideas, en parte porque está fuera del lenguaje verbal, y muchas emociones son difícil de expresar con palabras. Pensé que podría ser interesante crear un álbum ilustrado que tratase sobre las emociones, sin encuadrarlas en ningún contexto argumental, en cierto sentido va “directo a la fuente”.

G&R: Entiendo que quieras darle más peso a las imágenes. Está bien. Es tu arte. Evidentemente prefieres narrar con imágenes. Y tienes muy buenos resultados, obviamente. Pero incluso ahí, en el hecho de que en todas las ilustraciones, por más disímiles que sean, aparezca la niña, eso ya nos indica la presencia de un protagonista y, por ende, del curso de una acción.

S.T.: Lo que resultó después de muchos garabatos fue una serie de paisajes imaginarios sólo conectados por un mínimo hilo de texto y la silenciosa figura de la niña en el centro de cada uno, con los que el lector es invitado a identificarse. Al principio ella se despierta encontrando hojas ennegrecidas  cayendo desde el techo de su dormitorio, amenazando con acabar con su silencio. La niña camina por la calle, eclipsada por la sombra de una gran pez que flota sobre ella. Se imagina a sí misma atrapada en una botella lavada en una orilla olvidada, o perdida en un paisaje extraño. Es capturada en una pequeña embarcación por buques a punto de chocar, y después de repente está en un escenario ante un misterioso público, sin saber qué hacer.: Algo así como si toda esperanza estuviera perdida, la niña vuelve a su dormitorio y encuentra una pequeña plantita roja creciendo en el centro del suelo. La plantita crece rápidamente convirtiéndose en un árbol rojo que llena su habitación de una cálida luz.

El árbol rojo de Shaun Tan

«El árbol rojo», de Shaun Tan. Barbara Fiore Editora.

G&R: Me llama la atención que no menciones la tapa del libro. Y es que desde ahí ya se comienza a trabajar para ese final. La niña está en un barco de papel que flota sobre el agua. El papel tiene texto escrito. La niña, con los ojos entrecerrados, adivina la presencia de una hoja roja en la sombra que el barco arroja sobre el cauce de agua. El agua es símbolo de vida. El color rojo es símbolo de vida. Navegar es símbolo de vida. La grafía sobre el papel es símbolo de una vida narrada. La niña, desde la tapa, está imaginando que puede vivir más allá de todos los obstáculos que el mundo le interponga. Todo eso lo transmite la imagen, sí. Pero al interpretarla, así como leo e interpreto libremente las imágenes interiores, me logro conmover.

S.T.: Cada imagen está abierta a varias interpretaciones por la ausencia de una descripción que las acompañe. Cada “mínima” historia nos recuerda que así como los malos sentimientos son inevitables, siempre pueden ser atemperados por la esperanza.

G&R: Tal cual. Eso está muy bien logrado en este libro. Hay un trabajo sobre lo que tu llamas “malos sentimientos” muy cuidado. ¿Trabajaste intensamente en esa dirección?

S.T.: En su origen, estaba planeando hacer ilustraciones sobre los tipos de emociones: miedo, alegría, tristeza, asombro y así sucesivamente.  Pero cuanto más trabajaba en ello, cuanto más encontraba emociones negativas (sobre todo sentimientos de soledad y depresión) eran mucho más interesantes desde un punto tanto personal como artístico. No es que sea una persona infeliz, es sólo que esas ideas parecen ser en última instancia las que provocan mayor reflexión.

G&R: Está claro eso. Ubicarse en la línea de la melancolía es, indefectiblemente, ubicarse en un plano en el que uno debe enfrentar reflexivamente su lugar en el mundo: lugar que siempre aparece como amenazado, como listo a desaparecer. Soy de los que piensa que en la literatura infantil no todo tiene por qué ser diversión y risa fácil, así que, desde ya, tienes en mí a un admirador de tu obra. ¿Te ha generado problemas ubicarte en esa perspectiva melancólica?

S.T.: Los lectores me han preguntado a veces por qué mi imaginario es a menudo tan oscuro, y pienso que es por eso. Estoy más atraído por aquellas cosas que no son siempre las correctas, como la injusticia social y ecológica de “Los Conejos”, o la apatía social en “La Cosa Perdida”, o algunas ideas  sobre la auto-destrucción en “The viewer”. Encuentro estos temas artísticamente atractivos, quizás porque están sin resolver, como un puzzle.

G&R: Por cierto, tampoco hay que pensar que un niño no pueda regocijarse ante las incertidumbres que arrojan tus ilustraciones. El arte, cuando surge del desgarro interior y la reflexión profunda sobre lo incierto de la vida, tiene ese efecto removedor que puede tocar fibras de sensibilidad y hacerlas resonar hondo, sin importar la edad de quién recibe el impacto. No creo, además, que tu libro sólo tenga un carácter melancólico, vale decir, no creo que tu trabajo aquí se quede nada más que en ese aspecto.

S.T.: Al mismo tiempo, disfruto de hacer un trabajo festivo (“El Árbol Rojo” lo es en última  instancia) pero cualquier significado aparente está siempre rodeado de incertidumbre. El árbol rojo puede florecer, pero también se morirá, de modo que nada es absoluto o definitivo; tiene que haber un reflejo fiel de la vida real, como algo que está continuamente en busca de una resolución”.

G&R: Te agradecemos mucho la entrevista. Y vamos a aclarar a los lectores que así como el árbol rojo puede no florecer, esta entrevista puede no haber sucedido nunca, puede ser el reflejo del mero deseo de dialogar con el autor luego de leer y releer varias veces su libro. Y sí, en efecto, G&R no entrevistó a Shaun Tan. Transcribimos aquí, al modo de respuestas a nuestras preguntas e ideas, el texto publicado en el blog Trazos de tinta, que se tomó el trabajo de traducir las opiniones que sobre el libro vertió el autor en su página web. Pero en nuestra imaginación, en nuestro deseo, en nuestra ilusión, este diálogo es muy real. Gracias, Shaun Tan. Gracias también a Ana Garralón (por la idea, que le copié descaradamente, de hacer entrevistas imaginarias así). Y un muy especial agradecimiento a Carola Martínez, de Donde viven los libros, que me obsequió un ejemplar de este formidable libro: “El árbol rojo”.

Si te pasás de listo… un epigrama

En su origen helénico, el epigrama era un poema ingenioso que tenía que ser breve porque se utilizaba para hacer una inscripción sobre un objeto. Si el objeto era una tumba, el epigrama se convertía en epitafio.

Días atrás leía un epigrama en la Antología Palatina que pienso que se puede inscribir en el ciclo de la poesía para niños sin ningún problema. En tal sentido, qué duda cabe, sería un poema pionero. Dice:

Miro, la niña, en común sepultó al saltamontes,
ruiseñor de los campos, y a la cigarra, huésped
de la encina, y gemía con llanto pueril, porque el duro
Hades sus dos juguetes le había arrebatado.

El asombro de una niña ante la muerte, su juego a la hora de construir una pequeña tumba para sus juguetes, entran en este epigrama con la fuerza de la brevedad que da un alerta: hoy vives, eres niña, pero la muerte acecha, irremediablemente. Epigrama y epitafio se conjugan aquí con un pulso conmovedor en su sencillez más absoluta.

Saltamontes

Saltamontes: juguete de madera, Francia, cerca de 1930. Imagen tomada del blog Animalarium.

Los romanos continuaron con la tradición griega del epigrama. Dos poetas se destacaron en esta forma: Marcial y Catulo. Pero el epigrama latino fue cambiando de carácter respecto del griego, admitiendo una gran variedad temática y de tono, si bien mantuvo en la brevedad y en el ingenio sus fortalezas más evidentes. Los temas del epigrama latino se reparten entre los poemas laudatorios, adulatorios y melifluos, los satíricos y burlescos, los agrios, los humorísticos y otros tantos que combinaban estos aspectos, sin excluir, claro está, los poemas eróticos. Un repaso al libro de Epigramas de Marcial da una clara idea de esa variedad. Hay un epigrama allí que me interesa citar para mostrar eso, la variedad y el ingenio:

Cómo se hace un libro

Hay cosas buenas, hay algunas medianas, son malas la mayoría de las que lees aquí: un libro no se hace, Avito, de otra forma.

Por lo general, y diría que por regla, los epigramas constan de dos partes: una introductoria, donde se reclama la atención del oyente o del lector, y una segunda, que es como un cierre o un desenlace, donde se responde rápidamente al reclamo anticipado. La primera parte avisa, la segunda golpea.

Ideal para la comicidad del equívoco, o para presentar un pensamiento leve sobre asuntos cotidianos, de los que no se excluye el amor y sus fracasos, o para la sátira política, o para provocar mediante un juego de antítesis el desconcierto: el epigrama ha prosperado en la poesía manteniendo su forma primera o insertándose al paso en otras formas poéticas. De ahí que podamos caracterizar cierta poesía como epigramática, más allá de su estructura formal. En todo caso, queda del epigrama aquello que pedía Tomás de Iriarte (sí, ése, el de las fábulas) ya en el siglo XVIII:

A la abeja semejante,
para que cause placer,
el epigrama ha de ser
pequeño, dulce y punzante.

No hay para el epigrama una forma métrica específica, si bien en el español se impuso en su momento una forma regular compuesta por dos redondillas con rimas independientes. También le fueron propicias otras formas estróficas, como las cuartetas, las quintillas e incluso las décimas. Pero conviene insistir en que la clave es la agudeza del pensamiento expresado.

En esa dirección, Ernesto Cardenal escribió uno de los epigramas más populares de la literatura latinoamericana del siglo pasado:

Al perderte yo a ti tú y yo hemos perdido:
yo porque tú eras lo que yo más amaba,
y tú porque yo era el que te amaba más.
Pero de nosotros dos tú pierdes más que yo:
porque yo podré amar a otras como te amaba a ti
pero a ti no te amarán como te amaba yo.

Y es que no debe de haber hombre que tras haber sufrido una decepción amorosa no hubiera querido desquitarse acudiendo a ese ingenioso epigrama, y eso por más vano que fuera el intento de desquite, y los resultados. (Claro que, lo sabemos de sobra hoy en día, en el marco del machismo característico del continente, siempre será mejor acudir a un epigrama que a la más burda violencia.)

Me gusta pensar que el epigrama y su forma perdurarán en el correr del siglo que avanza. Para reafirmar esta creencia acudo a uno de los epigramas mejor logrados que he leído en los libros de poesía de mis contemporáneos, publicado en el primer año del corriente siglo:

Dijiste algo y entendí mal.
Los dos reímos:
yo de lo que entendí,
vos de que yo festejara
semejante cosa que habías dicho.
Como en la infancia,
fuimos felices por error.

Sí, ese maravilloso epigrama de Laura Wittner, del libro Las últimas mudanzas (de 2001).

No sé si la felicidad de la infancia siempre ha sido errónea: quizás la niña que enterraba a sus juguetes en el primer epigrama publicado en esta nota desmiente todo el asunto: infancia, error y felicidad. No sé si la felicidad que surge de una confusión en el habla y en la risa íntima de dos adultos tiene que ser errónea por necesidad: quizás el logro de un epigrama, como el de Wittner, también desmiente el asunto.

En todo caso, si algo sale mal, siempre puedes desquitarte con un epigrama: leyéndolo, pensándolo, escribiéndolo. Como sostiene Mugidor en sus Epigramas del emperador:

Hay quienes abandonan una pelea. Hay quienes dejan de pelear y se abandonan.
No todos los abandonos conllevan el mismo resultado, ni todos son posibles: se puede abandonar la lucha, pero no se puede abandonar la derrota.