L.I.J.

De un tiempo a esta parte me acosa la pregunta de si la Literatura Infantil y Juvenil (L.I.J.) tiene una entidad real y valiosa. Mejor dicho, desde hace un tiempo me pregunto si el adjetivo “infantil” le agrega algún valor al sustantivo “literatura”.

Comparto con la argentina María Teresa Andruetto su idea de avanzar hacia una literatura sin adjetivos. Dice ella:

El gran peligro que acecha a la literatura infantil y a la juvenil en lo que respecta a su categorización como literatura es justamente el de presentarse a priori como infantil o como juvenil. Lo que puede haber de “para niños” o “para jóvenes” en una obra debe ser secundario y venir por añadidura, porque el hueso de un texto capaz de gustar a lectores niños o jóvenes no proviene tanto de su adaptabilidad a un destinatario sino sobre todo de su calidad, y porque cuando hablamos de escritura de cualquier tema o género, el sustantivo es siempre más importante que el adjetivo. De todo lo que tiene que ver con la escritura, la especificidad de destinatario es lo primero que exige una mirada alerta, porque es justamente allí donde más fácilmente anidan razones morales, políticas y de mercado.

Siendo así, acepto poner la mirada atenta en el destinatario y, entonces, transfiero mis dudas iniciales desde la categoría de la literatura infantil hacia la categoría de la infancia en sí. Me interrogo, pues: ¿qué es la infancia hoy en día?, ¿de qué modo existe?, ¿cómo podría ser, ya no la literatura infantil sino la experiencia de la lectura y de la escritura con la infancia?

Y a partir de esas preguntas, con ese ánimo crítico, me pongo a escribir y a leer, sabiendo que en ambos actos estoy intentando aportar algo para la construcción de la infancia lectora, algo que, en definitiva, es una apuesta por construir «infancia», así, a secas.

Sé que no estoy solo en esto. Sé que mi trabajo es social, aunque no todos lo abordemos del mismo modo. Me anteceden otros escritores e infinidad de personas e instituciones que se dedican a promover la lectura: docentes y escuelas, bibliotecarios y bibliotecas, editores y editoriales (pocas y bastante  conservadoras en nuestro medio), ilustradores (que en nuestro país, Uruguay, merecen un mayor reconocimiento y un mejor trato que el que se les dispensa), críticos de la prensa (especie casi inexistentes en Uruguay) y blogueros de internet (muchos por todo el mundo), instituciones no gubernamentales, el Estado, padres, madres, hijos y hermanos. Y pienso que es la literatura, que es la calidad de la «literatura», así, a secas, lo que puede llevarnos por un mejor camino para construir y formar lectores infantiles.

En el cuento con que fui premiado por el MEC en 2009, el personaje central, Maho, es una niña que se niega a que le lean cualquier cosa. Tiene sus motivos. Pero también su abuela tiene motivos para querer leerle una historia fantástica. El cuento relata esa pugna entre la nieta y la abuela, jugando con poner la realidad y la fantasía en la encrucijada de los tiempos actuales. Y lo hace respondiendo a lo que antes me proponía: cuestionar la entidad de la literatura infantil y la de la propia infancia, concibiendo a ambas entidades («literatura e infancia») no como categorías estancas, sino como una relación compleja e inestable en la actualidad.

Y es que al escribir uno no puede abstraerse de esas complejidades. Tampoco al leer se puede. Si estamos dispuestos a asumir la tarea de promover la literatura infantil y juvenil, de promover la literatura a secas, y de contribuir así a promover a la infancia en sus capacidades creativas, sea cual sea el lugar en el que nos ubiquemos, debemos saber que la tarea no es fácil. Que hay un sistema de depredación al acecho: mercados, poderes, banalidades mediáticas, violencia y mediocridad. Pero también debemos saber que avanzar en esa búsqueda (promover es siempre buscar) resulta muy gratificante. Esta no es una tarea puramente reproductiva. El desafío, aquí, también implica imaginar algo nuevo, y algo distinto: ¿la literatura?, ¿la infancia?, ¿el deseo?, ¿la realidad?

Desde mi experiencia de lector y escritor; conciente de que uno escribe a medida que aprende a leer; para no terminar esta locución con preguntas; y a riesgo de resultar pedante: propongo ahora trece instrucciones para ayudar a leer al niño que, así lo pienso, pueden ordenar mejor mis ideas sobre el tema. Son estas:

1. No lea al niño que usted dejó atrás: lea con el niño que está junto a usted. Tampoco se adelante al niño en su lectura: conózcale su tranco, acompáñelo y déjelo leer en soledad cuando él así lo quiera.

2. Lea como si usted nunca fuera a dejar de ser un niño, pero sabiendo que ya no lo es. Lea en la actualidad, pero sabiendo que en el futuro estará el pasado y en el pasado también estuvo el porvenir.

3. Lea lo que el niño le pide, pero también lo que el niño le da. Disfrute de ambas cosas, y que ambos disfruten. Y si el niño quiere leerle algo a usted, déjelo hacer, incluso cuando el niño todavía no sepa leer.

4. Lea en el espacio y en el tiempo adecuados. No se desubique. En el caso en que lea con el niño por las noches: nunca se duerma usted antes que él.

5. Al seleccionar la lectura, piense en el niño con el que va a leer, pero no haga caso a las categorías, ni a las clases, ni a las edades, ni a los tamaños. El único que puede ser caprichoso en cuanto a elegir la lectura es el niño, no usted.

6. Lea todo lo que venga, pero también todo lo que se va. Piense que toda lectura es una encrucijada.

7. Lea con el niño sólo cuando está seguro de dos cosas: que no tiene ninguna otra tarea más importante para hacer y que leer con él no representa una tarea para usted. Si no está seguro de eso, igual es mejor que lea con el niño a que no lo haga.

8. Lea con el niño como si fuera la última vez que va a hacerlo, y también como si fuera la primera.

9. Lea con el niño como si usted fuese uno de esos bambúes —conocidos como Cañas de la India— que florece y produce semillas una vez cada 120 años para luego morir. Piense que esos bambúes florecen todos juntos y a la vez, y que alguna de las semillas que lanzan logrará evitar a los depredadores para poder reproducir la especie. Si esto no lo convence, piense que esos bambúes igual se propagan de forma constante, produciendo nuevos brotes a partir de rizomas subterráneos.

10. Lea con el niño como si estuviese ayudando a un ciego a cruzar la calle. La fraternidad, o el amor filial, tienen algo que ver en eso, aunque luego de cruzar la calle, usted seguirá su camino personal y el niño (como el ciego) avanzará por el enigma de sus recónditas distancias.

11. Si cuando está leyendo con el niño éste lo interrumpe, detenga la lectura y preste atención a lo que surge. Piense que no todo lo que van leyendo está escrito en el libro. Las digresiones son propias de una lectura imaginativa. Atrévase a ir más allá de la letra o a volver desde lo escrito a la realidad: piense que la imaginación antecede a la escritura y también la desborda.

12. Piense que el acto de lectura es un modo de comunicación que trasciende lo que un texto dice o ilustra. Si la lectura hace ruido en la comunicación, déjela de lado. Sepa cuando es el momento adecuado para dejar de leer al niño.

13. Si realmente está dispuesto a leer con un niño, hágalo como le dé la gana: no siga ninguna instrucción al respecto. Manténgase en sus trece.

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Esta comunicación debe gran parte de su contenido a:

Guillermo Álvarez Castro: “Instrucciones para ayudar a un ciego” (cuento). En: Estrellas de cine y otros cuentos (2009).

María Teresa Andruetto: “Hacia una literatura sin adjetivos” (ensayo, 2009)

Joaquín Gianuzzi: “Instrucciones para ayudar a un ciego”, poema.

Stephen Jay Gould: “Los bambúes, las cigarras y la economía de Adam Smith”. En: Desde Darwin. Reflexiones sobre Historia Natural (ensayos, 1977)

Daniel Link: “Fantasmas. Imaginación y sociedad” (ensayos, 2009)

Ana Lorenzo: Correspondencia personal.

Juan José Saer: “Una literatura sin atributos” En: El concepto de ficción (ensayos, 1997)

2 respuestas a “L.I.J.

  1. Un placer leerte Germán, y encontrarte tan de casualidad paseando por acá. Me llegó de pronto algún eco nostalgioso de adolescencia en Punta Colorada, cuando ni idea tenía de que la literatura podría convertirse para mi en algo más que leer, y ya te escuchaba escribiendo.

  2. Pingback: A vueltas con la LIJ | Lectura Bibliotecas LIJ ...

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