Tengo la impresión de que quienes comentan o teorizan sobre la evolución del álbum narrativo, por lo general, no se detienen en los componentes que responden al género o a los subgéneros narrativos stricto sensu. Leo artículos que aclaran, a menudo, que el libro es narrativo en su esquema literario, pero el comentarista, el crítico o el estudioso no se detiene en considerar el modo en que lo es. En general, con los álbumes narrativos, es como si el análisis detenido de las interacciones entre imagen y texto ya fuese suficiente a la hora de comentar el libro, y no hubiera, entonces, mayor necesidad de andar especificando las correspondencias de género narrativo que el álbum puede llegar a comportar.
En los álbumes narrativos, así lo pienso, no estaría mal deslizar comentarios en esa dirección, pues también el ojo puede detenerse, y mirar, y leer mejor, si va prevenido sobre esas correspondencias. A mí, por ejemplo, que en el comentario de un álbum se diga que hay elementos del género de terror, o cierto aire del género de la bildungsroman (género de aprendizaje y de formación), o componentes típicos de la picaresca, o la tensión de un western, o que es de carácter epistolar, o que se asemeja al género de relato psicológico de autoayuda emocional, etcétera: todo ello me aporta elementos para la lectura, y lo entiendo como una clave muy oportuna que enriquece la interpretación del significado global del libro, así como sus detalles más ricos, o los más pobres.
Pienso que hay álbumes narrativos para los que ese tipo de comentario puede ser clave a la hora de pensar en la significación global, y para evaluar la interacción entre texto, imagen y gráfica que ofrece el álbum en su construcción. En ese sentido, no sabría cómo hablar de un libro como “Tres portugueses bajo un paraguas (sin contar el muerto)” si no me detuviese en las claves de género del policial clásico.

Tres portugueses bajo un paraguas (sin contar el muerto). Texto de Rodolfo Walsh. Concepto e ilustraciones de Inés Calveiro. Editorial Calibroscopio, Argentina, 2015.
Este libro, publicado por la editorial argentina Calibroscopio, ilustrado por Inés Calveiro, se basa en un cuento breve del argentino Rodolfo Walsh. Es un cuento policial, de la primera época del escritor. Fue publicado en una revista en el año 1955. El comisario Jiménez y Daniel Hernández, los investigadores que protagonizan este cuento, protagonizaron también esos primeros cuentos del autor, que responden a un tipo de policial clásico.
En este subgénero narrativo, muy anglosajón en sus orígenes, el crimen es tratado como lo otro de la razón y la investigación del crimen como la resolución de un ejercicio de lógica pura. En el policial clásico hay un crimen, hay un investigador, hay un proceso de investigación y hay una resolución final del caso: son las reglas generales y básicas del género. No importan los motivos sociales ni psicológicos del crimen. No importan los móviles. El crimen es un enigma que debe ser descifrado a partir de los indicios, los signos, los rastros, la lógica y la mecánica de su ejecución. Al investigador no le interesa el porqué, sino tan solo el dónde, el cuándo, el cómo, y, a partir de esas indagaciones, por cierto, el quién de la criminalidad.
Las respuestas a esas preguntas, los investigadores las pueden encontrar sin moverse de alrededor de una mesa en la que se compilan los datos, se trazan las hipótesis y se efectúan una serie de deducciones. La inteligencia del investigador, y no su acción práctica, es lo que conduce a la resolución del crimen. El razonamiento lógico es implacable y todo poderoso para la construcción del relato.
Todas esas pautas del género están compendiadas en este breve cuento donde el texto de Walsh, muy de su estilo, golpetea como las teclas de una vieja máquina de escribir que, con una sequedad metálica, deja grabados sobre el papel todos los elementos del crimen y de su resolución.
El cuento comienza así:
-1-
El primer portugués era alto y flaco.
El segundo portugués era bajo y gordo.
El tercer portugués era mediano.
El cuarto portugués estaba muerto.

«El cuarto portugués estaba muerto». Doble página interior.
El crimen se produce bajo un paraguas, en una noche de tormenta. Hay tres sospechosos. Del escenario del crimen se conservan los sombreros de los portugueses y el paraguas. Se sabrá la posición que ocuparon los portugueses debajo del paraguas y el modo en que se produjo el asesinato: esos datos darán la clave de la resolución.
El texto se divide en 12 apartados debidamente numerados. En al apartado 12 se agrega un epílogo. Al primer apartado, antes transcripto, le suceden otros 9 que aparecen como rondas de preguntas que formulan los investigadores y que responden, a su turno, los tres portugueses indagados: el primero, el segundo y el tercero. En cada apartado se deja constancia de que el cuarto portugués estaba muerto, que no puede hacer ni decir nada porque “estaba muerto”.

«El muerto estaba muerto». Doble página interior.
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–Entonces ¿qué hicieron? –preguntó el comisario Jiménez.
–Uno maldijo la suerte –dijo el primer portugués.
–Uno cerró el paraguas –dijo el segundo portugués.
–Uno nos trajo corriendo –dijo el tercer portugués.
El muerto estaba muerto.
En el apartado 11 se hace la acusación. El apartado 12 cierra el cuento, y contempla la explicación deductiva de la resolución del caso además de un epílogo.
Todo se escribe con una brevedad y con una economía de recursos muy propia del tipo de escrito de un acta policíaca, o del de las proposiciones silogísticas. En el texto hay una cuota de humor tan ingenioso e implacable como lo es la lógica que se pone en juego a la hora de proponer, abordar y resolver el caso.
Dada esta adscripción del texto al género policial, cabe analizar, luego, las relaciones que a partir de ahí se establecen con la ilustración del álbum y con el diseño gráfico propuesto. Y aquí es donde más nos maravilla este libro, que fue destacado en la última Feria del Libro de Boloña, con una Mención Especial en la sección Nuevos Horizontes.
La apuesta por un tipo de ilustración constructivista, realizada en collage, ofrece una estética mecánica, racionalista y procedimental, muy acorde a la neutralización de cualquier emocionalidad, tal como el género policial clásico impone a la hora de considerar la causalidad del crimen (¡oh, un álbum sin emociones, qué emoción!). La dinámica de la ilustración juega con la propia dinámica silogística del texto y apenas pretende subrayar la tensión que se exige al pensamiento abstracto al momento de seguir las pistas del relato. Oficia así, casi, como un instructivo gráfico para seguir las pistas del relato.
Y si en el texto resulta clave el juego de las anáforas a la hora de hacer una apuesta humorística, no menos anafórico es el juego de la ilustración, que repite las imágenes de los objetos apuntando a respetar una cuadrícula donde los cuatro portugueses resultan puntos cardinales en la geometría criminal, apenas cubierta bajo el paraguas, y que se ahorra todos los detalles que no conduzcan a los símbolos esenciales del crimen y de su resolución. En ese juego, las ilustraciones, y el trabajo de colores (predominancia del gris con toques de rojo y algún amarillo), tienen mucho de pictograma en su puesta en página, con lo cual se refuerza en las imágenes la idea de un mecanismo lector: el del desciframiento de enigmas.

«Uno mató, uno murió, los otros dos no vieron nada». Doble página interior.
La tipografía elegida es muy apropiada, y apropiado es también el efecto de subrayado que proponen algunos símbolos gráficos dispuestos en la ilustración. Las ilustraciones aparecen como las piezas de un rompecabezas a montar: algo así como los indicios del crimen que se está investigando. Al releer las imágenes, uno no puede dejar de pensar en que hay una lógica y una narrativa de género policial clásico también en la propia ilustración. Todo es acierto en el trabajo de la ilustradora Inés Calveiro, que hace un debut genial con este libro, con el que honra la idea de apertura de horizontes, de «nuevos horizontes», tal como fue especialmente mencionada en Boloña.