Miguel Hernández: 100 años y 48 estampas

Hoy se conmemoran cien años del nacimiento del poeta español, Miguel Hernández (nacido en Orihuela, Alicante, un 30 de octubre de 1910).

¿De qué modo podría celebrarse, en nuestra época, este centenario? De muchas maneras, claro. De hecho, en España, se ha declarado el 2010 como «año hernandiano«. Los ecos de la voz del poeta han resonado todo este año por aquí y por allá:

Nadie me salvará de este naufragio

si no es tu amor, la tabla que procuro,

si no es tu voz, el norte que pretendo.

(de El rayo que no cesa, 1936)

De todas las formas de celebrarlo, hubo una que me resultó muy grata.

Es la que eligió Libro de Notas, editando en su colección de LIJ —muy oportunamente: en el día de hoy—, el libro Miguel Hernández en 48 estampas, de Pedro Villar Sánchez, con ilustraciones de Pedro Villarejo.

Tapa del libro: Miguel Hernández en 48 estampas

Un libro dirigido a niños y jóvenes, donde se repasa la vida y la obra de Miguel Hernández  a través de  48 cuartetas de romance, cada una acompañada por una ilustración de Pedro Villarejo. La combinación de texto e imágenes configura un libro al que sólo le faltan el pliego y el cordel para ser como los clásicos romances de ciego.

He aquí una cuarteta con su correspondiente ilustración, vale decir, una página interior del libro:

Página interior del libro: cuarteta e imagen.

La cuarteta de Pedro Villar dice:

Que su obra no se olvida,

que sus libros permanecen

que sólo se irán muriendo

cuando ya no se recuerden.

Estoy de acuerdo, sí. Y es que la mejor forma de dar vida a un escritor es leyendo y releyendo su obra. O, como en este caso, acercándola a los niños y a los jóvenes.

En esa brega, la colección de Literatura Infantil y Juvenil de Libro de Notas, dirigida por Ana Lorenzo, coloca otro libro de poesía en su catálogo con la misma calidad de todos los editados por el sello. Como siempre, el libro está y estará accesible en formato PDF a través de internet. En breve estará disponible en papel (bajo sistema de impresión a demanda) y en formato E-PUB (para leer en móviles y demás cacharros electrónicos).

Hoy mismo podemos ir y descargarlo, y así rendir un pequeño homenaje a Miguel Hernández, poeta que murió muy joven, muy joven, viviendo apenas como un rayo en la tormenta de su época: un rayo que no cesa.

¿Qué culpa tuvo el tomate?

Poma Amoris Fructu (Tomate)

para Miguel A. Román

Cuando yo era pequeño
y mis padres me mandaban a comprar tomates al almacén
sólo había de dos tipos: para ensalada y para salsa.
Ambos tipos tenían gusto a tomate
y en eso iba su uso y beneficio.
Para ensalada o para salsa,
duros o flácidos,
en su acuoso dulzor y en su acidez grumosa
el tomate era signo
de la frugalidad extirpada a la canícula.
Ahora hay una múltiple y diversa oferta de ese fruto
pero hemos perdido el sabor de los tomates,
entre otros tantos sabores y extravíos.
Si trepas a una escalera alta
y desde el escalón más alto sueltas un tomate maduro
para que se estrelle contra el suelo
no todos explotarán como antaño
y algunos, incluso, ni siquiera estallarán.
La mancha que el tomate dejará tras su caída,
disminuida, macilenta, será una orla doliente
en la heráldica de la naturaleza cultivada
y en los blasones cuajados de las frutas caducas.
Las moscas y las hormigas quizás no lo distingan,
pero si fuiste un pequeño
en aquellos veranos de frutos decididos
recordarás al ver la mácula insulsa
los juegos de manos que el prestidigitador hacía
en la puerta del mercado agrícola
cuando los días parecían felices.

Chiquillada

Con cinco medias hicimos la pelota

y aquella siesta perdimos por un gol.

Una perrita que andaba abandonada

pasó a ser la mascota del cuadro que ganó.

Pantalón cortito, bolsita de los recuerdos,

pantalón cortito con un solo tirador.

Dice el abuelo que en los días de brisa

los ángeles chiquitos se vienen desde el sol

y bailotean prendido a las cometas,

flores del primer cielo, caña y papel color.

Pantalón cortito, bolsita de los recuerdos,

pantalón cortito con un solo tirador.

Media galleta rompiendo los bolsillos,

palito mojarrero, saltitos de gorrión.

Los muchachitos de toda la manzana

cuando el solo pica en pila, se van pa’l cañadón.

Pantalón cortito, bolsita de los recuerdos,

pantalón cortito con un solo tirador.

Yo ya no entiendo que quieren los vecinos,

uno nunca hace nada y a cual mas rezongón.

La calle es libre, sí, si queremos pasarlo

corriendo atrás del aro, llevando el andador.

Pantalón cortito, bolsita de los recuerdos,

pantalón cortito con un solo tirador.

Bochón de a medio, patrón de la vereda,

te juro no te pago aunque gane el matón.

Dos diente ‘e leche me costaste gordito,

la soba de la vieja, pero te tengo yo.

Pantalón cortito, bolsita de los recuerdos,

pantalón cortito con un solo tirador.

Fiesta en los charcos cuando para la lluvia,

caracoles y ranas y niños a jugar.

El viento empuja botecitos de estraza,

lindo haberlo vivido, pa’ poderlo cantar.

Pantalón cortito, bolsita de los recuerdos,

pantalón cortito con un solo tirador.

Chiquillada, Chiquillada, Chiquillada.

Hay canciones que, sin proponérselo, identifican la sensibilidad de una época y le dan una voz, una forma poética, una letra. Es como si cristalizaran en su decir y en su cantar la necesidad de expresión de las vivencias y los sentimientos de una generación. Por lo común, se trata de sentimientos de pérdida. La canción, en ese caso, oficia de compensación: devuelve lo que ya no está.

Chiquillada es eso.

Su letra fue escrita en 1962. La canción fue grabada en 1969. Se trata de una canción que enumera el paisaje y los objetos típicos de la infancia de finales de los años cuarenta del siglo XX e inicios de los años cincuenta. A principios de la década del setenta de ese siglo, nuestros padres, por entonces personas de 30 años, frente a esa canción no podían ocultar su nostalgia por la pérdida de la infancia. Y al cantarla, de algún modo, intentaban transmitirnos eso: «hubo una época que fue así, nosotros la vivimos, y lindo ahora poderlo contar y cantar».

La canción, luego, oficiaba para nuestra generación —la siguiente, la nacida entre los sesenta y los setenta— como un momento de intercambio emotivo muy profundo con nuestros ascendientes. Se trata de una canción sencilla, que enumera objetos y juegos infantiles: el pantalón corto, la pelota, el partido de fútbol, la perrita que es recuperada del abandono y se vuelve mascota, las cometas de papel, la jornada de pesca de mojarras con caña y boya de corcho, el juego de bolitas, los barcos de papel en los charcos…  La canción se conforma como el retrato (y relato) de un «paraíso perdido»: algunos de los juegos que nombra ya no existían cuando yo era niño (la pelota de trapo, por ejemplo, sustituida por pelotas de goma, cuero o plástico); otros sí existían, pero fueron desapareciendo.

Y más acá del «paraíso», la canción también da cuenta de los primeros (y más rudimentarios) conflictos generacionales, tal como se manifestaban en el espacio público: he ahí la pelea con el vecino rezongón. Conflictos que significaban la posibilidad de reafirmar nuestra libertad: «la calle es libre» debe haber sido una de las primeras consignas que, cuando niños, enarbolamos como pretensión de ciudadanía, incluso allí, cuando sabíamos que la calle no era libre.

José Carbajal, «El sabalero», fallecido en el día de hoy, a los 66 años de edad, es el autor de esta canción: una chamarrita, sí; pero también una suerte de himno del canto popular uruguayo.

Chiquillada fue versionada por prestigiosos músicos del folclore y la canción popular latinoamericana: Jorge CafruneLeonardo FavioLos olimareños. Pero para mí, esa canción, seguirá siendo siempre la del Sabalero, la de nuestra infancia, la de nuestra bolsita de los recuerdos.

José Carbajal, El sabalero (8 de diciembre de 1943 - 21 de octubre de 2010)

Un recull de textos

En catalán se dice: un «recull» de textos. Se trata de una «recopilación».

Me refiero al libro: Los árboles sin bosque, del que ya les había hablado en el blog.

Sucede que mañana, jueves, a las 19:30 horas de Barcelona, en la Librería Alibri, tendrá lugar la presentación.

Ya nos contarán cómo salió todo nuestros amigos en esa ciudad, los escritores Federico Nogara y Héctor Rosales.

Los árboles sin bosque: una muestra de literatura uruguaya contemporánea

Libros de poesía: confluencia y cima

Hay libros de poemas y libros de poesía. La diferencia no es menor.

Un «libro de poemas» suele ser una recolección de textos poéticos que no tienen un hilo conductor (salvo por las posibilidades de compartir un ejercicio de estilo personal). Un «libro de poemas» no tiene un eje temático ni una estructura que unifique el conjunto de los poemas agrupados. El libro puede ser «bueno» o «malo», dependiendo de la calidad de cada poema en particular o de un conjunto de ellos.

Por otro lado, hay «libros de poesía». En estos últimos, los poemas, además de la unidad estilística, comparten una temática, un objetivo, una significación y una voz muy claramente distinguible. Hay un hilo que va hilvanando los textos como si estos fueran unidades de un ábaco donde se está realizando una suma. También entre los «libros de poesía» hay de los «malos» y de los «buenos».

Los «libros de poesía malos» son aquellos donde la unidad se logra forzando los tantos, de manera demagógica, por así decirlo (y esto sin contar la calidad de los poemas en particular).

Los «libros de poesía buenos», en cambio, son aquellos donde los poemas fluyen, deslizándose uno en otro mediante distintos juegos de lenguaje y figuras de estilo. Hacia el final del libro, la lectura confluye en algo que no es una desembocadura, sino una cima desde donde se ve el paisaje del conjunto poético a vuelo de pájaro.

Esto último, no siempre se logra. Sin lugar a dudas, esa confluencia, ese encimarse del libro de poesía en su final es una dificultad agregada a la hora de escribir, leer o evaluar un «libro de poesía». No siempre se logra, pero cuando se logra, ¡hala!

«Poeta en Nueva York», un «libro de poesía» de Federico García Lorca