Las orillas: una década

El 1 de marzo del 2014, hoy hace una década, escribí un poema que, a su manera, era una despedida del país donde viví hasta entonces: el Uruguay. Lo titulé “Las orillas” y lo publiqué en Facebook.

El poema habla de las raíces y de las sombras.

Por entonces, necesitaba cambiar de vida, y debo de haber pensado que poner un océano de distancia para empezar de nuevo no estaba mal.

El poema habla de los lugares que dejamos, también de los lugares a los que llegamos, y habla del río, que se sabe que es metáfora de la vida.

Cuando lo escribí, tenía en un cajón de mi escritorio un pasaje de avión desde Uruguay hasta Cataluña, ida y vuelta. Lo de la vuelta era para no tener problemas migratorios al entrar en territorio español: nunca lo utilicé, se venció y lo rompí. De hecho, nunca volví a cruzar el océano. Llegué a Cataluña el 2 de marzo de 2014. Stel·la me estaba esperando en el aeropuerto.

El poema habla de la piel y de la mirada.

En estos diez años que han pasado he aprendido una lengua, el catalán, para hablar con mis vecinos. He aprendido un oficio nuevo, del que me gano la vida. Me reinventé como promotor de lectura y librero especializado en literatura infantil. También pude continuar escribiendo y publicando, básicamente como autor de literatura infantil y juvenil: en esta década publiqué 15 títulos, 11 de los cuales fueron traducidos al catalán y publicados en esta lengua. He conocido gente maravillosa, y de la otra. En fin, que tuve de las buenas y de las malas: como todos, como cada uno. He cambiado mucho, ciertamente, pero sigo orillando la vida un poco como siempre.

El poema hablaba de las risas y de los abrazos.

Hace una década que vivo en Cataluña. El poema se ha traducido al catalán. Hace unos años fue publicado en la revista Pantera con una ilustración de Adolfo Serra.

El poema todavía me habla.

Versiones del poema «Las orillas» publicadas en la revista Pantera, Nº 1, año 2019, con ilustraciones de Adolfo Serra.

La visita: o de cuando el silencio no hace ruido

Ruido es el sonido que nos molesta. Y por desplazamiento de sentido: todo lo que nos molesta, nos hace ruido. Vivimos en sociedades cada vez más ruidosas, tanto en sentido literal como figurado. Decibeles muy altos todo alrededor. Disgustos, molestias, fealdad por doquier.

Hemos llegado a un punto en el que nos cuesta encontrar momentos de silencio. Momentos de estar relajados, tranquilos con nosotros mismos, reconcentrados en nuestro interior.

Y aquí sucede la gran paradoja: hemos llegado a un punto en el que el silencio también pareciera que nos molesta. El silencio nos hace ruido.

Acostumbrados como estamos al ruido cotidiano, la posibilidad del silencio ha llegado a espantarnos. Lo feo, lo ruidoso ha ganado la partida. ¿Y quién ha perdido? La belleza. La poesía.

Y es que, tal como lo dijo en su momento el poeta José Ángel Valente: “el poema tiende por naturaleza al silencio. O lo contiene como materia natural”. (*)

En esta definición poética, la idea de expresar al yo, la potencia de lo lírico, pasa necesariamente por la indagación previa del silencio. Agrega Valente: “Poética: arte de la composición del silencio. Un poema no existe si no se oye, antes que su palabra, su silencio”.

Si el silencio nos espanta, también la poesía lo hará.

¿Queda alguna esperanza de reconciliación?

El libro “La visita” viene a decirnos que sí.

Escrito por Núria Figueras, ilustrado por Anna Font, ganador del XVI Premio Internacional Compostela para álbum ilustrado de 2023, publicado recientemente por la editorial Kalandraka, este álbum colorido, con un dinamismo gráfico potente, que recupera las formas de los cuentos tradicionales de advertencia, se nos presenta como una reivindicación potente del silencio.

El silencio es aquí corporizado como un ser danzante que nos visita en la soledad. La visita que nos hace el silencio es vivida como una danza donde el ruido se ausenta. Así queda representado ese momento de irrupción de la poesía en la intimidad de lo cotidiano. El silencio nos visita como un ser amistoso que puede hacer de nuestra soledad una buena compañía; de nuestros pensamientos inaudibles, una dichosa conversación.

Y al final, será la astucia del zorro, esa arquetípica fabulación, la que nos permita superar la paradoja del ruido y el silencio.

(*) El texto de José Ángel Valente lleva por título “Ut pintura” y se encuentra en su libro “Material memoria”, de 1979.

7 monstruos, 10 perritos, 10 manzanas: o de cuando la resta suma…

Por estos días, de manera muy oportuna en lo que refiere a la fecha, llegó a la librería un libro publicado por la editorial Kalandraka titulado «Siete monstruos y un gato«, escrito por Rafa Ordóñez e ilustrado por Christian Inaraja.

En este libro leemos las peripecia e infortunios de siete monstruos —un fantasma, un vampiro, un zombi, una bruja, una momia, un hombre lobo, el monstruo de Frankenstein— cuando salen de paseo junto a un gato con el afán de asustar a la infancia y a todos los potenciales lectores del libro. La historia, que narra las peripecias de esta extraña procesión de “víspera de todos los santos” (o sea All Hallows’ Even de donde Halloween) está escrita en pareados octosílabos con rima consonante:

“Siete monstruos y un gato

salen a pasear un rato.

Nos quieren dar un buen susto

y así quedarse muy a gusto.

Durante el paseo de los diferentes personajes, siete celebridades monstruosas en el imaginario gore, cada uno va sufriendo algún inconveniente que lo obliga a dejar la procesión, encabezada desde el inicio por el gato, el personaje que resiste hasta el final de la historia.

En la estructura narrativa, el inconveniente que acontece a cada monstruo, y que es causa del abandono de la marcha, es narrado en dos pareados, mientras que un tercer pareado se encarga de hacer la resta:

“De los siete monstruos solo quedan seis

Contadlos, y ya veréis.”

La estructura se repite (de seis quedan cinco; de cinco, cuatro; de cuatro, tres…) hasta que el gato se queda solo, sin compañía, convertido en el último personaje del cuento. Que el gato quede solo, y que haya una suerte de cierre narrativo con su acción (acaba leyendo en casa) es un final virtual. Hay otro final agregado: en una última página se vuelve a repetir la escena del principio, si bien ahora la vemos enmarcada en el libro que está leyendo el gato, sostenido por sus garras, en una jugada autorreferencial que nos invita a recomenzar la cantarela, repetitiva, infinita, configurando el caso de lo que suele denominarse como un «cuento de nunca acabar».

Los dibujos de Christian Inaraja dan al libro un tono caricaturesco, permitiendo que lo que podría llegar a ser “un cuento de terror” en manos de los más pequeños, acabe siendo un juego de disfraces atractivo, que no espantará a los padres (todo hay que decirlo) y que permitirá la diversión de los pequeños, ávidos de esta imaginería monstruosa.

El libro forma parte de la colección “Libros para soñar”, pilar de la editorial Kalandraka, y cuando lo recibí, de inmediato, me vino a la cabeza otro título de la misma colección: el de las “Once damas atrevidas”, escrito por Oli (Xosé Manuel González) e ilustrado por Helle Thomassen, un libro del año 2001, muy vivo todavía. El inicio de este es de antología:

“ONCE damas atrevidas

caminaron hasta Fez,

una se perdió en los cuentos

y quedaron solo DIEZ.”

Los dos libros tiene una estructura narrativa similar, los dos están escritos en verso (si bien las formas estróficas son diferentes: allá pareados consonantes de diferentes medidas; aquí coplas asonantes), los dos ofrecen un segundo final autorreferencial: la última dama atrevida de la serie acaba perdiéndose en un pueblo para siempre, y ahí la vemos, en lo que suponemos que es su casa, sentada a la mesa, leyendo el libro de las “Once damas atrevidas”, cosa que también invita a recomenzar la lectura del cuento, el canto o el recitado, cumpliendo así, otra vez, con la estructura narrativa «del nunca acabar».

Los dos títulos hay versión en catalán. Del primero, “Set monstres i un gat”, la traducción es mérito de Maria Lucchetti, del segundo, “Onze dames atrevides”, la traducción es de Miguel Barrios.

La lectura de estos dos libros me condujo de inmediato a recordar otros dos títulos: el que contiene una versión de una canción popular en España, la de «los diez perritos», y el que recupera, solo con dibujos, una versión de la canción popular de “les deu pometes” (las diez manzanas), correlativa en Cataluña de la de los perritos en España.

De la canción española tenemos a la mano dos versiones en formato libro. Una del año 2020, que es la redición que hace la editorial Media Vaca del libro “Los 10 perritos” de José Mallorquí (texto) y Rafael de Penagos (ilustración), una recuperación de la versión original de 1943 de la Editorial Molino, de Barcelona.

En el epílogo que escriben los editores para esta versión leemos:

“El texto de José Mallorquí recrea una canción infantil que a lo largo del tiempo ha ido viajando y modificándose en las voces de los niños. Su origen es incierto, pero podría provenir de una composición popular titulada Ten Little Injuns («Los diez indiecitos») que el compositor estadounidense Septimus Winner publicó en 1868.”

He buscado la canción en la web y transcribo aquí su comienzo:

“Ten little injuns

standing in a line,

one toddled home

and then there were nine.

Nine little injuns

swinging on a gate,

one tumbled off

and then there were eight.”

y su final:

“Two little injuns

fooling with a gun,

one shot the other

and then there was one.

One little injun

living all alone,

he got married

and then there were none”.

En el epílogo que escriben los editores en el volumen de Media Vaca se agrega:

“Al parecer, este Septimus, que fue el séptimo hijo de un fabricante de violines, ya había escrito unos años antes otra canción del mismo estilo. (¿No es curioso? ¿De dónde sacaría Septimus la idea de escribir canciones sobre los números?). «Los diez indiecitos» cosechó un gran éxito, y poco tiempo después empezó a circular por Inglaterra una versión con negritos, Ten Little Niggers (…) Según los curiosos que investigan estos asuntos, la canción de los diez indiecitos, convertidos después en negritos, fue dejando atrás sus connotaciones racistas tras la Segunda Guerra Mundial y se extendió por muchos países como una genuina canción infantil que admitía múltiples versiones protagonizadas por pececitos, conejitos, soldaditos, pingüinitos, monitos, autobusitos, gatitos y también perritos. De todas estas versiones, la más difundida en español es la de los perritos, que presenta casi tantas variaciones como hablantes tiene esta lengua”.

Tenemos así una canción que no surge como literatura para niños, pero que acaba ganada para la infancia, seguramente por lo repetitivo de la estructura, la sencillez formal, la rima, el ritmo y esa cosa didáctica de contar, sumar, restar. La posterior extracción del carácter xenófobo, sustituyendo los “negritos” por diferentes animales, facilitaría aún más la integración y reutilización de la canción, permitiendo mejor su incorporación en el campo cultural de la infancia durante el siglo XX.

Otro problema, en lo que refiere a la recepción de la canción, representará la manera en que se procede a la sustracción de los perritos, más o menos sutil, más o menos explícita, más o menos violenta. En la versión de José Mallorquí, de 1943, los perritos van desapareciendo y nunca se acaba de explicitar muy bien de qué manera mueren (o se pierden), aunque se deja adivinar un destino cruel para cada uno. En cualquier caso, los perritos que desaparecen, hasta no quedar ninguno, se integran en una galería de “hermanos ausentes” de la cual resucitarán al final, gracias a la bondadosa y mágica intervención del adulto responsable, que al restituirlos nos permite volver a cantar la canción, recomenzar el cuento, un nuevo nunca acabar.

Es notable la modernidad de los dibujos del libro. También es notable la intención “didáctica” de la tipografía al destacar los números en tipos más grandes y color rojo, lo que responde, una vez más, al fin práctico de este tipo de libros: el aprendizaje de la numeración y de algunos conceptos aritméticos elementales.

La otra versión disponible en papel y tinta es la de la editorial Ekaré, del año 2002, que lleva por título “Yo tenía diez perritos”, que recrea la canción popular con ilustraciones en collage de Laura Stagno.

Mientras que la versión de Mallorquí tenía aires narrativos y didácticos más marcados, la versión de este título de la colección “Clave de sol” de Ekaré queda más restringida a una lectura cantada, saboreándose mejor la retahíla sonora. Además, es bien explícita en lo que refiere al destino fatal de los diez perritos, sin escatimar algunas escenas que violentarán a quienes piensan que la literatura infantil ha de ser un mundo de algodones azucarados.

Tanto estas versiones de «los diez perritos», como la de «las damas atrevidas», a la que se le atribuye su origen en una canción popular gallega (“Elas eran once damas”), siempre nos remiten a textos que remontan la tradición popular, y que versionan y reversionan a gusto alguna variante del folclore propio o ajeno: el origen de la canción de «los diez perritos» se pierde entre Extremadura, Portugal y la Baja Bretaña, según explican algunos estudiosos, que han seguido sus versiones por el continente americano al norte y sur del Río Bravo.  

El cambio en las letras de las canciones, que pasaron de los “indios” (nativos americanos) y los “negros” (afrodescendientes) a los animales (perros, monos, gatos…) responde a la adaptación de la canción que abandona el componente ofensivo, busca eliminar ese sustrato racista original y pretende “salvar” el valor popular y lúdico de la canción, incluso el didáctico.

El cambio, ahora, en la versión que nos ocupa de los siete monstruos, que sustituyen a los animales, responderá, seguramente, a una revaloración de los libros “que dan miedo”, esos que poco a poco van ganando un lugar en el actual mercado. En cualquier caso, esta última adaptación de la canción popular, la versión monstruosa, no deja de ser la recuperación de estructuras narrativas y poéticas básicas, centenarias.

Dentro de esa tradición, con una estructura similar, tenemos en Cataluña una canción popular: “Deu pometes te el pomer”. Y no puedo dejar de pensar, ahora, en la libertad con la que Mercè Galí convirtió esas estrofas en un libro “sense mots” (sin palabras, silencioso), para jugar, aplicando una gráfica poética impecable, con la sucesiva pérdida de las manzanas, desde las diez del inicio hasta la última.

Me atrevo a decir, para cerrar la nota, que el libro de los siete monstruos que nos motivó a hacer el recorrido anterior queda inscrito en lo que Ana Pelegrín definió como una estructura básica acumulativa con una seriación lógica numeral decreciente, dentro de la clasificación del cancionero infantil que nos presenta en su libro “Cada cual atienda su juego: de tradición oral y literatura” (Editorial Cincel, Madrid, 1986. Hay una versión digital disponible).

Los libros en la librería…

Como vemos, volver a jugar con una estructura básica popular y tradicional puede ser un buen recurso para ofrecer un libro infantil que se sale por una vez del cúmulo de propuestas moralizantes y de cura emocional que circulan por todas partes. Un libro que nos conecta con una tradición popular revivida localmente, a la vez que nos invita a jugar en un presente de infancias globalizadas. Se agradece.

Un peculiar volumen para mi biblioteca kafkiana

No escribiría esta nota sobre el libro “Franz Kafka. Imágenes de su vida”, de Klaus Wagenbach, si no fuera porque todo lo relativo a la adquisición del libro se vio envuelto en un cierto aire kafkiano.

«Franz Kafka. Imágenes de su vida», de Klaus Wagenbach, Ed. Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, Barcelona, 1998.

Desde que me decidí a hacer un taller sobre los modos de ilustrar la obra de Kafka, vengo acopiando libros de este escritor, o sobre él, dando forma a una suerte de biblioteca kafkiana. Lo hago sin ánimos de experticia. Voy juntando lo que encuentro y que me llama la atención. Voy leyéndolos a un ritmo lento, poco sistemático y muy placentero.

El volumen al que me refiero, mi última adquisición, un libro de fotografías escrito y compilado por un experto sobre la vida y la obra del escritor checo, fue publicado por el sello Galaxia Gutenberg en 1998. Se trata de un libro que, en su momento, buscaba complementar, al modo de un pórtico, la edición de las Obras Completas de Kafka que esta misma editorial había lanzado bajo la dirección de Jordi Llovet, ordenada en cuatro volúmenes en torno a sus novelas, diarios, narraciones y cartas. El libro llamó mi atención desde el aparador de una librería de viejo de mi ciudad, Vic.

Hace cosa de una semana paseaba por el casco antiguo con un par de amigos uruguayos que estaban de visita en la ciudad. Los había llevado a conocer lo que es el punto cero de la ciudad, con su historia de más de dos mil años. Tomamos por la calle de Sant Sadurni para dirigirnos hacia la Iglesia “de la Pietat”. Cuando pasábamos por delante de la Llibreria Costa, vi en el aparador el libro: la foto de Kafka en la cubierta llamó mi atención. Comenté con mis amigos algo al respecto y me dije que más tarde procuraría comprarlo.

Recién hoy pude ir a la librería. Iba a entrar al local cuando un hombre mayor, muy alto, se me adelantó. El dependiente lo atendió. El anciano buscaba alguna información que, por así decirlo, trascendía los servicios de una librería. El dependiente fue paciente y amable al atenderlo e indicarle dónde podía asistir para que respondieran su consulta. Fue amable, también, cuando el hombre le pidió que hiciera una conversión de euros a pesetas de unas cifras que no tenían nada que ver con la posible adquisición de un libro antiguo, pues, en un momento, tal como pude escuchar, el dependiente le dijo que la cifra resultante superaba el monto total del presupuesto del Estado español.

Mientras sucedía esa enigmática conversación, le pedí al dependiente para coger del aparador el libro de imágenes de la vida de Kafka. Quería ver su interior. Me dijo que ningún problema, que mirara tranquilo. Eso hice. Apoyé el volumen en una mesa que estaba abarrotada de libros, lo abrí, leí el índice, miré el estado en el que estaban las páginas, me detuve en alguna fotografía, de las tantas que contiene el libro y que enseñan la ciudad de Praga cuando los tiempos del Kafka, su caligrafía, sus retratos. En fin, hice eso que hacemos cuando vamos a comprar un libro y queremos estar seguros de que es el libro que de verdad deseamos.

Lo que me resultó diferente al hojear este libro fue que en la página de portadilla había fijado un exlibris. No se trataba de un sello común y corriente, sino de una impresión en seco, un sello en relieve que grababa sobre el blanco del papel: “BIBLIOTECA DE RN”.  

Ex libris en relieve

Cuando el dependiente acabo de atender al anciano que había entrado antes que yo, le pregunté si el precio del libro era el que estaba escrito en la primera página. Me dijo que sí. El libro no era ni caro ni barato. Me pareció un precio razonable, teniendo en cuenta que el libro está descatalogado y se encontraba en un estado de conservación impecable. Le confirmé que me lo llevaría. Pagué. Justo cuando me disponía a salir, llegó al local el librero, Josep Costa. Nos conocemos por haber compartido algunas reuniones en la ciudad. Cuando vio el libro que me llevaba, me contó cómo había llegado a la librería.

Me dijo que se trataba de uno de los volúmenes de la biblioteca que perteneció a Ricardo Nudelman, editor argentino que tuvo que emigrar cuando el Golpe de Estado de 1976. Según me contó, Nudelman se había instalado en México, donde llegó a dirigir las Librerías Gandhi y el Fondo de Cultura Económica. Me sonaba esa información. Parece que el editor también estuvo al frente de la filial mexicana de la editorial Anagrama y, según me informó el librero, en los últimos años de su vida se había radicado en la ciudad de Banyoles, donde lo encontró la muerte en noviembre de 2021. No hacía mucho, la viuda le había encargado a Costa que se hiciera cargo de la biblioteca, pidiéndole que diera a los libros una nueva vida pues no quería deshacerse de ellos sin más.

Ricardo Nudelman (1941-2021)

No sé hasta qué punto los libros son seres vivos. Tampoco puedo saber mucho más sobre la primera vida de este volumen que tengo a mi costado, en mi escritorio de trabajo. Ni siquiera estoy seguro de saber algo sobre las posibilidades de que el libro vaya a tener una segunda vida, más allá que, de momento, ha venido a engrosar mi pequeña biblioteca kafkiana. En cualquier caso, me hace ilusión pensar en que este volumen sobrevive al olvido, así como sobre sus papeles y en su tinta sobreviven al olvido algunos aspectos de la vida y la obra de Nudelman y de la vida y la obra del mismísimo Kafka.

Kvêta Pacovská, 1928-2023

Ayer a la noche, después de cenar, nos debatíamos sobre si nevaría o no, cuando, sin decir agua va, Stel·la me soltó: «ha muerto la Pacovská». Estaba con el móvil en las manos y lo leyó en el muro de alguien. Enseguida chequeamos la información en la prensa. Sí, la noticia era cierta: un par de periódicos checoslovacos lo anunciaban. Compartimos la noticia en nuestras redes y, en seguida, nos comenzaron a llegar respuestas, sobre todo de ilustradores, que, uno detrás de otra, reconocían la maestría de esta polifacética autora: artista, escultora, tipógrafa y, lo más cercano para nosotros, ilustradora de libros para la infancia.

Hoy me pareció importante recuperar y hacer circular un artículo que salió publicado en el número 46 de la Revista Peonza, en diciembre de 1998, que a su vez había sido traducido de una publicación original aparecida en la revista norteamericana Bookbird, volúmen 35 N° 2 (pgs. 46-49). El artículo es de Constance Vidor, bibliotecaria en la
Cathedral School de la Catedral de St. John the
Divine en Nueva York, y la traducción va firmada por M.J.M.V.

Kvêta Pacovská, por Constance Vidor.

Los ilustradores de libros infantiles como Maurice Sendak, Peter Sis y Genaddy Spirin han demostrado que las ilustraciones de libros infantiles pueden tener el mismo grado de brillante técnica y belleza expresiva que la que se encuentra en las Bellas Artes. Importantes exposiciones de ilustraciones de libros como la denominada «Mito, magia y misterio: 100 años de Ilustración Infantil Norteamericana«, expuesta en tres grandes ciudades durante los años 1996 y 1997, han logrado que la ilustración del libro entre en la órbita del museo de arte y que los trabajos gráficos originales para la ilustración de libros tengan ahora una significativa presencia en galerías de arte y colecciones privadas; sin embargo es raro encontrar hoy en día un artista cuya carrera conjugue a la vez ilustración de libros con Bellas Artes.

La artista checa Kvêta Pacovská es uno de estos raros ejemplos. Nació en Praga en 1928 y ha expuesto sus pinturas, dibujos, collages, litografías, esculturas… por todo el mundo. Su obra para libros infantiles ha logrado numerosos galardones, incluidos el
Premio Catalonia de Barcelona en 1988, el Premio Alemán de Literatura Infantil en 1991 y el Premio Hans Christian Andersen en 1992.

La obra pictórica y las ilustraciones de libros de Pacovská comparten las mismas inclinaciones estilísticas: fuertes contrastes de color, mezclas caprichosas de formas concretas y abstractas y la fascinación por el espacio, el movimiento y la transformación. La influencia del estilo Bauhaus se refleja en su preferencia por las composiciones planas, por las atrevidas formas geométricas y por la utilización del texto como un elemento del diseño del libro. La afinidad de Pacovská con la estética Bauhaus queda de manifiesto también en las criaturas híbridas que pueblan sus ilustraciones. Igual que los personajes y los trajes creados por Lothar Schreyer y Oskar Schlemmer, directores del Taller Teatral de la Escuela Bauhaus cerca de 1920, las vigorosas figuras de Pacovská están brillantemente coloreadas, caracterizadas por la mezcla de lo humano y de lo animal. Torsos, cabezas y narices están cómicamente hinchados, estirados o comprimidos en categorías adecuadas a un esquema juguetón que va cambiando las figuras, los movi mientos y sugieren un ballet abstracto y delicado de formas, semejante al ingenioso ballet mecánico vanguardista de Schreyer. Otro eco de la sensibilidad de la Bauhaus se encuentra en la mentalidad de Pacovská al colocar las palabras en la página. Se presentan en diagonal, en horizontal y se dispersan alrededor en distintos tamaños y dimensiones, que insinúan un papel puramente visual del texto.

Me encuentro con Pacovská en marzo de 1996 en la Galería Central Europea donde se exponía su trabajo, presentaba grandes litografías y misteriosas figuras audazmente coloreadas, cubrían las paredes. Delicadas esculturas de papel que sutilmente reflejaban luces y sombras en sus superficies, estaban suspendidas en el techo. Una construcción de dedales centelleaba dentro de una caja de cristal. Un cuadro de figuras luminosas, coloreadas sobre fondo blanco con piezas muy delgadas, se extendía sinuosamente fuera de la lona, sugiriendo un resumen visual de los temas artísticos de la exposición: esculturas divertidas, insinuaciones de movimiento y exaltación del encanto sensorial del color. Una seductora invitación a estar en contacto con el movimiento que parece emanar de estos bellos objetos.

Más tarde, en su estudio, Pacovska compartía conmigo algunas de las ilustraciones de sus obras. Sus libros incorporan la misma sensibilidad estética evidenciada en su fino material gráfico, todos están creados para ser entendidos no solo como objetos visuales, sino también como objetos táctiles en movimiento. Me miraba con ojos oscuros y brillantes mientras me mostraba cómo sus libros con plegados, sorpresas y troquelados invitan al lector a volver, mover, destapar y mirar con atención sus páginas de principio a fin. Mientras está leyendo se para y demuestra que el libro está concebido como un objeto independiente, lo mueve al revés o al derecho y lo inclina en diferentes ángulos para recibir la luz. Observándola podía ver cómo manipulaba las posibilidades de las partes móviles de los libros, convirtiendo al lector en un escultor. La satisfacción del lector-escultor va aumentando tras los múltiples matices, los brillantes colores, las letras decoradas, los trozos plateados y las páginas transparentes que le conducen a la transformación de las figuras de papel.

Las metamorfosis abundan en los libros de Pacovská. Alguna vez el texto incita a una transformación escultural de la página como en su obra Rund un Eckig (Gossau/ Zurich: Ravensburger, 1994) donde un hombre-lápiz acostado proclama: «soy una línea, un rectángulo, un cuadrado». Cuando el lector pasa la página la media sección del hombre-lápiz aparece inesperadamente para formar primero un diamante y luego un cuadrado, este surge al ascender su mano derecha para crear un ángulo recto con la página de la izquierda. Otras transformaciones tienen una presencia puramente visual, como el dibujo del hombre-luna en una página semitransparente en Teatro de Medianoche (Montena. Barcelona, 1993)

Las metamorfosis también se suceden en algunos libros con hojas troqueladas, cuyos dibujos pintan una hermosa y fluida sucesión de cambios alrededor de una imagen estática. En Teatro de Medianoche la página troquelada de la cubierta acoge a un sonriente hombre-luna y le lleva agarrado a una cuerda a través de una sucesión irreal de paisajes y cambios corporales. El hombre-luna se convierte en una de las dos cabezas de un payaso, en un fantasma flotante sobre un cielo. marrón, en un dios mirando hacia abajo a una figura felina, un gato en la caja y en un espectador en un teatro.

En El pequeño rey de las flores (Editorial Kókinos. Madrid, 1993) Pacovská utiliza los troquelados reforzando la estructura del cuadro y el fondo. En la primera parte de la historia el rey permanece inmovil en un jardín con su corazón abierto y lleno de deseo. Durante esta parte de la historia la imagen del rey se ve a través de un cuadrado recortado en el centro de cada página, como si estuviera prisionero. En la segunda parte el rey se libera del troquelado y a través de unas páginas profusamente coloreadas, viaja buscando aquello que va a satisfacer sus anhelos. En la conclusión de la historia los troquelados centrales reaparecen, pero esta vez el rey está con su nueva reina juntos en el jardín.

La transformación en el trabajo de Pacovská es un fenómeno intelectual, además de físico. […] La noción de metamorfosis también está muy presente en la realización de las criaturas y demás personajes. Identificables criaturas humanas y animales como reyes, hipopótamos, ranas y enanos han cuadrado extraordinariamente en sus cuerpos como si captaran en medio de los cambios una forma biológica y otra geométrica. A veces un gran círculo o rectángulo con esquinas redondeadas sustituye el torso de la criatura. Los pájaros tienen brazos, piernas y botas con altos tacones, cerdos que tienen alas y una piña juguetona, un bombín, unos títeres. Las criaturas de Pacovská, semejantes a las figuras en una representación teatral de la Bauhaus, son una mezcla caleidoscópica de dibujos abstractos y elementos figurativos concretos.

Sus libros repiten por todas partes ciertos tipos de seres, insinuando una cosmología personal de símbolos imaginativos. La gordísima rana, la narizota del hombre-luna y la enorme tristeza del sonriente gato están entre estos tipos. El hombre-lápiz es una de las más destacadas apareciendo con diferentes variaciones en sus libros y en sus trabajos gráficos. […]

El payaso de Teatro de Medianoche tiene un simpático parecido con el hombre-lápiz, con su alto y rectangular cuerpo, sus levados tacones y un sombrero puntiagudo. Quedo fascinada en el estudio de Pacovská al ver una larguísima, colorista y brillante escultura de un hombre-lápiz colgado de una pared. Como un clown, una técnica interpretativa, una marioneta de dedo, el hombre-lápiz introduce una aureola de alusiones teatrales al simbolismo artístico del lápiz.

Los personajes híbridos de Pacovská, audaces figuras geométricas en páginas complejamente organizadas, están bien adaptados al mágico mundo de los cuentos de hadas. Ella ha ilustrado cuentos de los Hermanos Grimm y de Andersen y ha escrito e ilustrado su propio cuento de hadas: El pequeño rey de las flores. Sus libros-concepto Rund un Eckig, Eins, Funf, Viele y Grun, Rot, Alle (Green, Red, All; Ravensburger, 1992) son sueños poéticos inspirados en formas, números y colores. En estos, tan buenos como sus vanguardistas Teatro de Medianoche y Flying, está creando, tanto cuando escribe como cuando ilustra, textos que funcionarán como trampolines verbales dentro de encanta doras manifestaciones visuales. Sus libros, juguetones, divertidos y por encima de todo bellos, ofrecen concretas diversiones ópticas y táctiles, así como insinuaciones de complejidad psicológica. Ellos ejemplifican su observación «La ilustración es la primera galería de arte del niño. En estas primeras galerías de arte los niños no solo pueden mirar, sino también tocar, jugar y reir«.