¿Por qué son necesarios los clubes de lectura para la infancia y la juventud?

Hoy escuchaba el episodio 36 del podcast que Tàndem LIJ dedica a la conversación literaria y los clubes de lectura. Para la oportunidad entrevistaron a Marc Alabart, maestro, crítico de LIJ, promotor de lectura. En menos de una hora, el entrevistado hace un repaso de lo que significan los clubes de lectura en tanto una forma especial de conversación literaria, y vuelca con claridad y contundencia mucha información y buenas ideas, desde su experiencia como dinamizador de unos cuantos clubes, básicamente integrados por niñas y niños de distintas franjas de edades.

En el minuto 29 de la entrevista, el conductor del programa, Guillem Fargas, pregunta al entrevistado lo que ahora recojo como título de esta entrada: ¿por qué son necesarios los clubes de lectura?

Sesión del Club de Lectura «La Butaca Blava» en la librería El Petit Tresor.

Al responder, Marc parece dudar sobre el carácter necesario de estos espacios, y, de alguna manera, relativiza eso de la necesidad. Sostiene que la existencia de los clubes de lectura se emparenta con la existencia de clubes deportivos, con los grupos musicales, con las actividades culturales de tiempo libre: «extraescolares», dice. Sería necesario que existan, responde, por si alguien quiere asistir a ellos. Luego resalta el carácter voluntario de la asistencia a los clubes de lectura, con lo cual, de hecho, niega la obligatoriedad a la hora de asistir, y descarta de esta manera el rigor de la «necesidad». Sabemos que algo es «necesario» si comporta un vínculo estrecho con lo «obligatorio», con lo «ineludible». La educación es necesaria y, por lo tanto, la escuela es obligatoria universalmente. Asistir a la escuela no puede quedar librado a la voluntad de los interesados, sino que es una exigencia que satisface una necesidad individual y social.

En este sentido, entonces, los clubes de lectura no serían «necesarios», aunque por alguna razón, Marc no quiere llegar a este extremo de negar la necesidad.

En principio, la respuesta de Marc parece acertada, así volcada a la relatividad de lo deseable por sobre lo necesario. Discreparía con él en eso de asemejar los clubes de lectura a una actividad extraescolar. Esto es solo un matiz en relación con su respuesta, porque yo prefiero que los clubes de lectura se desprendan del todo de cualquier percepción que quiera asociarlos al aprendizaje escolar de la lectura o de la educación literaria, y cuanto más lejos de relacionarse con lo escolar, mejor.

Asistir a un club de lectura es algo que, en principio, solo debe interesar a los que ya son ávidos lectores: niñas y niños que disfrutan a rabiar de la lectura. En este sentido, no puede haber ninguna obligatoriedad cuando se toma la decisión de asistir. Y sin embargo, por paradójico que resulte, una vez que el niño o la niña están muy metidos en el mundo de la lectura, el club se vuelve necesario para ellos, porque viene a satisfacer una necesidad: la de completar los tres estadios del ciclo de la lectura de un libro.

Entiendo que leemos un libro, cualquier libro, en tres estadios: antes de leerlo; al leerlo; después de leerlo.

Antes de leer un libro, nos aproximamos a él por una recomendación personal, por una exigencia institucional, por la seducción y persuasión del marketing editorial y librero, porque lo hemos visto en algún lado y nos llamó la atención desde la portada y los paratextos… Ese primer estadio de la lectura de un libro es, en general, el resultado de una interacción, la decantación de un proceso de interacción social, salvo, quizás, cuando el puro azar nos puso un libro en las manos, y allí quedamos, individualmente ligados a su lectura.

El segundo estadio es el de la lectura en sí: ese momento de enfrentarnos, libro en mano, con el texto y con todo lo que constituye la propuesta lectora del libro. En general, este momento de la lectura es individual. Aunque la lectura en voz alta, conjunta, puede darle un carácter social: la lectura puede consolidar un vínculo muy fuerte cuando se hace en forma conjunta, vínculo que el libro sostiene.

Finalmente, el tercer estadio de la lectura de un libro es cuando acabamos la lectura del texto y sentimos la necesidad de hablar con alguien sobre lo que hemos leído, lo que nos pareció el texto, la impresión que nos dejó su contenido, los agrados o desagrados que produjo en nuestras emociones, el interés o el desinterés con que nos motivó su lectura… Esta última etapa de la lectura es, de nuevo, y predominantemente, social. Y es, de los tres estadios de la lectura, el que tiene un carácter más fuerte de «necesidad».

No tenemos necesidad de comenzar a leer un libro. No tenemos necesidad de terminar la lectura de un libro. Pero una vez que lo hemos leído, yo diría que tenemos la necesidad de compartir la lectura con alguien.

Sesión del Club de Lectura «La Butaca Vermella» en la librería El Petit Tresor.

Esa necesidad distintiva del tercer estadio de la lectura del libro, el de leer después de leer, es la que puede hacer que un club de lectura sea necesario para mucha gente, y muy en especial, para la infancia y la juventud.

Puede haber sustitutos para satisfacer la necesidad que satisface el club de lectura: por ejemplo, llevar un diario de lecturas personal y escribir en él todo lo que nos pareció el libro que acabamos de leer; o llevar adelante un canal de Youtube y compartir ahí nuestras impresiones; o escribir reseñas y comentarios en un blog; o conversar en el patio del cole con el amigo o la amiga que gustan de leer igual que nosotros… Son diferentes opciones para cubrir la necesidad que nos genera la lectura de un libro, sin dudas.

Como gestor que organiza y da soporte a diferentes clubes de lectura para la infancia, puedo afirmar que el «club de lectura» infantil y juvenil, tal como lo describe Marc Alabart en la entrevista de Tàndem LIJ, es la mejor opción para satisfacer esta necesidad de los lectores que he mencionado. Sobre todo cuando los lectores son niñas y niños, o jóvenes, y no encuentran en otros ámbitos sociales (tal como sería el café o el ateneo para los adultos) la posibilidad de acabar de leer socialmente lo que leyeron individualmente, vale decir: de acabar la lectura de un libro junto a otras personas, tal como cabe a la necesidad de haber leído lo leído en la intimidad o la soledad individual.