Bernat

Bernat fue Bernat. No era necesario decir su apellido, Cormand. Mi vínculo con él comenzó a propósito de una nota que escribí en mi blog en 2014: “Diversidad sexual, matrimonio igualitario, grillas de valores y… ¿literatura infantil?” Era una crítica de un álbum muy malo que abordaba el tema LGTB con un descuido estético brutal. Yo escribí eso, y comparé el engendro con un libro que había dibujado Bernat: El niño perfecto. Elogié su obra al pasar y lo utilicé como manera de decir que, si se le quería hacer honor a la causa LGTB, lo mejor era hacer libros de calidad, como los de Bernat.

Yo ya vivía en Cataluña. Mi crítica le gustó y me lo hizo saber. Viniendo de él, un hombre comprometido con la causa LGTB, aquello fue una alegría para mí.

No recuerdo exactamente cuándo fue la primera vez que lo vi en persona. Creo que fue en Bolonia, en 2017, cuando Cataluña fue la invitada de honor. Recuerdo, sí, una oportunidad en la que me lo encontré: fue un día del 2017, el 28 de junio, en un bar de Barcelona, donde se echaba a rodar el proyecto de la Asociació Àlbum. Yo había ido porque me parecía un proyecto que cabía apoyar. Bernat estaba ahí, dando su soporte a la iniciativa.

Por esa época se estrenaba como director de la Revista Faristol. Cuando llegué al bar, me abordó con entusiasmo. Sin muchas introducciones ni circunloquios, me convidó a integrarme al staff de la revista como crítico. Me sorprendió. Esa sí que no me la esperaba. Le dije que sí, claro, era un honor y un gran desafío. Y así, por su iniciativa, me convertí en colaborador del proyecto de renovación de Faristol que encabezó. Estuve un tiempo escribiendo para la revista. Luego, por razones personales, me retiré. Bernat transformó una revista que era muy buena, en una revista que es excelente.

Bernat confió en mí, y confió en el proyecto de El Petit Tresor, al que le dio apoyo cuando lo convocamos. Estuvo en la librería en febrero del 2018, en una de las tertulias LIJterarias que hacemos con bibliotecas y mediadores, para hablar de la crítica de LIJ y de cómo entendía él su papel al frente de la Revista Faristol.

Ese año, salió su libro Los días felices. Se lo publicó Arianna en A Buen Paso. Le dije, cuando lo leí, que me había conmovido mucho. Y le gustó que se lo dijera.

En el 2019 programé con las editoras de L’Altra Tribu una sesión de La Butaca Daurada. Quería comentar el libro Aristotil i Dante, y quería que Bernat viniera. Para mi sorpresa, ellas me revelaron que estaban trabajando con Bernat en una novela. Quedamos en hacer algo con él, pero entonces vino la pandemia, el confinamiento, las dificultades para hacer cualquier actividad. La idea de hacer algo con la editorial se fue postergando. Bernat publicó su novela, “El cap als núvols”, la leí, asistí a la presentación virtual que hizo con sus editoras, donde dijo eso de que él más que ilustrador se sentía escritor, porque de última, él había estudiado filología catalana y tenía un máster de literatura comparada, y al final, lo cierto, es que las palabras eran lo suyo, incluso más que la ilustración. Comentó eso de una manera jocosa, como si tuviera que justificar un cambio de bando, o algo así, justo él, que no se dejaba encasillar en nada, justo él, que hasta el último día no se estuvo a gusto en ningún lugar.

En noviembre me había escrito. Buscaba editorial en castellano para su novela. Me pedía que lo ayudara con eso. No sé si al final la consiguió. Este año, en febrero, estuve virtualmente con él, en las jornadas de la Crítica de Faristol, un encuentro anual al que me convidaron, supongo que por iniciativa de él.

La novela que nos quedó por presentar: lo haremos en tu memoria, Bernat.

Bernat siempre me resultó una persona refinada, culta, tan puntilloso en el dibujo como en su habla y escritura. Seguro que era un amante de la perfección, aunque le agradara asistir a ella travestido: severo en sus gestos, pero tierno cuando hablaba pausado y profundo; duro en su apariencia, pero con una transparencia de fragilidad que se le podía adivinar en su sensibilidad interior. Así lo veía yo.

Si se hubiera dado más tiempo, seguro que hubiera seguido creciendo en la literatura y en la ilustración, porque se le dio de maravillas cada vez que incursionó en ellas.

Si se hubiera dado más tiempo, seguro que hubiera seguido abriendo puertas a la gente que se acercaba a la LIJ, como un día me acerqué yo, sin más créditos que los que él me atribuyó sin pedirme papeles, porque eso de abrir puertas también fue lo suyo.

Si se hubiera dado más tiempo, me hubiera gustado volver a compartir con él su pasión por la buena literatura infantil.

Si me hubiera dado más tiempo, me habría agrado decirle que lo estimaba, y que contara conmigo para lo que fuera. Pero no pudo ser, y eso, esa brutal imposibilidad, es la mayor tristeza, hoy, cuando Bernat se ha ido.

“Quién sabe qué oleajes qué tormentas lo alejaron de la playa de la vida”, recitaba Darnauchans, al inicio de la canción “Ni siquiera las flores”. Y no paro de canturrear esta canción, como si así pudiera calmar en algo este dolor mío y de todos.

Rasi de Oro: un caso de metaficción

Dice en la dedicatoria: “Para todas las libreras y los libreros que ayudan a descubrir a niños y niñas lo mucho que les gusta leer”. Leí eso y pensé. Este libro me está dedicado. Este libro es para mí.

El libro lleva por título “Rasi en la librería” e integra la serie de “La pandilla de la ardilla”, una extensa colección de títulos escritos por Begoña Oro e ilustrados por Dani Montero que publica la editorial SM.

Rasi en la librería, de Begoña Oro, ilustraciones de Dani Montero, publica SM, Colección La pandilla de la ardilla, Barco de Vapor serie blanca, 2021.

En este caso, Nora, una de las integrantes de la pandilla, lleva a Rasi a visitar una librería. Se trata de la librería a la que la niña asiste con frecuencia desde que era una bebé, la librería donde fue consiguiendo las lecturas que la han forjado como lectora en un recorrido guiado, auxiliado, por su familia y la librera de confianza.

Recorrido lector: el de Nora, una de las integrantes de la pandilla.

El libro, en una primera lectura, se presenta como una guía, muy completa y muy bien informada (lo digo con conocimiento del caso), de lo que una niña curiosa puede encontrar cuando va de visita a una librería especializada en literatura infantil. Y lo que puede encontrar, además de un mundo de libros ordenados de acuerdo con un recorrido lector, es una librera informada y, si tienes suerte, a la autora de tu vida, tal como sucede en este título.

Entiéndase que si este libro fuera solo eso, una guía informativa sobre qué son las librerías, ya estaría muy bien, porque además de estar bien informado, de presentarse muy completo para primeros lectores, es ameno. Pero en este caso, la narración va más allá, porque en el relato se produce un desdoblamiento metaficcional (un palabrón para decir que lo narrado se refiere a sí mismo, es autorreferencial) que se introduce con sumo cuidado y que encaja pieza a pieza, perfectamente, como en un puzle.

La librera va dejando ver poco a poco que conoce a Nora y a Rasi, lo que, también paulatinamente, sorprende a la ardilla y la intriga. Luego, en un momento, llega a la librería un personaje secundario: una escritora, que no es otra que la mismísima Gran Duquesa, nuestra Begoña Oro, que viene a buscar un libro que encargó.

Begoña y su librera de confianza.

Entonces, la librera le explica a Rasi que la visitante es la escritora de las historias de Rasi: podría ser desconcertante, pero no lo es, porque todo está muy bien narrado. La visita de la autora es la oportunidad para que la librera explique a los personajes qué es una colección, cómo se escribe, cómo se accede a ella de la mejor manera, en qué consiste la lectura de una serie.

El final es un cierre perfecto, pues sucede algo que muy a menudo acontece cuando un niño lee un libro: descubre que puede reconocerse en él.

«Para mirarte como en un espejo / para encontrar en él tu reflejo», dice la librera en verso cuando explica las posibles utilidades de un libro.

Y a modo de colofón, una última cosa que no puedo dejar de mencionar: como librero, he descubierto que puede ser lo más normal que si un cliente encarga un libro lo dejé pagado, como hace Begoña en esta historia. Y es que me cuesta dar ese paso y pedir a las personas que me encargan libros que dejen un pago a cuenta, porque al final, resulta que tengo un estante con libros pendientes de recoger desde hace demasiado tiempo… Creo que Laura, la librera de esta historia, será para mí una buena fuente de inspiración: ¡un espejo, sí!

Literatura Infantil, Sociedad Anónima

En estos días volvió a saltar la polémica en relación con una colección de libros que comercializará el diario El País. Bajo el lema de “los mejores escritores se alían con los niños”, el diario junto a la editorial Alfaguara lanzarán un refrito de títulos indigeribles escritos por autores de la talla de Almudena Grandes, Mario Vargas Llosa, Eduardo Mendoza, Rosa Montero, Luis Mateo Díez… y Arturo Pérez -Reverte, que parece que fue el de la idea.

Lo del refrito lo digo porque estos libros ya habían salido hace años y, en su momento, recibieron la atención y la critica que les correspondía: hay una nota de Ana Garralón que puso las cosas en su lugar.

No me interesa hablar de los libros, sino del hecho de que esta incursión en el mundo de la LIJ por parte de “los mejores escritores” intente imponer el nombre de los autores como un argumento de venta dentro de un mundo literario en el que el anonimato es norma.

Los «mejores escritores», en este caso donde la hipérbole la ponen los que comercializan la colección, son autores que se han forjado un nombre en la literatura. Y donde digo “forjar un nombre” bien podría decir que han logrado “imponer una marca”. Todo el sistema de márquetin de la industria del libro posicionó estos nombres como una etiqueta de calidad. La gente compra los libros de estos autores sin dudar, porque claro, son “los mejores”. Más de un comprador, a la hora de leer (una hora, la de leer, que no siempre coincide con la de comprar) se lleva el fiasco; pero no pasa nada, porque incluso cuando uno de estos autores le erra, incluso entonces, haber leído su libro está muy bien visto y nos permitirá reafirmar esa “alianza” con los grandes, alianza de la que se habla al lanzar la colección para pequeños.

Hasta ahí, todo tiene su lógica mercantil. Pero lo curioso, incluso lo extraño, es que esa lógica se quiera traspasar, sin más, al campo de la LIJ. Y digo que es extraño porque, mal que le pese a más de un “gran escritor” de LIJ y a más de un promitente editor de LIJ, ese sistema de márquetin basado en la “marca del escritor” no funciona para la literatura infantil.

Es sabido que el público, en general, no recuerda a los autores (aquí van igualados escritores e ilustradores) de Literatura Infantil y Juvenil. A la mayoría de la gente que busca un libro para regalar a un niño, le nombras a un grande de la LIJ y te quedan mirando como si les hablaras en chino mandarín. Si dices Roald Dahl, por ejemplo, debes aclarar que es el de “Matilda”, porque el nombre no les suena de nada hasta que no lo asocian con la película aquella, sí, tan graciosa la niña. Si hablas de Sendak, por ahí, ahora, más de uno podrá asociarlo con los personajes de “Allá donde viven los monstruos”. No estoy seguro. Tienes a Manolito Gafotas, que es conocido, sí, ¿pero su autora? ¿Lograrías recordar el nombre sin consultarlo en Google? Y tienes a Gloria Fuertes, recordada por el programa de televisión aquel donde leía sus poemas, sí, aunque de sus libros, vaya uno a saber cuáles, cuántos, cuándo… Anna Llenas puede publicar un nuevo título con la perspectiva de ser muy bien vendido, porque ha escrito el gran best seller de la LIJ, pero que repita el éxito dependerá de que se marque y remarque que ella es la autora del «monstruo de colores», e incluso así, por ahí la cosa, al final, no sale bien.

Y nada, los autores de LIJ acabamos por ser parte de una sociedad muy particular, una sociedad que se mueve en el desconocimiento autoral más absoluto: una sociedad anónima. Y quizás no está tan mal eso, porque, al fin y al cabo: “Hasta que el pueblo las canta, / las coplas, coplas no son, / y cuando las canta el pueblo, / ya nadie sabe el autor.”

—¿Quién era el que cantaba esto?

—Fue un escritor, creo.

—¿Decías que no era un cantante?

—No sé, recuerdo que era hermano de un famoso, ¿no?

—A ver, vamos a buscarlo a Google…

En cualquier caso, y tomen esto como una advertencia comercial, si hoy por hoy les quieren vender libros para vuestras niñas y niños diciéndoles que no sé qué de las grandezas del autor o la autora de turno, pasen de largo. Es una operación de mercadeo sin garantía de calidad. Seguro que es una historia que depende de la necesidad de autores muy señoros y señoras y señores que no están teniendo todas las ventas que necesitan en el mundo de la literatura adulta y “bajan” (caen, vamos) al mundo de la LIJ, «que has visto tú que cada vez vende más», Arturito.

Pasen de largo, sí, porque además, ya pueden enterarse, la buena literatura infantil, la mejor, seguirá siendo anónima, al menos hasta que no cambien mucho las cosas y se ponga a la LIJ en el sitial que de verdad se merece.

Los caminos que no van a ninguna parte, y otras formas de atravesar el bosque de la infancia.

A la salida del pueblo había una bifurcación con tres caminos: uno iba hacia el mar, el segundo a la ciudad y el tercero no iba a ninguna parte.”

Si lo anterior fuera el comienzo de una novela, podríamos decir que estaría entre los mejores comienzos de una novela de la literatura universal. Pero no es el comienzo de una novela, sino de un cuento: “El camino que no iba a ninguna parte”.

Se trata de uno de los 70 cuentos que integran el libro “Cuentos por teléfono”, del escritor italiano Gianni Rodari (1920-1980).

«El camino que no iba a ninguna parte» es uno de los cuentos que, a mi entender, son característicos de eso que en una entrada anterior de este blog he dado en llamar “la trama fantástica rodariana”.

Un inicio realista, primer aspecto de la trama fantástica rodariana, donde aparece un pueblo a medio camino entre el mar y la ciudad, donde la gente, pueblerina, se muestra conservadora e intolerante, tanto con lo nuevo, como con la infancia, así, en general.

Ilustración de Xavier Salomó para "El camino que no iba a ninguna parte", 2007, SM editores, España.

Ilustración de Xavier Salomó para «El camino que no iba a ninguna parte», 2007, SM editores, España.

Traducción de Marinella Terzi.

En ese marco, un niño curioso se debe de hacer cargo del primer giro de la trama rodariana: el exabrupto fantástico.

El exabrupto fantástico, aquí, es la existencia de un camino muy peculiar, absurdo, sin sentido: un camino que no conduce a ninguna parte. Lo realista, para un camino, es que tenga una salida, un recorrido y un destino. Un camino que no conduce a ninguna parte entra en el orden de lo sobrenatural, o sea, de lo fantástico.

Y ese camino, al incorporar el giro misterioso (lo que es el tercer movimiento de la trama fantástica rodariana, que se mueve en la dirección de un retorno a la realidad, pero aún con los pies firmes en el terreno de lo fantástico), es un camino que se adentra en el bosque.

El bosque vuelve a ser aquí el lugar de lo que no tiene lugar, el orden de lo desordenado, lo que normaliza lo anormal: el bosque es lo primitivo, lo salvaje, lo no culturalizado. El bosque es el lugar iniciático para la infancia que va a transitar al mundo adulto: un lugar lleno de misterio y de riesgos. Y por ello, Rodari, en este cuento, vuelve a ponerlo en el camino de lo que no va a ninguna parte, lo que va hacia un no lugar, lo que conduce al “u-topos” de toda la energía imaginativa que se mueve entre la realidad y la fantasía.

El protagonista del cuento, Martín, que se ganó el mote de Martín Testarudo dada su obsesión por descubrir a dónde podría conducir ese camino, en cuanto puede autososustentarse mínimamente, sale a averiguar cuál es el destino real, si lo hay o no.

Cuando fue lo bastante mayor como para cruzar la calle sin darle la mano de su abuelo, una mañana se levantó temprano, salió del pueblo y, muy decidido, tomó el camino misterioso, siempre adelante."

Martín avanza en medio del misterio del bosque, y es así como la trama del cuento se hace misteriosa. Luego el misterio se desliza hacia un tono más juguetón, algo lúdico (lo que representa el cuarto movimiento de la trama rodariana): el encuentro con el perro, la llegada al castillo, el diálogo con la hermosa dama que lo llama desde una torre. Lúdico y divertido, sí, por la situación, pero sobre todo por lo ingenioso de los diálogos, que integran juegos de palabras y juegos aforísticos a medio camino entre la lógica y el nonsense: “Donde hay un perro, hay una casa –reflexionó Martín–, o, por lo menos, un hombre”, manifiesta cuando el encuentro con el perro en el camino; “yo no sabía que iba a llegar, pero ella sí me esperaba”, suelta cuando la hermosa dama del castillo lo invita a pasar y lo llama por el nombre; el modo en que Martín manifiesta la idea de que “hay más sitios que caminos”, cuando responde a la dama por qué no se creyó las habladurías del pueblo.

La dama, princesa, reina o hada madrina, lo invita a cargarse de tesoros. El llena un carro. En este punto, cuando comienza el regreso al pueblo, conducido por el perro en una carreta llena de tesoros, también comienza lo que es el regreso a la realidad (quinto y último movimiento de la trama fantástica rodariana).

Martín vuelve y reparte los tesoros: lo que él ha descubierto lo comparte con el pueblo, incluso con quienes lo habían despreciado y maltratado por su testarudez. Y en el pueblo, enterados de la suerte del niño testarudo, muchos quieren seguir los pasos de Martín, imitarlo en la aventura, para recoger también parte del tesoro que se esconde en el camino que no iba a ninguna parte. Lo intentan, uno tras otro, pero regresan con las manos vacías, enfadados, despechados, sin haber podido traspasar el bosque tupido, sin haber llegado al castillo, dándose cuenta, como nos damos cuenta nosotros después de haber regreso a la realidad, que “ciertos tesoros existen únicamente para quien recorre un camino por primera vez”.

Y esta realidad, que al final del cuento reconocemos, ya no es la realidad del principio. Hemos accedido a una nueva realidad a través de la fantasía, en la tónica de lo que intenta Rodari en sus mejores cuentos. Una nueva realidad que nos exige reconocer que siempre se puede sospechar de lo que se da por muy asentado entre la gente, siempre se puede buscar caminos nuevos, y que eso, recorrer esos caminos de curiosidad y creatividad, de por sí, ya son el mejor tesoro.

Las imágenes que he incorporado en esta nota corresponden a la versión en álbum que publicó la editorial SM, ilustrada por Xavier Salomó, quien ha interpretado muy bien los ritmos del cuento que oscila entre la realidad y la fantasía: el inicio en esa realidad abrumadora, donde Martín se nos presenta como un jovencito muy contemporáneo, con su sudadera amarilla con capucha, discutiendo con los adultos muy intimidantes en su necedad; el pasaje hacia un tono misterioso del cuento, cuando el personaje incursiona en el bosque, donde los árboles se curvan y los juegos de luces y sombras pautan visualmente la incertidumbre que acompaña al personaje y a nosotros, los lectores; el giro lúdico a la llegada al castillo, donde ese juego reverencial del niño y el perro son un acierto genial; y al regreso, con el perro conductor de carretas. Una certera imbricación de texto e ilustración, sin duda. Finalmente, la elección de una paleta de tono dorado resulta ser también un gran acierto, porque el tesoro, el dorado del tesoro, parece bañar todo el cuento, reafirmando, justamente, que lo valioso es tener la iniciativa, la curiosidad, la valentía de ir contracorriente y la generosidad de compartir lo descubierto, lo creado, una vez que llega el tiempo de los logros.