La lectura de un álbum puede marcarte para toda la vida: el árbol de Blue Valentine

Estaba yo muy tranquilo mirando la película Blue Valentine. Estaba relajado. Iba pensando en que para ser un drama de desamor no estaba nada mal. Soy de los que gustan de ver actuar a Ryan Gosling, con su aire de James Dean y Marlon Brando, pero más “infantilizado” (en el sentido hollywoodense de la palabra), y más pasado por las aguas de una “noir” postmodernidad.

Blue Valentine, 2010.

Estaba así, tranquilo, distendido, pero entonces llegó la escena del hotel, donde la tensión dramática adquiere un importante crecimiento, y hubo algo ahí que me puso en alerta.

Detuve el reproductor.

Rebobiné.

Y sí, ahí estaba lo que me había sobresaltado. Era un elemento importante en la caracterización del personaje principal encarnado por Gosling. El personaje de Dean, en el hombro del brazo izquierdo, lleva un tatuaje con la portada del libro “El árbol generoso”, de Shel Silverstein.

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Dean, el personaje encarnado por Gosling, con su tatuaje de «The Giving Tree».

Luego de meditar sobre ese detalle, así lo pienso, podemos hacer una relectura de la película: ese drama, ese amor potente a la vez que imposible, esa asimetría brutal a la hora de dar y de recibir entre los integrantes de la pareja, de esperar y de desesperar, de satisfacer y de insatisfacer, de ser feliz y volverse infeliz, todo eso que centra y sostiene la película, toma un nuevo sentido cuando se lo considera a la luz de la lectura de aquel libro álbum infantil.

No son muchas las películas en las que un personaje está caracterizado, en un aspecto relevante, por una lectura que hizo o que compartió en su infancia y que, de alguna manera, lo marcó. Este es un caso. Y me pareció genial que el director reparara en ello a la hora de diseñar el personaje de “Dean”, lector de un libro de desamor, de triste desenlace, de profundas resonancias para toda la vida.

Y ya lo vemos: hay libros que para dejar marcas no tienen que ser explícitos en sus emociones y valores, y pueden, incluso, tener finales no muy felices. Y así se quedan: grabados para siempre.

Una cena monstruosa: un libro que devendrá en clásico de la LIJ

—Cuando acabamos de leer un libro que apenas tiene un par de años recorridos, ¿cómo podemos saber que devendrá en un clásico de la LIJ?

—No podemos saberlo.

—Y entonces, ¿por qué nos aventuramos a colgarle la etiqueta de “clásico” tan de prisa?

—En algunos casos, lo hacemos por el afán de que nuestra profecía se transforme en una profecía autocumplida.

—¿Y eso de “profecía autocumplida” qué es?

—Eso es que uno va por ahí diciendo que tal o cual cosa del orden de lo social o del orden de lo cultural sucederá, y de tanto decirlo se acaba por generar una corriente de opinión, una suerte de rumor gigantesco, que al final transforma lo dicho en hecho.

—¡Ah, qué curioso! Pero eso parece muy endeble. Podría estar bien para una operación de mercadeo, o para elegir a un presidente, pero la conversión de un libro en un clásico requiere más que una buena propaganda, ¿no te parece?

—Ya lo creo, pero es que hay libros que tienen eso, ese sustrato que hace que a la larga, cuando circulan y circulan, por la inercia de la recomendación de los lectores, acaban por imponerse al canon literario mundial. Y año tras año, esos títulos siguen ahí, presentes, actuales, diciéndole a cada nuevo niño que abre sus páginas algo que ese niño se deleita en escuchar, en mirar, en leer con atención, en celebrar y en querer volver a decirle a todo dios, a su alrededor, que el libro es una maravilla y que cabe leerlo una y otra vez.

—Vale, vale, de acá a 20 años volvemos a hablar y vemos…

Una cena monstruosa, de Meritxell Martí y Xavier Salomó
Editorial Flamboyant, España, 2020.

La conversación anterior es ficticia, pero desde el lugar que ocupo como librero, me atrevo a asegurar que con este libro de Meritxell Martí y Xavier Salomó sucederá lo vaticinado en el título: de aquí a 20 años, por lo menos, continuará siendo uno de los libros preferidos de la infancia en todos los países e idiomas que se atrevan a acogerlo, y que seguro que serán muchos.

Publicado originalmente en Francia, en 2017, bajo el título “Le Festin des Affreux” (Seuil Jeunesse), rápidamente traducido y publicado en Cataluña (de donde son originarios los autores), bajo el título “Un sopar de por” (Cruïlla, SM), llega ahora al castellano como “Una cena monstruosa”, (publicado por la Editorial Flamboyant). Nos cuesta creer que haya demorado tanto en lograr una versión castellana, pero eso, seguramente, será una anécdota de la que se hablará con curiosidad en el futuro, cuando todavía se hable de este libro.

¿Y por qué me atrevo con tales vaticinios? Porque he visto el impacto que este libro generó entre sus lectores y lectoras, niñas y niños de edades escolares. He visto cómo un niño de unos 10 años leía el libro con deleite a otros dos niños menores, uno de unos 5 y otro de unos 7, y vi cómo, cuando terminaba su lectura, cuando llegaba al desenlace del libro, los pequeños se pusieron a aplaudir a rabiar, tal como se aplaudía en los cines de barrio, cuando en las tardes de continuado el héroe de la película vencía a sus adversarios de turno de manera heroica y definitiva. He visto a niñas y niños elegir este libro desafiando la opinión de los adultos (que por naturaleza tienden a recelar de cualquier elección autónoma de los menores que concurren acompañados a las librerías). He visto a sus lectores reír a rabiar ante las diferentes ocurrencias de sus páginas. He visto durante tres años seguidos como el libro era pedido o elegido en la librería sin ninguna mediación del librero. Y he visto, también, que cuando el librero mediaba y lo presentaba directamente a sus potenciales lectores, estos no dudaban en llevarlo consigo para leer en casa.

Acepto que el lector de esta reseña excedida en su entusiasmo profético, a esta altura de la lectura quiera saber si el libro tiene esa cosa sustanciosa que es propiedad de los clásicos; vale decir, una buena historia, que esté bien narrada, que esté apoyada en las mejores virtudes de la buena literatura, que esté sustentada en las mejores artes de una buena labor de ilustración.

Y ya os digo que, a mi juicio, el libro tiene todo eso.

La historia comienza con una portada que genera suspenso: nueve personajes (uno de ellos con loro al hombro) miran hacia una fuente humeante donde, seguramente, hay servido un suculento plato. El contenido del plato está tapado por una campana de plata. Y el suspenso, el humor y toda la tensión narrativa que encontraremos adentro del libro, ya está contenido y resumido en ese dibujo de portada. El misterio: ¿qué será lo que resulta tan apetitoso para ese extraño rejunte de personajes? El humor que surgen de las contradicciones y los descolocamientos más inesperados: ¿qué hacen todos estos monstruos, en principio horrorosos, groseros, relacionados con la brutalidad más supina, deleitándose ante un servicio de restaurante tan glamoroso? La tensión narrativa: ¿cómo es que todos los monstruos de la literatura infantil y popular estén reunidos en una única cena y compartiendo el mismo entusiasmo?

El libro narra los acontecimientos de una cena donde todos los monstruos más populares de los cuentos son los comensales invitados: el lobo, la bruja, el vampiro, el ogro, la momia, el demonio, el pirata, el fantasma, el monstruo de debajo de la cama. Han sido convidados por el chef de un restaurante tan tenebroso como glamoroso: el Asperges Pourries (“Esparrago Podrido”, en la traducción del francés). Un restaurante con tres estrellas negras, donde Lotten Gocrudo, el chef, prepara las más “repugnantes recetas de alta cocina”. Como leemos, ya desde la presentación, el juego oximorónico y la exageración serán fuente de constante humor.

Y página a página, leeremos las breve presentación de los personajes que nos invitarán a adivinar en qué consistirá el menú que le han preparado a cada uno, con referencias a las historias que todo niño o niña de nuestro tiempo conoce y reconoce ¿Qué comerá el lobo, por ejemplo, en las entrantes? Pues “croquetas de abuela”. ¿Cuál será el primer plato del pirata? “Cocodrilo al minuto con guarnición Peter Pan”. ¿Qué tendrá de segundo el fantasma? “Queso escocés del siglo XVII” ¿Cuál será el postre de la bruja? “Manzana Blancanieves con extra de arsénico”.

Descubrir los menús que se esconden debajo de las solapas de papel con forma de campana de plata es parte de la invitación al juego y a la risa que este libro nos ofrece a cada vuelta de página. Y la ilustración de cada escena refuerza la tensión narrativa que persiste en todo el desarrollo del relato, porque la monstruosidad de los personajes, fielmente dibujada por Salomó, no deja de generar una permanente ternura hacia ellos, víctimas de la remarcada repugnancia que el ilustrador prodiga en los detalles siempre dispuestos para hacernos reír. ¿Cómo no sentir ternura por esa bruja desdentada, que hace un esfuerzo por contenerse ante lo que para ella es un manjar y para nosotros una asquerosidad prototípica, una bruja a la que se le notan dos pilosidades creciendo en la verruga de la punta filosa de su nariz?

No creemos que a este ilustración le llegue “a pasar el tiempo”. No creemos que de aquí a 20 años pierda “modernidad”, porque es tan fuerte el humor que desprende fruto de lo descolocados que nos deja ante la tensión de ternura y asco, que pasarán los años y seguirá provocando la misma risa en quienes lean sus gestos y sus gustos.

El final de la historia nos guarda una sorpresa que acaba por redondear todo el humor del libro y que potencia la lectura al darle al lector el héroe con el cual identificarse de una vez para siempre: el niño que lee todos los cuentos de monstruos porque es el más monstruo de todos, y que se regodea en comer todo aquello que los adultos, no sin cierta repugnancia contenida, le dirán que no es sano ni bueno comer en abundancia. En definitiva, creemos que este invitado especial del chef Lotten Gocrudo arrancará aplausos de la platea, sea donde sea que lo encontremos, sea cuando sea que nos topemos con él, hoy y siempre.

Y esta es nuestra profecía, que esperamos que se cumpla en el futuro, si es que ya no se está cumpliendo en el presente.