Hubo en el año muchas novedades literarias de gran calidad. No es mi idea, en este último post del 2016, hacer un recuento de ellas. Me detendré, en cambio, en algunos libros de gran calidad que tienen en común una motivación peculiar: el deseo de volar.
Que en este año el mundo no ha sido un lecho de rosas, todos lo sabemos. Que varias veces, a raíz de ello, en el correr de los días del 2016 nos han dado ganas de levantar vuelo y escapar del mundo, del universo, de la realidad material, debe de ser una coincidencia en la que varios nos encontramos, un día sí, y otro también. Por ello, tal vez, encontrar en la literatura infantil y juvenil algunos libros que, a su modo, expresen eso, ese estado de ánimo, esa actitud emocional, no debería llamarnos tanto la atención.
Así y todo, en el correr del año me encontré en más de una oportunidad leyendo libros que proponían, justamente, eso: las ganas de levantar vuelo, y escapar.
El primero de ellos que transmite la idea y el deseo, y que lo hace con una historia donde prima la fantasía es “El vuelo de la familia Knitter“, escrito por Guia Risari, ilustrado por Anna Castagnoli, publicado por la editorial A Buen Paso.

«El vuelo de la familia Knitter», Guia Rissari y Anna Castagnoli, Ed. A Buen Paso, 2016.
En una tarde “demasiado sofocante hasta para respirar”, el padre expresa un deseo: “Daría cualquier cosa por poder volar…”. Y esa misma tarde, guiados por un canario al que le abren la jaula, pero que no se va, los integrantes de la familia Knitter —padre, madre, dos hijos, perro y gato—, comienzan a aprender a volar. Al tiempo se irán de vacaciones, volando. Y cuando acaben esas vacaciones, habrán de replantearse qué hacer con sus vidas. ¿Volver? ¿Seguir volando?
El cuento no pretende transmitir lecciones: ni morales, ni de vuelo. Pero contagia ese deseo de fuga, de evasión, y también de cambio.
La ilustración de Anna Castagnoli resuelve la narración con un trazo muy volátil, de plumilla y de colores aguados, donde prima una perspectiva en picado que resalta la emoción de mantenerse en el aire.
El segundo libro que encontré, y que también aborda el tópico, fue “Sueños de volar”, escrito por Teresa Marquez, ilustrado por Fátima Afonso, publicado por la editorial Kalandraka.

«Sueños de volar», de Teresa Marques y Fátima Afonso, Ed. Kalandraka, 2016.
El libro comienza presentándonos el personaje de una joven que no sabe lo que quiere, pero que si pudiese elegir algo, elegiría volar: “Sentía en su interior una inquietud de ave, un deseo súbito y sabe de viajar lejos, hacia un destino sin mapa”. En este relato, también son las aves quienes impulsan el vuelo de la joven soñadora. Aquí no le enseñan a volar, aquí, simplemente, se la llevan. Y de “sueño en sueño”, el deseo de volar incrementa, asciende, se libera del suelo.
Tampoco en este libro hay ninguna intención de transmitir lecciones, si bien al final se cierra con una suerte de máxima sentenciosa que apunta a revertir la introversión del deseo y del sueño y a salir con decisión hacia lo desconocido que nos aguarda “más allá de nosotros mismos”.
El trabajo de ilustración, a lápices, es impecable. La tensión que genera la contundencia de un dibujo realista para reafirmar situaciones oníricas, todo con un aire surrealista, con una suerte de atmósfera al modo de Magritte, realzan la historia y, en cierto modo, contagian el deseo de la protagonista.
El tercer libro que me llamó la atención, y que terminó por hacerme pensar en una suerte de “tendencia”, fue “Dos alas”, escrito por Cristina Bellemo, ilustrado por Mariachiara Di Giorgio, publicado por la editorial Combel.

«Dos alas», de Cristina Bellemo y Mariachiara Di Giorgio, Ed. Combel, 2016. (Hay edición en catalán.)
En este libro, ya desde las guardas, nos encontramos con una sociedad que camina alienada, como extraviada de sí en su completa normalidad cotidiana. Es en un rincón de ese mundo, muy temprano por la mañana, donde y cuando el señor Guillermo, un hombre mayor, un jubilado, encuentra un par de alas en su jardín, al pie de un duraznero (melocotonero, en castellano, presseguer, en catalán). El anciano se pregunta por el dueño de las alas, y sale a buscarlo por el vecindario. Pregunta aquí y allá, busca a quien las extravió, espera a que alguien venga a buscarlas, hasta quiere pagar por ellas, si era el caso que fueran para él. Pero nadie las reconoce ni las reclama, y comienzan a tomar al anciano por loco. Un día, don Guillermo toca las alas y descubre que tienen raíces en tierra. Entonces tiene un recuerdo de su infancia, de algo que enterró allí muchos años atrás: un cofre del tesoro, un puñado de recuerdos para el futuro. No encuentra una explicación para el origen de las alas, pero se decide a cuidarlas como si se tratara de la mejor planta de su jardín. Así, hasta que un día, con esas alas, sale a volar.
El final del libro tiene una condensación poética entrañable. Una interpretación del relato nos llevaría a reflexionar sobre el final de la vida, sobre la muerte. Pero yo prefiero leer el cuento en la clave de ese deseo de levantar vuelo y escapar, porque el señor Guillermo “efectivamente, volaba ligero por sobre la ciudad que todavía dormía”. Volaba ligero por sobre todas las historias “de humanos, o de gatos, o de flores”.
La ilustración, aquí, tiene un aire de volatilidad similar a la de Castagnoli: plumilla, lápices, aguadas. Aunque se acerca más a la ilustración del cuaderno de dibujo del típico urban sketcher, con ese aire de improvisación de quien abandona el estudio de trabajo, el ordenador de cada día, y sale a la calle, observa, capta el desánimo real y desea escapar en un par de manchas de aguada o en unos trazos de tinta a mano alzada.
No sé si tres libros llegan a configurar una tendencia, pero creo entender por qué mucha gente, como están las cosas, tiene sus razones y sus sinrazones para salir volando. En cualquier caso, me gusta la idea de que las alas que vayamos a usar tengan raíces sólidas en tierra, y que viajemos más juntos que separados.