Hace unos días veía un documental francés titulado “Ce n’est qu’un debut” (“Solo es el principio”), dirigido por Pierre Barougier y Jean-Pierre Pozzi. El documental registra un proyecto que busca introducir la filosofía en los cursos de preescolares. La película se ocupa del trabajo de una maestra con niños de una escuela periférica durante dos años: el primer año, durante el trabajo con un grupo de cuatro años; el segundo año, con el mismo grupo cuando ya tienen cinco años.
Cuando comienza el documental, y el proyecto, vemos a una maestra que enciende una vela y, con ese sencillo ritual, inicia una dinámica de diálogos filosóficos con los niños. La maestra, entonces, le pregunta a los niños: “¿Qué significa hacer filosofía con ustedes?”, y un pequeño responde: “Hablar”. Ella dice, “Hablar, sí. Y tendrán que…”, y otro pequeño, muy enterado, agrega: “Reflexionar”. Y de eso va toda la película. De ese esfuerzo, de esas dificultades. Los temas abordados son múltiples: el miedo, la amistad, la muerte, la inteligencia, el poder, la libertad, la diferencia… Y las discusiones muestran cómo se involucran los niños, ya cargados de prejuicios, ya libres de ellos. En ese punto, la discusión sobre qué es el amor resulta imperdible, cuando se coloca en torno a la luz de esa vela una discusión sobre códigos de sexo-género, homosexualidad y diversidad sexual.
El documental está muy bien logrado en el sentido de mostrar las dificultades y también las muchas oportunidades que se abren al llevar adelante un trabajo de conversación reflexiva con niños tan pequeños. Dificultades propias de la edad. Dificultades propias del intercambio “filosófico” entre el mundo adulto y el mundo infantil.
En esa dirección, me quedé pensando en el papel que pueden jugar los libros alrededor de un proyecto como ese. No digo libros de lectura literaria, libros de LIJ, sino libros de divulgación filosófica (o de divulgación de temas cívicos o sociales) accesibles a esas edades.
Y entonces me encontré con este libro que me resultó una pequeña maravilla: “¿Qué es la nada?”, de Antje Damm, editado en Alemania en 2009, y llevado al castellano por la editorial argentina Iamiqué.

¿Qué es la nada?, de Antje Damm, editado por la editorial especializada en libros informativos y de divulgación científica para niños, Iamiqué. Argentina, 2014 (traducción de Alejandra Villar).
El libro se organiza en base a preguntas que se formulan al lector, a la acumulación de eventos en torno al significado de la palabra nada (que siempre se destacará tipográficamente en el texto), al contraste y la comparación entre ideas abstractas relativas al uso de la palabra nada e imágenes muy concretas que ilustran esas ideas (con fotografías o con dibujos, o con la combinación de ambos), a la puesta en juego de pequeños textos literarios (poemas) o textos reflexivos de niños (que intentan definir, a sus 8, 9 o 10 años, qué es la nada), a algunas informaciones históricas (nombres de filósofos que han reflexionado sobre el asunto, obras de arte sobre el tema). En definitiva, una organización bien definida, donde preguntas, eventos, ideas, imágenes, textos e informaciones confluyen desde sus detalles para aportar a la construcción de una reflexión muy amplia sobre el tema.
En su primera página, el libro comienza con una frase contundente: “Hay muchas cosas sobre las que no sabemos nada”. Y es como si no pudiera haber otro principio que el de esa carencia, el de esa incertidumbre, el del desconocimiento, el de la nada misma para iniciar una conversación y una reflexión con niños y niñas bien pequeños: ya sobre la nada, ya sobre cualquier otro asunto filosófico propio de las inquietudes humanas. Luego, en el libro, se sucederán las afirmaciones tajantes y también las preguntas inquietantes encargadas de sacudir cualquier seguridad sobre el tema, o sobre el modo en que hablamos del tema:
¿Podemos pensar en nada?
¿No hay nada después de la muerte?
¿Realmente no se ve nada cuando está muy oscuro?
¿La nada es un agujero?
¿Nada es imposible?
Quizás este libro sea más apropiado para niños en edad escolar que para los preescolares. No lo sé, no estoy seguro, habría que probar. Pero al margen de eso, su lectura atenta puede aportar muchas ideas para pensar cómo reafirmar, con algún tipo de libro, el proyecto de llevar la filosofía a los más pequeños. Un desafío. Porque en la actualidad, cuando más de un político-tecno-burócrata de turno plantea recortar los programas y los horarios de estudio dedicados a la enseñanza de las materias humanísticas (filosofía, literatura, artes…), es bueno repasar estos proyectos y estos libros, y tratar de entender algo sobre su necesidad y su importancia para todas las edades.
Y entonces, tal vez, volver a abrir la mente, volver a pensar en preguntas ontológicas que nunca son del todo contestadas, como la clásica: ¿Por qué hay algo en lugar de nada?
En fin, sea como sea, se empiece como se empiece: algo es algo. Y bienvenido.