«El viento que arrasa», novela de Selva Almada

El verbo es «arrebatar», en el sentido de «atraer algo como la vista, la atención» y «sacar de sí, conmover poderosamente excitando alguna pasión o afecto».

Una novela te puede arrebatar.

Me fascina cuando una novela me agarra del cuello del buzo y me lleva a rastros por donde quiere y me hace creer lo que se le antoja y me enamora de los personajes por más raros y simples que aparenten ser y me deja pensando en sus grandezas y miserias y no me deja hacer otra cosa hasta que pasa un rato, hasta que la novela se me calma en la cabeza, hasta que todas las tensiones que se pulsaron aflojan un poco la vibración. Me encantan las novelas cuando son como El viento que arrasa.

El viento que arrasa, de Selva Almada (Editorial Mardulce)

La prosa de Selva Almada (Entre Ríos, Argentina, 1973) tiene aquí esa cosa faulkneriana de Mientras agonizo, pero pasada (y un poco suavizada) por los filtros de la luz terrosa de los campos de algodón (los del sur de aquel sur) y de la ropa limpia (de algodón, está claro) que se ponen las gentes de pueblo los domingos de misa.

Pocos personajes: un reverendo evangelista entre fanático y farsante; un mecánico al que le dicen «el gringo»; un «chango» jovencito al que lo apodan Tapioca; una jovencita, Leni, que es la hija de reverendo, y el perro Bayo, que olfatea tormentas como pocas veces se pueden describir y escribir, protagonizan esta breve historia, tal como si bailaran un chamamé (animado y triste a la vez) en un almacén de campaña.

Breve historia que transcurre en el marco de un día de sequía y su noche de tormenta (aunque teje retrospectivamente las vidas de esos personajes), y en el escenario de un taller mecánico perdido en medio de la campaña provincial deshabitada. En ese marco, la avería de un automóvil (el del reverendo y su hija, llevado a rastras hasta el taller) bien puede ser la metáfora y el detonante de todas las averías que atraviesan las vidas de padres e hijos (y madres ausentes) en su sucesión mundana y en sus desencuentros generacionales. Allí, entonces, para esos personajes, el cielo y la tierra, lo terrenal y lo celestial, solo tienen un punto de contacto: la palabra humana y los silencios.

La escritora sabe que en eso, en la fuerza de esas palabras y de esos silencios, en la economía de esas palabras y de esos silencios, se juegan los destinos más terrenales que divinos de sus personajes (humanos, demasiado humanos).

Con un pulso envidiable, Selva Almada conduce el relato para arrebatar a este lector y, seguramente, a todo lector que se acerque a estas páginas.

Belleza de novela, viento que arrasa.

Contratapa de El viento que arrasa, novela de Selva Almada

Solo tres segundos: novela de Paula Bombara

Los accidentes de tránsito son la principal causa de muerte de la juventud uruguaya (supongo que también lo son en otros países del mundo). Le sigue de cerca el suicidio. En este conteo estadístico, siempre será discutible si algunos accidentes de tránsito no son suicidios encubiertos. ¿Hasta qué punto, ciertas conductas de riesgo de los jóvenes no son un juego cara a cara con la muerte, un tentar los límites de la vida y de sus posibilidades o imposibilidades, un desentenderse de proyectos a futuro y tensar el instante presente para saber si hay algo más allá que valga la pena?

Estos dramas, protagonizados a diario por jóvenes de distintos sectores sociales, son una cuestión que cualquier educador debe poner sobre la mesa cuando trata con jóvenes. Hablar de estas cosas, comunicarse con los jóvenes sobre estos asuntos problemáticos, quizás sea la mejor red para poner debajo de esa cuerda vital por la cual pasan los adolescentes haciendo equilibrio, con la inestabilidad propia de esas edades, con los riesgos inevitables que esas edades implican.

Si un libro destinado a los jóvenes favorece esa comunicación, y si lo hace desde lo mejor de la literatura juvenil y no desde el oportunismo didáctico, pues bienvenido sea. Ese es el caso del libro Solo tres segundos, de Paula Bombara.

Solo tres segundos: novela de Paula Bombara

Este libro, hay que decirlo desde el principio, no pretende, y ni cerca está de caer en ello, convertirse en un recetario para la promoción de una campaña de seguridad vial. Y quizás por eso es que puede ser muy efectivo como mediador entre el joven que lo lea y el adulto que lo recomiende: porque no pretende ser didáctico ni aleccionador. Lo que hace es contar una historia apoyándose tan solo en el arte narrativo que concibe dos personajes centrales y su drama: el drama de morir en un accidente y el drama de sobrevivirlo.

Paula Bombara aborda la historia de un accidente de tránsito protagonizado por siete adolescentes en el que tres de ellos mueren, dos quedan gravemente heridos y otros dos salen casi ilesos. La novela está dividida en dos partes de igual extensión. La primera es narrada desde el punto de vista de un varón, que a sus diecisiete años, si bien no sabe muy bien qué hacer con su vida, sabe sí qué es lo que le gusta: el es un biker y en ese deporte de riesgo encuentra la forma de ponerle color a su recorrida por el mundo que lo circunda con toda la grisura de cemento urbano:

En la plaza del centro por todas partes hay explanadas, rampas y escaleritas de dos o tres escalones. Es una plaza de cemento. Por lo tanto, es una plaza gris. Andar con la bicicleta, sobre los picos, con una rueda girando libre, concentrado en mantener el equilibrio mientras rota el cuadro, hasta acercarse a una escalerita y bajarla rozando, apenas, el filo de los peldaños, como ha visto hacer a tantos otros bikers, es encontrar colores puros en medio de una ciudad contaminada.

(p.19)

La novela acompaña a este personaje durante casi un semestre. Ausculta sus dudas, sus temores, sus dificultades de comunicación, sus amores, su relación familiar, su pasión por las bicicletas, los vínculos con sus pares, sus dificultades para establecer una identidad biográfica. La novela lo acompaña hasta que sufre un accidente de tránsito.

La segunda parte se inicia luego del accidente de tránsito. Cambia allí el punto de vista narrativo. Quien continúa narrando la historia es una de las sobrevivientes del accidente, Felicitas, una chica de la misma edad de Nicolás, compañera de la secundaria de él, que va en el auto en el que muere su mejor amiga, Zoe. La historia está narrada en primera persona, al modo de un diario, en el que la chica relata cómo tiene que procesar la muerte y cómo tiene que sobreponerse al accidente, a la pérdida, a los sentimientos de culpa.

No hay lecciones morales. No hay consejos. La muerte es algo que no tiene consuelo. Los sobrevivientes sufren el duelo como mejor o peor pueden. Y ese tránsito doloroso es algo sobre lo que solo cabe hacerse una cantidad de «preguntas en la oscuridad«, preguntas que apenas se cierran cuando el personaje llega a pensar en el accidente como mero accidente:

Y lo que estoy pensando es que los accidentes existen, así como existen los nacimientos y las muertes. Que nos haya tocado a nosotras… ¿y por qué pensar que no podía tocarnos vivir un accidente?

Cuando vino Gaby me dijo algo que me quedó resonando y que ahora entiendo un poco mejor. Me dijo que a todos se nos mueren seres queridos, porque la vida se trata de eso: de vivir y de morir.

(p.169)

Para el lector adolescente, en definitiva, no habrá en esta novela un sermón ejemplar, más allá de que Felicitas sepa, al repasarlo, que el accidente que protagonizaron «calza en las estadísticas como si fuéramos los zapatitos de cristal de una muerte Cenicienta«.

No habrá sermones didácticos, no. Pero sí habrá, para los jóvenes lectores, la posibilidad de introducirse en la vida de unos personajes que, a la par de ellos, viven (y mueren) en ese límite de una siniestralidad que puede suceder en «solo tres segundos». Hacerse conscientes de esa vivencia, compartirla en la ficción, no será una prevención frente a los riesgos que estar vivo conlleva: claro que no.

Pero acercarse a estas formas ficticias de la muerte que la autora nos presenta con calidad y calidez, con una prosa limpia y ágil, poética por momentos, que atrapa siempre, que empatiza con el sentir de sus personajes jóvenes, que no hace concesiones fáciles a la estupidez del mundo adulto en el que se mueven, que vibra, que late: todo ello, será para el joven lector un modo de acercarse a la realidad de la vida, y sopesarla: para buscarse, para encontrarse… «para apretar los párpados / y, aun así, verse«.

Ficha bibliográfica:
Solo tres segundos
Autora: Paula Bombara
180 páginas
Colección: Zona Libre
Editorial: Grupo Editorial Norma
Argentina, 2011
ISBN 978-987-545-246-6

Poesía con posibilidades: Laura Wittner publicada en Uruguay

No suele suceder que en Uruguay se editen y se publiquen libros de poesía de autores argentinos. Recuerdo que en su momento, 1985, Ediciones de Uno publicó un libro de César Fernández Moreno: Introducción a César / 20 poemas, por lo que siempre le estaré agradecido a esa editorial, así como hoy le estoy agradecido a la editorial Civiles Iletrados, de Maldonado, por haber publicado una antología de la obra poética de Laura Wittner (Buenos Aires, Argentina, 1967) bajo el título: Noche con posibilidades.

Noche con posibilidades

«Noche con posibilidades», de Laura Wittner. Editorial Civiles Iletrados, Maldonado, Uruguay, 2011.

Este libro nos presenta la obra de una poeta que inició su andadura en los noventa y que en sus quince años de trayectoria lleva seis libros de poesía publicados: El pasillo del tren (Buenos Aires, Trompa de Falopo, 1996), Los cosacos (Buenos Aires, Ediciones del Diego, 1999), Las últimas mudanzas (Bahía Blanca, Vox, 2001), La tomadora de café (Bahía Blanca, Vox, 2005), Lluvias (Buenos Aires, Bajo la luna, 2009) y Balbuceos en una misma dirección (Buenos Aires, Gog y Magog, 2011). Pero además, este libro nos muestra, compendiada, un tipo de poesía que se cultivó en la otra orilla del Río de la Plata y que no tuvo mayores repercusiones en este lado del estuario.

Es cierto que internet nos da la posibilidad de leer lo que se hace en todo el mundo. Que las fronteras, entonces, no tendrían mayor peso en el trazado o la representación de los imaginarios poéticos vigentes. Pero sucede que la lectura en internet siempre es «hipervincular»: se salta de una página a otra sin lograr nunca una perspectiva clara del corpus de alguno de esos imaginarios. Eso es lo que pueden subsanar publicaciones como esta: mostrarnos el cuerpo de una obra, su desarrollo, su crecimiento, su evolución y también su coherencia.

Y así, en esta Noche con posibilidades, nos encontramos con un tipo de poesía, el de Laura Wittner, que se distancia de las estéticas neobarrocas de finales del siglo pasado, que también toma distancia de esa poesía «cloacalista» que hizo ruido a inicios de siglo, que asume una postura poética «objetivista», pero que hace todo eso desde una voz claramente identificable en su espacio y en su tiempo.

Un tipo de poesía que es coloquial en el uso del lenguaje pero sin desbarrar en lo chabacano.

Noche con posibilidades

Para todo habrá tiempo: para pedir cerveza
y que mientras él vaya al baño
yo encienda uno de sus cigarrillos
pero al sacarlo del atado otro más caiga
y se ponga a rodar
y cuando intente atraparlo llegue hasta
el charco que por algún motivo apareció
entre los vasos,
para que mientras considero
si dejar que el cigarrillo se seque
o hacerlo desaparecer
él vuelva del baño y descubra mi torpeza,
y así seguir enumerando
sin que ningún eslabón defina nada
sino que sólo implique – se produce
en muy raras ocasiones
este fenómeno, este diverso proceder
del tiempo:
ya no transcurre
cambió de dirección
cobra profundidad
se subdivide indefinidamente.

(p.42, en NCP, pertenece al libro: Las últimas mudanzas, Bahía Blanca, Vox, 2001)

Un tipo de poesía que es irónica, pero sin perderse en autorreferencias abúlicas. Que se distancia mediante procedimientos narrativos (y mediante un virtuoso uso del ritmo dado por la sintaxis y la puntuación) de cualquier efusión romántica, pero sin dejar de movilizar una lírica muy sugestiva, a menudo reforzada por una tersura fotográfica o cinematográfica.

Dentro de casa (7)

Toda una sorpresa
cuántas plantas florecen
o brotan en invierno.
Y de maneras no convencionales.
A una le sale un brote
en mitad de la hoja verde.
A primera vista parece bichada.
Hasta la más reacia, finalmente,
da una flor.

(p.50, en NCP, pertenece al libro: La tomadora de café, Bahía Blanca, Vox, 2005)

Una poesía que toma por referentes poéticos asuntos cotidianos, asuntos familiares o escenas del mundo de la vida, pero que remonta desde allí hacia una suerte de melancolía desencantada, que nos descentra como lectores (iba a escribir: espectadores), a la vez que procede a la desfetichización de los objetos tomados como asuntos del poema.

Huecos

Falta el vidrio
de la ventana del baño.
Un tablón de la persiana
se está por desprender.
Se me salió la corona
provisoria, y ya no paro
de creer que reconozco gente.
Todos los bares parecen estar llenos
de gente que conozco o conocí:
amigas de una amiga
vecinas de otra década
compañeros de estudio
que nunca saludé;
existirán, calculo,
unas diez caras
intercambiables en total.
Me siento a leer con
un lápiz y un pomelo triangulado
y estoy a punto de comerme el lápiz.
Hasta imagino el
sabor de la madera
y cómo cruje entre los dientes.
Mucho murmullo cruzado.
Lo de encontrar la luz es verso
o está en verso.
Como si todo esto no fuera
más que una ligera superficie
donde jugamos a danzar
–ratoncitos imantados–
y por debajo el vacío, seriamente,
se dedicara a desplegar sus pasadizos.

(p.89 en NCP, pertenece al libro: Lluvias, Buenos Aires, Bajo la luna, 2009)

Un tipo de poesía donde predomina el realismo característico de la narrativa de autores como Raymond Carver, pero que a su vez conecta con el «lúgubre esplendor» de un Kafka y con ese «humor judío» tan exquisito, como inquietante, propio de todo lo kafkiano.

te diré de qué estábamos hablando

me preguntaba
cómo podíamos mantener
una conversación tan tonta
toda la noche narrando
las proezas de la adolescencia
pero hoy al leer esta reseña
sobre una novela de Ridgway
de pronto lo comprendo
te diré
de qué estábamos hablando:
del amor en habitaciones
tomadas por asalto
del amor cálido y seguro
todavía lejos
de la primer descarga de tristeza.

(p.11 en NCP, pertenece al libro: El pasillo del tren, Buenos Aires, Trompa de Falopo, 1996)

Me pasa, a menudo, que me enfado con cierta poesía que, retorcida sobre sí misma, termina siendo una barrera para cualquier lector animado. En general, voy con cuidado cuando me acerco a la obra de autores de mi generación, pues suelo desanimarme con facilidad. La lectura de este libro, por el contrario, tuvo un efecto estimulante para mí y me ayudó a reconciliarme con la escritura de poetas que, nacidos por los mismos años que yo, vienen escribiendo una obra valiosa, a la que no siempre es fácil acceder desde esta orilla del Plata. El libro fue presentado en Montevideo y en Maldonado hace una semana. Y entonces, una vez dicho cuál es mi estado de ánimo, quiero terminar esta nota con un par de versos de Laura Wittner, y decir, casi esperanzado:

Así empieza un otoño;
así me gustaría que empezara.

Día Internacional del Libro Infantil

El 2 de abril se celebra el natalicio de Hans Christian Andersen, autor por antonomasia de libros para niños. Este día, y por esa razón, fue elegido por la International Board on Books for Young People (IBBY) para celebrar el Día Internacional del Libro Infantil.

A mí me gusta celebrar estas cosas. Y es que a esta altura de mi vida, estoy convencido de que si soy como soy, en parte, se lo debo a los libros que leí en mi infancia y a los cuentos y a los poemas que me leyeron o me cantaron mis mayores. Celebrar el libro infantil es, de algún modo, celebrar la infancia: la propia y la ajena.

Este año, lo voy a celebrar aquí de un modo particular. ¿De qué manera puede celebrar un escritor de LIJ el día del libro infantil? Pues escribiendo y produciendo libros para niños. Y como en esa andamos con la amiga Cara Carmina, artista e ilustradora mexicana de la cual ya hablé aquí, y como justo acabamos una nueva página de un nuevo libro que habla de eso: de libros, de lecturas conjuntas, de celebración de la lectura, y como el libro lo estamos haciendo de manera internacional: pues ella allá, en Canadá, haciendo los dioramas, y yo aquí, en Uruguay, escribiendo los poemas, nada mejor, entonces, que publicar en el día de la fecha esta página celebrante.

Diorama de Cara Carmina: la biblioteca de los gatos

Para que un gato lea
Es preferible
que en el libro no haya
ningún ratón.
Evite así que el gato,
que es buen lector,
se quede sin lectura
y tenga un atracón.