Lo que no te mata, ¿te fortalece?: reflexiones sobre «reseñismo» y «crítica» de literatura infantil y juvenil

En estos días leí una reseña de un libro de LIJ publicada en uno de los semanarios culturales más importantes de nuestro medio: El País Cultural. Esa reseña me llamó mucho la atención y me exigió pensar un poco en la función de la crítica (o en su ausencia).

Hasta hace relativamente poco (¿un año, dos?), la prensa «grande» no tenía la costumbre de reseñar libros para niños y jóvenes. En los últimos tiempos eso viene cambiando. De a poco, despacio y sin una sistematicidad que alcance para considerarla un lugar firme en el medio, se va haciendo costumbre encontrar notas de prensa sobre LIJ. Seguro que eso responde al hecho de que la LIJ va cobrando una importancia editorial sin antecedentes. Con muchos más títulos publicados, con mucha más visibilidad, con muchas más ventas, el negocio de la LIJ no es menor en lo que hace al conjunto de los resultados de la industria editorial. Siguiendo esa lógica, es obvio que la prensa le preste atención.

Pero lo que no había visto hasta ahora en la prensa era un comentario destemplado, duro, descalificador de un título publicado. Y sorprende encontrar una «crítica» así de un libro de un autor importante en nuestro medio, un autor con una trayectoria destacada, alguien que escribió libros de referencia en la última década, libros que significaron un soplo de aire fresco, un autor de títulos galardonados una y otra vez en concursos literarios nacionales, un autor con un merecido reconocimiento internacional. O sea, no se explica que allí donde se dedica tan poco espacio para la promoción de libros de LIJ se coloque una reseña desfavorable: ¿qué necesidad?

Reseña_El_País_Cultural_LIJ

En rojo: breve reseña del libro «Más acerca de novias y fútbol», de Federico Ivanier, publicada en El País Cultural, No. 1207, del 1 de febrero de 2013.

Conste: no pongo en cuestión el contenido de la reseña, porque no leí el libro. Lo que cuestiono es la pertinencia de la misma: si se dedica tan poco espacio a la LIJ sería mejor que el crítico que se encarga de la sección utilice su cupo para promover libros que él entienda que tienen un valor peculiar, que está bien recomendarlos y destacarlos entre la multiplicidad de títulos que se publican en el año. Si un libro no es del agrado del encargado de la reseña, pues que lo deje a un lado, que le explique eso al director editorial y que le sugiera a éste hacer un comentario de un libro que si le haya gustado y que crea que es conveniente promover. ¿O será que poniendo un comentario así de negativo el periódico intenta subrayar la independencia del espacio, su no adscripción al mercado, su potencial «crítico»? No lo creo.

Como habrán notado, fui cuidadoso al entrecomillar el término «crítica». Y es que una reseña así, apenas un suelto de 150 palabras, de hecho, no parece reflejar el ejercicio de una crítica literaria que, mal que nos pese, es prácticamente inexistente en nuestro medio (siempre con honrosas excepciones). Y conste que no digo que no sea importante que se reseñen títulos en la prensa cultural, que se seleccionen, que se promuevan: esa tarea puede ser una buena aliada de la crítica. Pero la crítica de LIJ, en sí, es otra cosa.

Y de esa otra cosa quería hablar ahora.

He venido cruzándome una y otra vez con un texto, un decálogo, del escritor polaco Isaac Bashevis Singer (uno de esos «Premio Nobel» que no trascendieron mucho), en el que hace explícitas las razones por las que, en su momento, escribió un par de libros para niños. En el decálogo, que lleva por título «Diez razones para escribir para los niños», hay tres puntos que refieren a la cuestión de la crítica. Los cito:

1.- Los niños leen libros y no críticas de libros. Los críticos les importan un pepino.

8.- Les gusta leer relatos interesantes y no comentarios, ni guías o notas que acompañan a textos.

9.- Cuando un libro es aburrido, bostezan abiertamente sin sentimiento de culpa o temor a la autoridad.

Seguro que el decálogo del escritor polaco apuntaba a desprestigiar la función de la crítica de su época: crítica que, donde nos descuidemos, le reprochó escribir para niños, como si al hacerlo el Nobel hubiera denigrado la literatura «seria», o algo así. En ese sentido, su gesto habría sido un lindo desquite. Pero en la actualidad, estos puntos suelen ser subrayados allí cuando se quiere afirmar que la crítica de literatura para niños no tiene mucho sentido y muy poca razón de existir. Los niños no leen críticas; a los niños no les interesan los comentarios; si un libro no les gusta lo abandonan y listo: de este modo, no habría mejor crítico de un libro para niños que el propio niño. Amo y señor en sus lecturas, el ejercicio de la crítica pasaría por su gusto inmediato. Si te apuntas a escribir para niños, es bueno que lo sepas, te leerán si les gusta lo que escribiste, y si no, olvídalo. Puesto así, el asunto tiene un barniz liberador, pero llama a engaño.

Seguro que muchos de los que citan a Bashevis Singer creen que sus apuntes son lo justo y lo correcto. Que es el niño, en tanto usuario directo, el único habilitado para ejercer una crítica adecuada. Y seguro que se equivocan, porque no van un paso más atrás y no consideran que, en muchos casos, que un libro llegue a las manos de un niño depende pura y exclusivamente de la labor crítica, labor que se ejerce por acción o por omisión.

Jorge de Barnola, en un artículo que a mi gusto va en la línea de esos equívocos, «La crítica en la literatura infantil y juvenil«, luego de insistir en que el ejercicio de la crítica (que en el artículo se confunde con el ejercicio de la reseña con fines comerciales) no tiene mayor utilidad en lo que refiere a sus destinatarios, concluye lo siguiente:

«A un niño o a un joven sólo hay que dejarle suelto en la sección de LIJ o en la de cómics (que forma parte ya de nuestra formación cultural y de nuestra personalidad diferenciadora respecto a otros siglos anteriores) para que encuentre lo que necesita leer en ese momento, al margen de la crítica, al margen de la imposición de los medios».

Este señor, que llega a esa conclusión luego de decir que el mercado es el que regula la LIJ: ¿no se detiene a pensar, por un segundo, qué es lo que hace que un libro llegue a la «sección de LIJ»? ¿No se le ocurre diferenciar cómo se integran las secciones de LIJ de una librería de fondo, o de una librería de una gran superficie, o de una biblioteca pública, o de una biblioteca escolar, o de una biblioteca de una casa de clase media? ¿No se cuestiona cómo se compone la sección de LIJ de un catálogo editorial? ¿No cuestiona que la supuesta libertad de elegir un libro por parte del niño pasa por la oferta general que está a su alcance?

Hace exactamente 20 años, los integrantes del Grupo Peonza, en España, en el marco del primer Congreso Nacional del Libro Infantil y Juvenil, proponían algunas ideas sobre la necesidad de una crítica especializada. Sostenían por entonces que «la avalancha de novedades que inunda el mercado de la L.I.J. viene acompañada de poca selección por parte de los editores lo cual provoca una escasa calidad en la mayoría de los títulos que están a disposición de los lectores» y agregaban que esta situación (hoy día exacerbada) hacía «urgente y necesaria la crítica literaria; el crítico (especialista, profesor, librero, bibliotecario) es un mediador de mediadores (entre profe/padre y lector/niño) y se convierte en un «vehiculizador cultural y social»«.

Para que las secciones de LIJ estén bien surtidas, sea cual sea el lugar en el que estén ubicadas, la función de la crítica se hace cada vez más necesaria, a menos que uno quiera que el mercado, y sólo el mercado, ejerza la función crítica. Y no basta para esto con esos espacios esporádicos que se abren en la prensa, por lo general orientados a la reseña y al comentario superficial. Lo necesario es el desarrollo de una crítica especializada, que trabaje de manera independiente, en equipo, con solidez en su formación, con calidad en sus estudios, conocedora de la tradición universal y local de LIJ, rigurosa en aquellos puntos que definen lo que de verdad es la función crítica, o sea, ese viejo «arte de enjuiciar»: separar, distinguir, discernir, elegir, decidir sobre lo dudoso, determinar sobre lo indeterminado, juzgar por comparación, pronunciarse sobre las obras, juzgar en un proceso histórico y, llegado el caso, condenar.

Que para todo esto último sea importante contar con la voz del lector está muy bien. Pero esto debe ser parte, justamente, de la formación de la crítica, que atenderá a la hora de ponerse en práctica la especificidad de las capacidades evolutivas (lingüísticas, cognitivas, psicológicas y lectoras) de los niños y de sus distintas edades, y que relevará, del modo más sistemático posible, sus opiniones acerca de las lecturas realizadas.

Hoy día, condenar por condenar un libro, hacer eso al margen de la sistematicidad de la crítica, no parece algo muy lógico. Si al menos fuera un acto de provocación que ayudara a fortalecer las instancias de formación de la crítica, si la condena revirtiera en un impulso para que los especialistas se agrupen, generen ámbitos de ejercicio crítico, intercambien ideas, orienten una labor práctica, abran sus espacios de acción (por reducidos, ocultos, o ninguneados que estén) al diálogo con los espacios de otros actores (tanto o más reducidos y ocultos), si ese fuera el caso, entonces esa condena ligera tendría al menos algún objetivo elogiable. Pero no parece que en el horizonte de la LIJ uruguaya, de momento, ese llegue a ser el caso. Ojalá me desmientan.

Nota bibliográfica: las citas referidas a la ponencia del Grupo Peonza están extractadas del artículo de Kepa Osoro: «Creación, difusión y crítica de la literatura infantil: Una aproximación desde la escuela» (publicado en: Cerrillo, Pedro C. y Jaime Garcìa Padrino (2000): «Presente y futuro de la literatura infantil», Colección Estudios, Ediciones de la Universidad de Castilla – La Mancha, Cuenca, 2000). De este texto también se toman algunas ideas. El concepto de crítica como arte de enjuiciar, que suelto al pasar, responde a una nota de Félix Duque (1998): «Historia de la filosofía moderna. La era de la crítica» (de Editorial Akal, Madrid, 1998). Las demás referencias fueron enlazadas en el texto.

Agradezco especialmente al poeta uruguayo, radicado en Suecia, Hebert Abimorad por facilitarme algunas lecturas teóricas de LIJ de las que aquí hago uso.