Casualidades de la vida. El otro día, hurgaba en la biblioteca y me encontré con el número 4 de Bloc, Revista de Arte y Literatura Infantil. En ese número hay formulado un cuestionario que se elaboró a partir de preguntas extraídas de muy buenos libros de literatura infantil. La revista ya no se publica (pero se encuentra en la web). Al ver la revista, recordé que ese cuestionario circuló hace unos años en la red, allá por el 2010. Por entonces no conocía su origen, pero me lo había encontrado en el blog de Cecilia Varela, y lo respondí en el mío. Ahora, para mi sorpresa, me doy cuenta de que Cecilia lo había tomado de “Librosfera”, blog de una especialista de LIJ muy cercana a Glòria Gorchs, una de las personalidades que responde el cuestionario en la revista, bibliotecaria y especialista en LIJ, a la que tuve el gustazo de conocer hace poco en una actividad de la biblioteca Roca Umbert de Granollers, donde ella trabaja.
Y, más casualidades, justo luego de leer la revista, me encuentro con una publicación del escritor uruguayo Sebastián Pedrozo en su Facebook, donde responde a una pregunta sobre su relación con los libros. Dice el escritor:
LOS LIBROS
He comprado libros que regalé el mismo día. He comprado el mismo libro dos, tres, cuatro veces. Y así.
He comprado libros que sabía no iba a leer.
He comprado libros nuevos y viejos, rotos, sin tapas, con capítulos enteros subrayados. Libros que en su última página alguien escribió con pluma “te necesito, María, por favor”. He comprado libros con cartas cerradas dentro, con postales, con boletos, con recetas de cocina.
Libros que, con solo mirarlos, las hojas se desintegran. He comprado libros para ganar la simpatía de mujeres que no sabían que yo existía. He comprado libros para que me perdonen mis amigos. He comprado libros en supermercados, en farmacias, aeropuertos, en la calle, en las ferias vecinales, en asentamientos, en los patios de las escuelas. Libros en idiomas que desconozco. He comprado libros para los hijos que nunca tuve. He comprado libros toda mi vida.
Ahora están por todas partes: en el baño, la cocina, bajo la cama, arriba del ropero, detrás de otros libros que han estado siempre, antes que esta casa, antes que la vida misma. Y se amontonan y crecen, se multiplican en las zonas oscuras. Un día me echarán, con lo puesto, a los árboles, a la playa. Un día me van a expulsar del propio lugar que yo les construí, de los estantes que colgué con simetría para que no se ladearan, perfectos, sin crujir, ni pudrirse. En equilibrio, que yo nunca tuve. Me van a echar de su propia existencia sin humedad. Sin sol directo. Vamos camino a eso. Lo sé. Lo saben el almacenero, mis compañeros de trabajo, el repartidor de soda.
Su aparente silencio es poderoso.
Van a decir que estoy loco, pero creo que son el centro del mundo, confluyen sus voces en un punto donde se genera la energía que me mueve hacia la palabra escrita. Allá voy todos los días. Un poco ciego, un poco hambriento, agazapado en la noche los reviso, releo los mismos párrafos por enésima vez. Me subo descalzo a la vieja silla y desordeno todo. Uno a uno los huelo, hago torres contra la pared. Los limpio. Los acaricio. Les bailo encima. Los abrazo.
Ellos tienen la culpa de mi insomnio eterno. No. Mentira.
Mientras todos duermen, ellos me hablan, y dicen: “no es tu culpa que no te guste la gente. Pero deberías llamarla, mirar a la gente a los ojos, nosotros no vamos a ir a ninguna parte”.
Al terminar de leer esto, supe que él era el candidato ideal para retomar el juego de aquel cuestionario de la Revista Bloc. Sebastián Pedrozo es un excelente escritor (y mejor lector) de literatura infantil y de literatura sin adjetivos. Le fui haciendo las preguntas, una por turno, sin decirle de dónde habían salido (aunque en varias, él descubrió la fuente antes de que yo se la dijera, cosa que hice luego de que él me respondía).

Sebastián Pedrozo, escritor uruguayo, de «Pinar Town».
Los invito a leer el cuestionario, y los invito, si quieren, a seguir con este juego intentando ustedes contestarlo. Los dejamos, entonces, con Sebastián, a quien le estamos muy agradecidos en Garabatos y Ringorrangos.
¿Se puede saber quién eres y adónde vas?
[El espantapájaros a Dorothy, en el capítulo III de «El mago de Oz», de Frank L. Baum]
Creo que lo sabré cuando llegue. O mejor, quizás no hay lugar a donde ir, hay lugares donde estar. A mí me gusta donde estoy ahora. En este preciso momento, luego, no lo sé. Me da miedo la quietud. El llano. Me da miedo que no haya viento, que no vuelen ramas, que no llueva, que no haya tormenta, que siempre sea verano.
Eso sí, nunca he podido quedarme quieto. De modo que lo que más me importa es el camino. O los caminos. Son todos distintos, algunos más tranquilos. Otros terribles. En todo caso, me gusta que -en el mejor de los casos- el recorrido sea largo, sinuoso: en los meandros se esconde la sorpresa. Y yo nunca pude estarme quieto. La sorpresa es lo opuesto a la muerte.
A veces creo que soy una buena persona. El resto del tiempo estoy seguro que no. A veces hago demasiada idioteces, a veces me enojo tanto que me doy de lleno con la parte más filosa de la ruta.
Y sigo sin aprender.
¿Y eso es divertido?
[Momo a los niños, en el capítulo XVI de «Momo», de Michael Ende]
El movimiento es la única forma de diversión que conozco. Solo o acompañado, me he divertido empujando barriles cuesta abajo, o leyendo hasta quedar dormido bajo una higuera.
Hacer mover el cuerpo, las palabras. Del resto se ocupa el viento, la lluvia, las estaciones.
¿Qué es una vida humana?
[El hombre gris a los hombres grises, en el capítulo XI de «Momo», de Michael Ende]
Es lo que queremos ver en los demás, lo que nos dejan ver, lo que podemos ver, lo que nos enseñan a ver.
Lo que verdaderamente es, no lo sé.
Nadie lo sabe.
¿Crees que un muerto está muerto para siempre, o crees que puede resucitar?
[John Silver a Jim Hawkins, en el capítulo XXVI de “La isla del tesoro”, de Robert Louis Stevenson]
Creo que el mundo se está muriendo desde el primer día. Eso me han dicho. Pero cada vez que alguien se hace esa pregunta, cada vez que se mira a los demás, que se invita a bailar a una chica, que la dama encuentra una carta con su nombre tirada en el jardín, que los amantes duermen abrazados después del placer, se le inyecta vida al mundo, hasta la próxima desgracia, hasta la próxima miseria.
Es un mecanismo perpetuo. No se puede detener.
Eso también me lo han contado.
¿Qué buscas?
[María, la protagonista, en el capítulo XVI de “El tesoro del Capitán Nemo”, de Miquel Rayó].
Entender a los fantasmas. Mis fantasmas.
Saber qué quieren. Por qué no me dejan en paz.
Estar en paz con ellos.
Un momento, no soy un atormentado.
Simplemente me quejo demasiado.
¿Qué es lo que no consentirías?
[Tommy a Pippi, en el capítulo IV de “Pippi Calzaslargas”, de Astrid Lindgren.]
La impunidad.
¿Te cae simpática la reina?
[El Gato de Cheshire a Alicia, en el capítulo VIII de “Alicia en el País de las Maravillas”, de Lewis Carroll.]
¿Mi Reina?
Claro que sí, yo soy su Rey.
¿Te… te gustan… los… perros?
[Alicia al ratón, en el capítulo II de “Alicia en el País de las Maravillas”, de Lewis Carroll.]
Siempre he tenido perros.
Me gustan los gatos.
Me gustan los misterios.
¿Por qué el ocho va después del siete?
[Marta a papá, en “17 cuentos y dos pingüinos”, de Daniel Nesquens.]
¿Quién lo dice? Patrañas.
Tengo ocho cocos, ocho monos y ocho niños. ¿Cuántos imbéciles tengo en total?
[Trunchbull a Wilfred, en el capítulo XX de “Matilda”, de Roald Dahl.]
-Solo usted, Trunchbull.
¿Te has encontrado alguna vez con una bruja?
[Niño a abuela, en el capítulo III de “Las brujas”, de Roald Dahl.]
¿Brujas de verdad? Sí, cada vez que leo a Roald Dahl.
¿Crees en las hadas?
[Peter Pan a los niños, en el capítulo XIII de “Peter Pan y Wendy”, de James Barrie.]
Sí. Creo que un hada es una bruja a la que todavía no le han roto el corazón.
¿Sabes lo que es un beso?
[Wendy a Peter, en el capítulo III de “Peter Pan y Wendy”, de James Barrie.]
Son esas cosas que le rompen el corazón a las hadas y se lo arreglan a las brujas.
¿Qué es el tiempo, de verdad?
[Momo al maestro Hora, en el capítulo XII de “Momo”, de Michael Ende.]
Lo único que existe. La primera regla. El tiempo es dios.
El verdadero rey.
¿Es así eso de ser adulto? ¿El hacer y decir cosas que no entienden los niños?
[Joel a sí mismo, en “El perro que corría hacia una estrella”, de Henning Mankell.]
Sí, ser adulto es aburrido.
Ser adulto está sobrevalorado.
Nunca quise ser adulto. No me gusta ser adulto.
No soy adulto.
¿De qué sirve un libro si no trae estampas ni diálogos?
[Alicia a sí misma, en el capítulo I de “Alicia en el país de las Maravillas”, de Lewis Carroll.]
Fácil, sirve para entretener adultos. Eso.
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