El sexo en la literatura infantil y juvenil (1)

Hay temas que son fundamentales para los jóvenes cuando andan por esa edad que va de los 14 a los 17 años (poco más o menos, poco antes o poco después). Temas que son una preocupación permanente y una fuente de curiosidad y expectativa. Que hacen a sus afectos y emociones, a sus identidades (para sí y para los demás). Que definen sus posibilidades y limitaciones en cuanto a lo que se proponen ser. Temas que marcan sus capacidades y obstáculos como seres autónomos y auténticos.

Uno de esos temas, nos guste o no, es el sexo. O, mejor dicho, las prácticas sexuales. Las sexualidades juveniles: un tema complicado.

Complicado, porque por mucho tiempo (y aún en la actualidad) fue considerado un tema tabú:  «de eso mejor no hablar». Complicado, porque no hay fórmulas infalibles para abordarlo: ¿cuándo?, ¿cómo?, ¿con quién? Complicado, porque históricamente se ha invertido mucha energía política (y mucha ideología) a la hora de regularlo, conducirlo, vigilarlo y castigarlo. Complicado, porque es un campo de la vida social y cultural al cual el juego de poderes y resistencias lo ha vuelto inestable, explosivo, dinámico, cambiante. Sobre todo, cambiante.

Los jóvenes de hoy (siglo veintiuno) son distintos a los de la generación anterior (años ochenta y noventa), que fue distinta a la anterior (años 60: idealizados como los de la «liberación sexual»), que fue distinta a la anterior (años de posguerra), y así sucesivamente.

En una visión histórica de mayor aliento, incluso, cabe decir que la infancia y la juventud del período capitalista (y moderno) no guarda relación con la infancia y juventud del período anterior al capitalismo (período para el que, Philippe Aries mediante, se llega discutir si efectivamente existió eso que hoy definimos como infancia y juventud).

Una alegoría de Eros (de Caravaggio)

Lo cierto es que en los últimos veinte años —el período en que (al menos en Uruguay) la Literatura Infantil y Juvenil se delimitó claramente respecto de la literatura a secas—, las sexualidades juveniles han cambiado, pues han cambiado los modelos de género (ser hombre, ser mujer: y las imágenes que ello comporta) y han cambiado las relaciones entre los y las jóvenes (se han vuelto más flexibles y menos jerarquizadas, quizás, incluso, más igualitarias). La conducta homosexual no carga con los estigmas del pasado. Las formas de manifestar los afectos variaron sensiblemente (tanto como variaron los marcos institucionales de las familias). Las formas de referir la sexualidad en el lenguaje también se modificó: por un lado, el desparpajo y lo explícito no concita la censura ni el castigo que podía acarrear antes; por otro, el discurso científico o médico (sobrexpuesto en relación con cuestiones como el SIDA o el embarazo no deseado, por ejemplo) ha cedido algún espacio para discursos más coloquiales (el pene y la vagina pueden hacer sus monólogos y diálogos más libremente).

Sí, qué duda cabe: todo eso ha cambiado. Pero los cambios (su velocidad, las contradicciones que acarrean, las reacciones que suscitan) no significan que ahora todo sea más fácil y más diáfano. Si algo se ha vuelto evidente en estos últimos tiempos, ello es la incertidumbre que provoca entre la infancia y la juventud todo lo que tiene que ver con el sexo, con las prácticas sexuales, con los vínculos sexuales, con los afectos sexuales (incertidumbre que a veces se desliza hacia la apatía, el desencanto o el rechazo).

¿Quién se animaría a sostener que para un individuo joven (él o ella) hoy día es más fácil comprender su sexualidad qué antes? ¿Quién podría afirmar que la comprensión de estas cuestiones es más accesible hoy que ayer?

Los sexólogos y los educadores sexuales quizás tengan el campo más allanado para poder abordar estos temas, hacerlos explícitos, dialogar sobre ellos con los y las adolescentes. Y sin embargo, ¿querrá ello decir que le facilitarán a sus interlocutores la tarea de comprenderse a sí mismos en relación con esos asuntos donde las diversas sensibilidades e incertidumbres se enseñorean?

Pienso que en torno a estas cuestiones, la literatura, y en particular la literatura de ficción, sigue teniendo mayores posibilidades de decir, de referir y de significar que la sexología o la educación sexual (transmitida a través de manuales y folletos profusamente ilustrados). Pienso que las y los jóvenes que andan buscando comprenderse mejor en esos trances (los de las relaciones sexuales y su iniciación, los del amor erótico, los de la propia identidad sexual, los del deseo y el rechazo) pueden acercarse a una buena narración literaria y encontrar en ella más elementos (ideas, visiones, pensamientos, sentimientos, palabras) que los que les brindará un libro de «orientación sexual al uso de los nuevos pedagogos» o la sección de preguntas y respuestas «sobre todo aquello que usted quería saber sobre el sexo» que publican revistas y diarios o las páginas de pornografía tan accesibles a través de internet.

Y sin embargo, en el campo de la literatura infantil y juvenil actual se echan en falta buenos relatos que aborden el tema de manera tal que el lector ocasional pueda salir de su lectura sintiéndose más enriquecido, mejor preparado, más capacitado para intentar comprenderse a sí mismo y a los demás en el tiempo en que le ha tocado vivir su iniciación en esa esfera de la vida. Lecturas que obliguen al lector a hacer(se) preguntas, que lo conmuevan, que le generen nuevas inquietudes, que lo alteren y lo afecten, que le exijan querer saber más y mejor, querer hacer más y mejor. Relatos que le permitan desde la propia experiencia, hacer una nueva experiencia: una experiencia que lo aproxime a los otros, a las otras. Lecturas que, para lograr lo anterior, deben acercarse a la realidad actual (y también a los lenguajes actuales al uso de los y las jóvenes) a la vez de trascenderla y de profundizar en ella. Relatos que, cumpliendo con aquella regla literaria fundamental (la de buscar un equilibrio exacto entre sugerir y explicitar) lleguen a lo sexual como parte de una trama que no puede escapar a ello, y que lo refiere por que está ahí, necesariamente está ahí: y no por una necesidad sexual, sino literaria, narrativa.

4 respuestas a “El sexo en la literatura infantil y juvenil (1)

  1. Hola Germán, ¿se conseguirá este libro en Buenos Aires? Hay un buen libro sobre el tema, publicado en Sudamericana Argentina; su autor es Aidan Chambers, nombre conocido dentro del mundo de la LIJ. El libro se llama Contratiempos y también recomiendo su lectura.

    Saludos,

    Andrea.-

  2. Hola, Andrea: Cuando estuve en julio en Bs. As. vi que la librería Eterna Cadencia tenía a la venta libros de Editorial Trilce.
    Ese libro de Chambers está comentado en imaginaria (y están los primeros capítulos). Me lo agendo. Gracias por tu visita. Saludos.

  3. Gracias, Germán, por esta primera parte sobre Sexo en la LIJ; me he ido al enlace de _Médanos_ y estoy con su lectura. Se lo pasaré a mis hijas. Y gracias a Andrea por la recomendación del de Chambers.
    Sí que se echa de menos, entre tanto vampiro agarrado a las entrañas del más que pasional amor / sexo adolescente, una forma distinta de que aparezca en la LIJ, (sin que conlleve advertencias de embarazos-no-deseados, enfermedades-de-contagio-sexual, etcétera) y que sí considere a la persona, no solo a sus hormonas desatadas o a los tópicos obligados de que el sexo es algo tan tan natural que no practicarlo en seguida es de bobos, altamente satisfactorio desde la primera vez, y no implica nada emocional ni afecto alguno (que es lo que se puede deducir de las películas o series, etc.).
    Gracias.

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