Ave se escribe con A, de Aurelio, de Avecedario, de Antonio Rubio

A Antonio Rubio se le da la poesía para niños. No es novedad. Su trabajo en ese terreno puede configurar un recorrido lector que levanta vuelo desde la cuna hasta la luna, desde la bebeteca hasta la biblioteca escolar más avanzada, desde los pajaritos de papel hasta el más completo avecedario poético ilustrado.

A vuelo de pájaro, repasaré tres libros de su factoría, los tres publicados por la editorial Kalandraka, que, a mi entender, validan la afirmación anterior.

UNO. El primero, uno pequeño, uno para los más pequeños, de los que integran la colección de la cuna a la luna, ilustrado por Óscar Villán (quien ilustra toda la colección).

Se sabe que esa colección está consolidada como una de las mejores propuestas, literaria y gráfica, para introducir a los niños en el juego de la poesía. Son libros de formato pequeño, en cartoné, que se proponen como un breve poema donde la reiteración de imágenes y de sonidos configura, en su musicalidad y colorido, un arrullo. Entre esos libros, rescato ahora “Pajarita de papel”.

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Pajarita de papel, Antonio Rubio y Óscar Villán, Kalandraka, España, 2005.

El libro tiene un poema que nos habla de una pajarita de papel que pone la mesa e invita a un amigo a comer. En cada página par, aparece la pajarita de papel dibujada y un verso octosílabo que dice “Pajarita de papel”. En cada página impar, aparece ilustrada una acción relacionada con el acto de poner la mesa, debajo de la cual, en una línea, otro verso octosílabo. El poema se completa en 14 páginas de cartón rígido. Dice:

Pajarita de papel
Pone en la mesa un mantel

Pajarita de papel
En el mantel una jarra

Pajarita de papel
Con agua para beber

En el mantel un frutero
Con fruta para comer

Pajarita de papel
Ahora invita a pajarito

Pajarita de papel
Y se sienta junto a él.

El ritmo está dado por la reiteración, por la medida de los versos y por algunas rimas propuestas, ya sea entre pares e impares o entre algunos versos impares. La sencillez, tanto del poema como de la ilustración, potencia el vuelo conjunto de toda la propuesta y el disfrute garantizado de los más pequeños cuando se les lee en voz alta, cuando se les enseña el libro o cuando se les deja para manipular, yendo y viniendo entre sonidos e imágenes.

DOS. El segundo libro que traigo a volar aquí se titula “Aurelio”, y en la edición con que recupera Kalandraka este título, está ilustrado por Federico Fernández. Aurelio es un cuento en verso, o un poema extenso que cuenta la historia del robo de las cinco vocales y de su búsqueda. Nos habla de este peculiar murciélago que ha robado las vocales para hacerse su bello nombre: AUrElIO.

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Aurelio, de Antonio Rubio y Federico Fernández. Edición de Kalandraka, 2016.

En este libro, poesía y juego se combinan de forma magistral a la hora de dar visibilidad y sonoridad a las vocales. Si en el primer fragmento del poema se nos avisa la desaparición y búsqueda de las vocales, en el segundo ya sabemos que las ha robado el murciélago Aurelio. Y es fácil repasar la palabra murciélago, y descubrir allí cada una de las vocales, o repasar el nombre de Aurelio, y encontrar también esa peculiaridad vocal, cosa que la tipografía destaca dando un color diferente a cada una de las cinco.

Luego, el poema va observando, siempre en una versificación adecuada al encuentro con palabras y sonidos, cómo se presentan las vocales en las distintas palabras que las contienen (o que las liberan), a la vez que la ilustración dibuja las letras dotándolas de vida o de una llamativa objetualidad gráfica. Veamos cómo procede con la A:

Con una a,
va
la
sal
al
mar.

Con una a y otra a,
se baña la rana,
se lava la lana,
se canta el tam-tam.

Con una a y otra a y otra a,
nadaba
el calamar
en altamar.

Es un juego perfecto de construcción rítmica. Una lógica implacable de distribución algorítmica de vocales en las palabras y en las onomatopeyas, y de palabras y onomatopeyas en los versos, con un in crescendo sonoro, un ejercicio que se repetirá hasta el final con cada una de las vocales.

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Dos dobles páginas del interior de Aurelio, donde la propuesta gráfica juega tanto como la poesía.

Un in crescendo que también es gráfico y tipográfico, porque el ilustrador acompaña el ritmo de los poemas invitándonos a un juego completo, un juego que puede ser tanto un deleite para el lector como una diversión para quien está aprendiendo la escritura del abecedario.

El poema culmina con una suerte de alabanza para este murciélago Aurelio, que tiene la “manía ejemplar” de robar vocales por “donde quiera que va”, y que incluso nos desafía, en el último tramo del poema, a encontrar palabras que contengan las cinco vocales sin repetir ninguna. Aurelio termina por raptar tres de estas: bIsAbUElO, cIgÜEñAtO, EUcAlIptO. Pero sabemos que el murciélago no se conforma sólo con estas tres palabras. Por eso, tal vez, el último verso del libro dice que ha raptado “otras muchas palabras más”, con lo cual nos está invitando a seguirlo en su vuelo, en su juego, a buscar entre las OscUrIdAdEs donde Aurelio esconde las palabras con las que nos enseña a jugar y con las que juega a enseñarnos.

TRES. El tercero, y último, de los libros que quiero ventilar se titula “Las alas del Avecedario”. Si “Pajarita de papel” estuvo dirigido, y llegó a las manos, de los prelectores, si “Aurelio” estuvo dirigido, y fue un deleite, para los primeros lectores, este “Avecedario”, seguramente, gustará mucho a unos lectores anteriormente entrenados en el disfrute de la poesía del autor.

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Las alas del avecedario, de Antonio Rubio y Rebeca Luciani, Editorial Kalandraka, España, 2017.

El libro contiene 27 poemas. Cada poema lleva por título el nombre de una especie de ave. Los poemas se nos presentan en orden alfabético, según cada uno de los nombres de las aves: Avestruz, Búho, Cuco… y así hasta el Zorzal. El libro parece haber sido escrito por Rubio bajo el influjo de dos de las musas canónicas: Urania, musa de la poesía didáctica, y Talía, musa de la comedia y de la poesía bucólica. Y es que los poemas se ofrecen entre una vocación docente —que aspira a brindar información sobre cada ave y su hábitat natural, como si se inscribiera en el marco enciclopédico de lo que un abecedario ofrece— y una vocación lúdica y dialógica, tan presente en la poesía de este poeta en general, y muy particularmente en poemas de este libro donde preguntas y respuestas alternan dando ritmo y forma a los poemas.

En cualquier caso, el despliegue de formas poéticas se ajusta a la multiplicidad de aves en cuestión. Así lo vemos, alternativamente, en ese aire de modernidad presente en los haikús que hacen girar la cabeza del búho:

Noche de búho.
Auditorio de estrellas.
Cantante oculto.

¡Uh, uh!

Ulula, ulula
el búho solitario.
Calla la luna.

¡Uh, uh!

Ojos de sabio
relumbran en lo oscuro.
Búho sagrado.

Como también lo vemos en la referencia a las tradicionales formas del romancero que recoge la simbología de las fieles tórtolas:

Tortolica del amor,
ave mística afamada,
esposa en el Cancionero
y en vuelo no fatigada.

Tortolica que ni en flor
posas, ni en la verde rama,
¿dónde aprendiste el zureo
que cantas cerca del agua?

Aguardando que mi amor
antes del alba llegara,
aprendí en la Fontefrida
arrullos de enamorada.

La ilustración del libro estuvo a cargo de Rebeca Luciani, que parece haberse dejado guiar por las mismas musas en su trabajo, pues a todas vistas acompañó al poeta en ese afán didáctico de dar al dibujo de los pájaros un colorido aire naturalista, pero sin perder en ningún momento la ocasión de entregarse al juego dialógico, a tal punto que en la ilustración del poema de la Oropéndola (Oriolus Oriolus) aparece la mano del lector (¿el lector ilustrador?) que dibuja al pájaro, como si así forzara a la ilustración a responder, en un diálogo franco y sereno, a la propuesta del poema.

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La oropéndola: «Y es monógama y esdrújula / si te apetece… ¡Dibújala!». Interior del libro con ilustración de Rebeca Luciani.

La escritura de Antonio Rubio, sin dudas, es una invitación al vuelo que en cualquier edad nos puede regalar la lectura de un poema.

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