Me importa un “culo” (autocensura en la literatura para niños)

Escribí una novela donde el narrador, que además es el personaje central, es un niño, cuya edad podría estar entre los nueve y los once años. Escrita en primera persona, la novela refiere una experiencia de la infancia del personaje. En una parte de la novela, el niño se pregunta: “¿Por qué habría de molestar a alguien que yo me rasque el trasero?”

Es una pregunta inocente. No obstante, desató varias cuestiones que en principio yo no había tenido en cuenta.

Le di el manuscrito de la novela a una amiga para que lo leyera y lo comentara. Entre unas cuantas observaciones, comentarios y sugerencias de corrección, ella, una mujer muy entrenada, una experta, digamos, en asuntos de literatura para niños, me comentó que la palabra “trasero” estaba fuera del registro de la voz narrativa. Ella me decía que un niño de esa edad no dice trasero, dice “culo”. Y casi que de manera premonitoria agregó: “Si dice culo, escribí culo, y de última que te lo rebote un editor”. Luego, como al pasar, me indicaba que allí, seguramente, estaba operando una autocensura de mi parte al escribir.

Cierto. Mi abuela era maestra y directora de escuela. Creo que nunca la escuché decir una “mala palabra”. Y a menudo, ella, así como mi madre, me reprendía si utilizaba “palabras soeces”. No soy de decir ni de escribir en ese registro, y seguramente no me costó mucho escribir “trasero” allí donde un niño, como es mi personaje, hubiera dicho “culo”.

Autocensura o no, lo cierto es que acepté la sugerencia de mi amiga y corregí el borrador poniendo un “culo” donde había puesto un “trasero”.

Mandé el borrador de la novela a una editorial. Aceptaron publicarla, pero en la editorial me hicieron una observación. Una sola. Una “observación menor”, me dijeron, “pero muy importante”. La observación era sobre la palabra “culo”.

Muy amablemente, me explicaron que esa palabra está vedada en las escuelas y que las maestras no aceptarían la novela, pura y exclusivamente, por el uso de esa expresión. Si un libro de literatura para niños no logra entrar en las escuelas, el libro no funciona comercialmente. La editorial, demás está decirlo, no va a poner en riesgo la inversión que implica publicar un libro por el simple hecho de que un niño que narra utilice la expresión “rascarse el culo”. Quita de ahí esos dedos y que el personaje se rasque otra cosa: la cola, el traste, el trasero, las nalgas… pero el culo no.

Culis Monumentalibus

“Culis Monumentalibus”, escultura de Eduardo Úrculo, ubicada en frente del teatro Campoamor de Oviedo, Asturias, España.

Entiendo perfectamente la posición de la editorial, y no me cuesta nada cambiar esa expresión, que no modificará en un ápice el desarrollo de la historia ni el carácter del personaje. A lo sumo, el cambio de palabras dejará ver un problema del registro expresivo en la escritura o, en su defecto, para que ese problema de registro no exista, me obligará a utilizar una expresión que, rodeos mediante, sugiera, pero no lo diga de manera explícita, que el niño se rasca el “culo” y no otra cosa, y que sea el lector niño el que ponga la palabra correspondiente allí. Ningún problema.

Y sin embargo, pienso en por qué una palabra como “culo”, que es exacta en su carácter de referente (recuérdese que los seres humanos no tenemos cola, tenemos culo), no pueda ser incorporada normalmente al habla escolar.

Los problemas de lenguaje entre los niños de las escuelas no pasan por el uso de “malas palabras”, sino por el mal uso del lenguaje en general, o más precisamente, por su escaso uso. La pobreza lingüística es uno de los mayores problemas que tienen los escolares y que los maestros deben atender especialmente. Se estima que cuando un niño termina la escuela, en su vida cotidiana, usa unas 300 palabras para hablar. A menudo, esos niños se refieren al “coso de los cositos” cuando tienen que explicar que el “teclado” de sus computadoras, por a o por be, no está escribiendo la palabra que quieren digitar, y que no se acuerdan muy bien cuál era.

El idioma español cuenta con cerca de 300.000 palabras, Cervantes usó unas 8.000 en su obra. Usar solo 300 palabras da cuenta de un lenguaje indigente, pero aún peor, también da cuenta de un pensamiento pobre.

Que esos niños digan “culo” o que utilicen otras expresiones soeces no les hará ni mal ni bien. Y casi seguro, el uso de una expresión como “culo” les facilitará acercarse lingüísticamente a una lectura que tiene otras complejidades en el uso del idioma y que los enriquecerá al acceder a ella. O sea, sería mejor que los niños lectores encuentren en lo que leen expresiones que ellos utilizan todos los días, porque eso les facilitará una empatía con la voz del narrador; empatía que los ayudará a acompañar a ese personaje en el transcurso de toda la novela que están leyendo. Y si leen toda una novela, seguramente se familiarizarán con algunas palabras más de las 300 que usan en su vida cotidiana para enfrentar, como Leónidas, el acoso de la barbarie.

Los maestros y las maestras deberían poder entender eso y no andarse con remilgos a la hora de mediar entre un libro y un lector. Pero mientras eso no sea así, los escritores y los editores nos cuidaremos muy bien de no poner en nuestros libros palabras como “culo”, “pija”, “concha”, etcétera, porque no vamos a sacrificar nuestro trabajo por una simple palabra que puede sustituirse por otra expresión más sugerente incluso.

Así y todo, a mí me importa un «culo», tanto como cualquier otra de las palabras que uso al escribir. Y ahora me voy a cumplir mi penitencia:

No debo escribir la palabra culo en libros para niños.

No debo escribir la palabra culo en libros para niños.

No debo escribir la palabra culo en libros para niños.

No debo escribir la palabra culo en libros para niños.

No debo escribir la palabra culo en libros para niños.

No debo escribir la palabra culo…

19 respuestas a “Me importa un “culo” (autocensura en la literatura para niños)

  1. Mi hija de cinco años hace un tiempito cantaba una canción que terminaba con «me pica el culo» o «le picaba el culo» no me acuerdo, el caso es que yo no la conocía ni se la había enseñado y cuando le pregunté me dijo que se la había enseñado su profesor de música. Me pareció genial pero reconozco que me sonaba algo raro por algo de lo mismo que vos comentás. Cuando indagué un poco más mi hija me llegó a reconocer: «Bueno, a veces decía cola y una vez dijo «culo». No me informé nunca (o tadavía ahora que te leo me dan ganas de seguir investigando) si fue una vez, si se las dejaba picando, o si solo fue una picardía de ella. Pero si alguna vez el profe de verdad dijo «culo» no me parece tan grave, eso es lo que quiero decir. Y que me cae bien el profe, claro.

  2. «Los maestros y las maestras deberían poder entender eso y no andarse con remilgos a la hora de mediar entre un libro y un lector.» No es tan sencillo, Germán. Hay una cadena de jerarquías y, peor, un conjunto de padres y madres. La protesta de una madre alcanza para crearle problemas al docente.

    Por otra parte, una palabra es, efectivamente, «menor» si la comparamos con situaciones, temas, planteos y finales, cuestiones centrales de la literatura (y de la vida). Y en todo esto hubo grandes progresos en los últimos años. Ahí sí las editoriales dieron pasos importantes, los maestros y las maestras suelen andarse con menos remilgos, y la cosa sigue adelante aunque todavía haya quienes protesten. Queda más por hacer, como en todo; por suerte.

    Y por otra parte (la tercera mitad), la riqueza idiomática no depende de una «mala palabra» más o menos, son temas diferentes a tratar de manera diferente. Lo cual no quita que estaría bien poder escribir «culo» en un libro infantil. Digo más: es ridículo que no se pueda. Solo que no me parece una lucha particularmente importante en este momento.

    • Eduardo, no escribí aquí una plataforma de lucha. Ni cerca.

      Y fíjate que también digo: «no vamos a sacrificar nuestro trabajo por una simple palabra que puede sustituirse por otra expresión más sugerente incluso». Así que no, nada de hacer una cruzada por un «culo» más o menos.

      Entiendo muy bien lo que dices en la primera de las tres mitades: eso de la cadena de jerarquías. En casa decimos todos los culos que queramos, pero ojito con que lo digan en la escuela. En fin.

      De tu segunda mitad, no digo nada, aunque sabemos que no todo lo que brilla…

      Abrazo y gracias por tus observaciones. Un gusto encontrarte por acá.

  3. Me siento identificada al leer esta nota. Soy bibliotecaria, y hace unos diez años leí sin permiso de mi directora el cuento «La fiesta ajena» de Liliana Heker, y fui seriamente reprendida por compartir con los alumnos las palabras de la autora cuando dice «querés cagar más alto de lo que te da el culo». Lo más lamentable de aquella situación fue que a los niños no les había sorprendido en absoluto aquella expresión, pero sí les había llegado y mucho el contenido de la historia… Qué pena que aquella experiencia me haya marcado tanto que todavía tengo guardado en un cajón para tomar coraje y leerles «La canción de las pulgas» de Gustavo Roldán, con lo divertido que es ese cuento!

  4. Pues como encima tengas que tener en cuenta toda la variedad lingüística del castellano vas a tener que hacer malabarismos; por ejemplo si pones que se rascaba la cola en España tendrías el mismo problema :)

  5. Me parece que la censura editorial-escolar no va por lo malsonante, ni mucho menos por lo escatológico (que se acepta sin remilgos en la literatura infantil, tal vez porque es un éxito asegurado), sino por lo sexual. A nadie escapa la escrupulosidad, a veces enfermiza, con la que internacionalmente se protege a la infancia, especialmente en el tema de los abusos sexuales. Evidentemente, eliminar todo ese campo semántico que puede remitir a lo sexual en la literatura infantil es una forma más, aunque sea puramente simbólica, de atrincherarse contra ese abominable enemigo.
    Por otra parte, no veo nada malo en que el niño aprenda los usos socialmente consensuados del lenguaje. Es más, tengo la impresión de que, como dice Germán, le sirven como ejercicio cognitivo-lingüístico para desvelar todo aquello que lo «políticamente correcto» esconde.

  6. Sobre culos en la literatura infantil, me he acordado de «Un culete independiente», de José Luis Cortés, que hoy recibiría una doble censura (la segunda de ellas se ve claramente en el primer comentario de este vídeo):

  7. El libro nunca fue rechazado por la escuela, ni siquiera le llegó. Hay un enorme prejuicio de la editorial co respecto a los docentes y a lo que pasa adentro de la escuela. La mosca de gusti, o un culete independiente se leen en la escuela, tanto como historia de amor y amistad de Pescceti. Esos cuentos que hablan de la caca, el culo y otras cuestiones sin ningún tipo de censura funcionan perfectamente.
    Por otro lado las editoriales deben pensar en los niños como mercado y no en la escuela. Los libros no deben escolarizarse para ser bueno o tener rédito económico. Harry potter está bien lejos de entrar en la escuela o entre mis preferencias y sin embargo no me animaría a discutir su nivel de popularidad.
    Abrazo grande,
    Santi

  8. Hace poco más de 20 años Pateando lunas, de Roy Berocay, fue rechazado por una parte del magisterio nacional porque su protagonista decía «¡se cagó todo!» (en referencia a un muñeco bebé) y «Las indias son esas que tienen tetas». Sin embargo, al parecer no fueron mayoría, ya que el libro vendió 3.500 ejemplares el primer año (gran récord en el género en el Uruguay de entonces) y se transformó en pocos años más en el clásico indiscutido y firmemente arraigado en el canon infantil uruguayo (como toda la obra de su autor) que es hoy en día. (Eso sí: no sé si las versiones actuales mantienen esas expresiones. Yo tengo la edición original, de la colección de Mosca dirigida por A M Bavosi). También sé de docentes que pusieron el grito en el cielo porque en El abuelo más loco del mundo, del mismo autor, el protagonista encontraba a su abuelo en la cama con una señora (convenientemente disimulada bajo sábanas y frazadas, eso sí), y otras que han hecho ascos a mis Cuentos asquerosos (valga la redundancia). Sin embargo, creo que son más las maestras (y padres, madres, abuelos, etc) que adoran ambos libros, al igual que los niños. En definitiva: hay gente para todo. (Eso sí: si ya decidiste sustituir el culo, en vez de «trasero», yo creo que pondría «traste». En Uruguay hay gente que se rasca el traste, pero el trasero no tanto. Claro que trasero tal vez suene mejor…).

  9. Me encantó la nota y las opiniones de todos, desde sus diferentes puntos de vista, y te cuento que seleccioné (como bibliotecaria escolar que soy) con algo de duda «Un culete independiente» y los chicos lo aceptaron y llevaron a sus hogares sin problemas. Es preferible que llamemos a las cosas por su nombre, y en todo caso se charla y se debate sobre el tema del vocabulario usado en el libro.
    Cuando cursaba mi 7mo. grado en primaria empecé a leer «Mi planta de naranja lima» de Mauro de Vasconcelos y cómo estaba en 1976 las religiosas de mi colegio, me pidieron que lo devolviera sin poder terminarlo y también nos sacaron el libro de Historia Argentina de Drago, L.M. Mucho peor que leer culo, te lo aseguro.

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