Libros de poesía: confluencia y cima

Hay libros de poemas y libros de poesía. La diferencia no es menor.

Un «libro de poemas» suele ser una recolección de textos poéticos que no tienen un hilo conductor (salvo por las posibilidades de compartir un ejercicio de estilo personal). Un «libro de poemas» no tiene un eje temático ni una estructura que unifique el conjunto de los poemas agrupados. El libro puede ser «bueno» o «malo», dependiendo de la calidad de cada poema en particular o de un conjunto de ellos.

Por otro lado, hay «libros de poesía». En estos últimos, los poemas, además de la unidad estilística, comparten una temática, un objetivo, una significación y una voz muy claramente distinguible. Hay un hilo que va hilvanando los textos como si estos fueran unidades de un ábaco donde se está realizando una suma. También entre los «libros de poesía» hay de los «malos» y de los «buenos».

Los «libros de poesía malos» son aquellos donde la unidad se logra forzando los tantos, de manera demagógica, por así decirlo (y esto sin contar la calidad de los poemas en particular).

Los «libros de poesía buenos», en cambio, son aquellos donde los poemas fluyen, deslizándose uno en otro mediante distintos juegos de lenguaje y figuras de estilo. Hacia el final del libro, la lectura confluye en algo que no es una desembocadura, sino una cima desde donde se ve el paisaje del conjunto poético a vuelo de pájaro.

Esto último, no siempre se logra. Sin lugar a dudas, esa confluencia, ese encimarse del libro de poesía en su final es una dificultad agregada a la hora de escribir, leer o evaluar un «libro de poesía». No siempre se logra, pero cuando se logra, ¡hala!

«Poeta en Nueva York», un «libro de poesía» de Federico García Lorca

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